II

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Los días y las semanas, así como los meses pasaban rápidamente y Terry seguía planeando su venganza perfecta, pero tenía que ser algo que pudiera lastimar en lo más profundo a la joven rubia. Hasta que una idea cruzó por su mente y fue perfecto, aquello que llevaba buscando desde hace mucho, por fin lo había encontrado. Sin perder ni un solo segundo, ni minuto más compró unos boletos de tren hacia Chicago.

Por lo que se había enterado la celebración de la boda más esperada tendría lugar en la mansión de Lakewood, y Albert había invitado semanas antes al joven actor a la boda, dicho suceso le parecía un acto de burla por parte del que creyó alguna vez su amigo. Aun con todo eso, una semana y media antes de la boda se fue a Lakewood.

Candy había pedido una autorización a Albert para que pudiera ir con sus dos madres, al hogar de Pony y así de esta manera se relajara los últimos días antes de la boda. Dos semanas antes partió directo al pequeño lugar donde ella creció y pasó los mejores doce años de su vida, riendo y jugando con la naturaleza.

Ella se la pasaba trabajando de una manera no muy exagerada ya que eran sus vacaciones antes de asumir una responsabilidad como ama de casa, en menos de dos semanas. Al llegar a la mitad de su primer semana un mal presentimiento se apodero de ella, aunque no supo con exactitud que es lo que podría salir mal. Pero decidió ignorarlo y siguió feliz con su vida, por supuesto nerviosa debido a que faltaba muy poco para su boda.

Terry llegó a un hotel no muy elegante pero cómodo, donde pudo descansar su primer día en aquel bello lugar donde vivía Candy. A su segundo día se dirigió a la mansión Andley, con motivo de visita a un muy viejo amigo: William Albert. Donde pronto le permitieron la entrada, y Albert apareció muy alegre.

—Vaya, Terry que honor que me visites. Dime ¿a que debo tan grande acción?—lo saludo con una enorme sonrisa en su rostro, mientras que Terry solo lo vio con reproche.

—Nada más quería ver en que puedo ayudar a la boda, quizá no sé, se me ocurre ¿puedo ser el padrino? Dime que te hace falta, ¿los anillos?, yo los puedo dar, ¿ya tienen el vestido?, vi uno muy hermoso en Nueva York— le dijo con sarcasmo en su voz.

—¡Terry!... ¿que dices?— pregunto confundido.

—Sí, yo me ofrezco como padrino, no mejor, sería un honor que yo mismo entregué a la novia a su esposo— prosiguió con el mismo tono sarcástico.

—Basta... Terry ¿no me digas que aun sigues enamorado de ella?...—cuestionó confundido.

—No... solo decía esto porque en verdad me gustaría hacerlo— respondió desviando su mirada llena de enojo pero dolor a la vez, con sus ojos cristalizados por las lágrimas que comenzaban a formarse.

—Yo... no lo sabía— reveló Albert un tanto incomodo por el dolor de aquel chico.

—¿Pero sabes? me alegro que no se hayan olvidado de mi, por lo menos tuvieron la gentileza de invitarme y mírame aquí estoy—dijo con una sonrisa sarcástica en su rostro.

—Lo lamento, de verdad pensé que ya no la amabas...— se disculpo de corazón. Ignorando sus palabras sobre una invitación que él no había enviado.

—No importa... Sabes, me alegró que ella si me haya olvidado porque yo no sé si logré hacerlo algún día—confesó y salió de ese lugar con el corazón más que roto.

—Pero por eso estoy aquí... Para que por fin... si no logró olvidarla, pueda por lo menos hacer que ella sienta lo que yo sentí...

Los días pasaban y Candy seguía sintiendo esa extraña corazonada, y ahora era casi imposible ignorarla. Su pecho le dolía con más intensidad en las noches, incluso lloraba del dolor, ya que era muy conmovedor.

Faltaban tan solo tres días para que Elliot y Albert fueran por ella para llevarla a la mansión de Lakewood, donde se llevaría a cabo su boda.

Ese día se encontraba en la colina de Pony mirando al cielo, cuando de pronto recordó a Terry, y a Anthony su primer amor. También recordó las palabras dichas a los reporteros acerca de lo que para ella fue su amor anterior a Elliot, y ese amor fue Terry pero... No habló de él si no de Anthony, aunque también había mentido acerca de lo que significo para ella el amar a ese gran chico.

Tan metida estaba en sus pensamientos que no se percató del ligero movimiento de los arbustos que había detrás; no reacciono hasta que sintió como una mano fina tocaba su brazo izquierdo, tampoco no atrevió a voltear la vista.

Palabras del corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora