29.

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Domingo.
Odio los domingos porque después sigue el lunes y odio los lunes. En pocas palabras, odio todo.

Me desperté gracias al molestoso sonido de mi celular.

—¿Qué quieres? —contesté de mala manera sin ver quién era.

—Tranquila guapa, que estoy haciendo las compras y quería preguntarte si querías algo —la voz de Daniel sonó al otro lado de la llamada.

—¿Estás qué?

—Comprando.

—¿Tú?

—Ay, a la otra no te haré favores —y como lo conozco tan bien, sé que en estos momentos está rodando los ojos.

—Un café me vendría bien. —contesté encogiéndome de hombros, aunque sabía que no podía verme.

—Pues eso, llego en 15 minutos, ¿vale? —contestó.

—Con cuidado —respondí antes de que cortara la llamada.

—¡Dani! Que milagro —escuché decir, y... ¿Esa era una chica?

Daniel cortó la llamada y suspiré.

Me mordí el labio al recordar todo lo de ayer, todavía estaba sin poder creerlo.

Mi celular sonó otra vez. Y ese tonito me estaba desesperando, necesitaba cambiarlo con urgencia.

—Sí Daniel, el mismo café que compro todos los días —aclaré al descolgar el teléfono.

—¿Daniel? —la voz de mi madre retumbó en mis oídos.

—Perdona... Mamá, hola —contesté nerviosa y sorprendida a la vez, pensé que no se acordaban que tenían una hija.

—¿Después de años sin hablar me dices hola? —mi mamá exagero— Mi bebé y yo que te extraño tanto —rodeé los ojos.

—Mamá, no seas empalagosa —me quejé— pero yo también te extraño.

—¿Si? Pues qué bueno que te tenemos una sorpresa.

—Dime.

—¡Te mandamos un boleto de autobus para que vengas a Murcia unos días! Ya pedimos permiso en la escuela y me lo han aceptado.

—¡Sí! —celebré— ¡Playa! ¿Cuándo?

—¡Hoy en la noche! A eso de las 8:20 pm.

—¿Qué? ¿Eso no es muy pronto?

—No, claro que no, tu boleto está en recepción me acaban de llamar.

—Mamá pero... Estoy en semana de exámenes —mentí.
Ahora que estaba todo bien con Dani no quería irme.

—Nos han dado permiso...

—Bueno, espera y te llamo, ¿sí?

—Vale, ¡esperemos que no canceles! —soltó unos besos y colgó la llamada.

¿Qué haría?
Bajé a las oficinas de los departamentos y me entregaron una caja de cartón.

Al llegar a mi departamento la abrí, era un marco con una foto mía y de mis papás, también estaba el sobre con dinero y el boleto de autobús. Muchas horas para estar sentada.

Escuché que abrieron la puerta y escondí el boleto y el dinero en el sillón, tampoco quería que Daniel se enterara.

—Llegué —plantó un beso en mis labios.

—Hola —saludé con cierto nerviosismo y lo seguí hasta la cocina.

—¿A ti te pasa algo? —me miró con el ceño fruncido.

¿Cómo olvidar a los Oviedo? {Gemeliers}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora