XVII

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Las horas pasaron y pronto llego el momento de que los invitados se retirarán; Terry y sus padres se despidieron formalmente de los anfitriones: Albert, Elliot y Candy.
Después de esto subieron a su coche y se dirigieron a la mansión Grandchester de Chicago.

Terry inmediatamente fue a su habitación que tenía en esa gran mansión; se encerró ahí ya que después de lo que sus ojos pudieron observar, quedo completamente devastado, pensando en que él pudo disfrutar de todo eso pero simplemente no lo hizo porque su sed de venganza pudo más. 

Toda la noche se la paso pensando en la oscuridad del cuarto sobre la apariencia del hijo mayor de los Green. Debido a que lo desconcertó demasiado por el gran parecido que tenía con él mismo...

"¿Como es posible... ¿Por que se parece tanto a mi si ni siquiera tenemos la misma sangre?" se preguntaba interiormente, llegando a muchas conclusiones pero la que era más lógica también era la más cruel de todas; tanto que el joven castaño no logro conciliar el sueño toda la noche tratando de sacar de su mente esa idea bastante torturante para él.

Creyendo también que podía ser cierto, cosa que lo ilusionada mucho, y le daba fuerzas para efectuar su plan de acercarse más a la familia Green.

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Una calle empedrada, parece que es justo fuera de la casa de Candy. Dos hombres están parados justo a la mitad de la calle, y un coche a toda velocidad aparece de repente, parece que ellos no notan que se acerca cada vez más. Candy quiere correr pero no puede esta encadenada y no logra safarse, grita y grita pero no la escuchan, un grito ensordecedor inunda la calle y el escenario ya no es en la avenida, ahora es un hospital. Un médico informa que Elliot debido al fuerte accidente lamentablemente esta en coma, y Terry no logro sobrevivir al impacto.

Candy despierta sobresaltada por su pesadilla que acaba de tener. Piensa que no es posible el volver a tener ese mismo sueño tras casi seis años de tenerlo.

Porque sí fue el mismo que la atormento a la mañana siguiente de que se enteró Terry se había marchado a Nueva York. Su respiración era agitada y tenía una gran capa de sudor que cubría su frente, el corazón le latía a mil por hora. Volteó a todas partes y Elliot se encontraba aun dormido a su lado, respiro aliviada al encontrarse con su esposo.

Después de la aterradora pesadilla que tuvo en la mañana, no pudo conciliar más el sueño y simplemente se limitó a observar el techo perfectamente pintado por un profesional del cuarto donde descansaban anteriormente, Rose Mary y su esposo el padre de Anthony Brown.

Recordó todos los bellos momentos que compartió al lado de ese rubio tan gentil, aquel que le robo el corazón cuando era una niña de doce o trece años; y a quien creía que iba a ver si se quedaba mirando en dirección a la espalda del joven castaño que estaba en el borde del barco. Donde a penas se podía divisar su silueta masculina debido a la densa niebla que había aquella noche de invierno en altamar.

Una lágrima rodó por su mejilla al recordar aquel primer encuentro con Terrence Grandchester, al que había visto tan solo el día anterior en el cumpleaños de su hijo; después de casi seis años de no verlo, desde aquella noche tranquila donde ocurrió la más hermosa entrega de amor que ella le había dado a él por vez primera.

Moviendo delicadamente su cabeza decidió levantarse de la cama y dirigirse a la cocina para ver en que podía ayudar, sabiendo que dentro de pocas horas los niños tendrían que desayunar.

Pasado el desayuno y la comida, Candy y Nora subieron a la habitación de la primer mujer para conversar un rato mientras los niños habían ido al zoológico con Albert, Archie y Elliot.

—Dime Candy ¿estas segura que si vamos a cabalgar?— pregunto por milésima vez Nora a la joven frente a ella.

—Si Nora todo esta bien, me gusta cabalgar y no estoy cansada— respondió sonriendo porque su "madre adoptiva" como le llama Albert, se preocupaba por ella.

—Esta bien...—Comenzó a decir pero unos golpes en la puerta lo interrumpieron.

—Adelante—Dijo Candy.

—Sra. Esta carta es para usted— anuncio la muchacha extendiendo un sobre blanco que tenía escrito con sumo cuidado un nombre.

—Gracias Miriam puedes retirarte— ordenó a la joven que salió de la habitación haciendo una reverencia.

—¿De quien es?.— pregunto curiosa Nora esperando a que la rubia leyera el remitente.

—Es de...— Comenzó pero el nombre en el sobre hizo que se detuviera en seco. No podía creer que aquel hombre fuera capaz de enviarle una carta a ella entre millones de mujeres que hay en la Tierra, no podía ser cierto.

¿Y además por qué le iba a enviar una carta? Ella hasta donde tenía entendió jamás fueron muy cercanos, solamente en una ocasión había tenido la oportunidad de sostener una conversación con él pero de ahí en fuera no había nada que lo llevará a escribirle.

Reuniendo la fuerzas necesarias para decir el nombre del remitente logró responder a Nora que la escucho atenta cuando dijo —Robert Hathaway. 

Palabras del corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora