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Sara.

Entré a la clase nerviosa, visualicé a Ann y me senté a lado de ella.

—Ese es mi lugar, Sara —Jesus hizo un puchero— Ve a sentarte a lado de mi hermano.

—¿Por qué? —le miré mal— y además tú nunca has entrado a esta clase, tú no tienes lugar aquí.

—Quiero estar con Ann —se defendió indignado.

—Déjala respirar, por dios —seguí viéndole mal.

—Mira, mi hermano no va a entrar a esta clase, siéntate en su lugar —ordenó.

—¿Y por qué no te sientas tu, gilipollas? —le contesté molesta.

—Sara fuera de mi clase por decir malas palabras —el maestro entró con su maletín en la mano mirándome sin previo aviso tomándonos a todos por sorpresa.

—¿Qué?

—¿Puedo pasar? —Daniel preguntó interrumpiendo mi discusión con el maestro.

—Tarde. —le contestó pero Daniel se quedó parado en la puerta —Y que te he dicho que fuera. —esta vez se refirió a mí.

—¿Me está vacilando, no? —le pregunté de mala forma.

—¿Disculpe, señorita Gómez? Si no quiere que haya problemas mayores fuera del salón. —advirtió, miré mal a Jesus y tomé mi mochila de mala manera para salir.

—¿Y yo? —Daniel preguntó.

—¿Qué no ha escuchado? Llegó tarde, no puede pasar.

Resoplé de mala manera, esta no era mi semana.

Me senté en el piso y Daniel se sentó a mi lado, pero ninguno hablaba, gracias a Dios.

Después de unos minutos carraspeó la garganta incómodo.

—Ay, de verdad que usted anda pesado, eh —habló Ann fingiendo una voz chillona saliendo del salón tomándonos por sorpresa a Dani y a mí.

—Y los cuatro —nos señaló cabreado— van a tener graves problemas —advirtió apunto de estallar.

Y lis citri vin i tinir grivis priblimis —Jesus lo arremedó cuando cerró la puerta del aula.

—¿Y ahora qué hicieron? —pregunté cansada, no quería más problemas.

—¿Nosotros? —Ann miró a Jesus— Nada... —sonrió inocentemente.

—Puede ser que lo hayamos sacado un poco de quicio para estar con ustedes —Jesus rodeó a Ann por el cuello con sus brazos— Bueno, ¿vamos a la cafetería o qué? —preguntó sin preocupación alguna.

—Yo sí, bro, tengo sed. —Daniel se paró del suelo sacudiendo su trasero y volteándome a ver.

Ann me estiró la mano y la negué.

—No quiero ir. —admití negándome.

—Sara pero...

—Te he dicho que no, Ann —le contesté borde, ella suspiró rendida.

—Pues vale. Vayamos nosotros a la cafetería. —se dirigió a los gemelos.

¿Cómo olvidar a los Oviedo? {Gemeliers}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora