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"La vida imita al arte mucho más que el arte imita a la vida"

-Oscar Wilde

La vida imita al arte, dice el gran escritor Oscar Wilde, y la vida de Samuel era el arte.  Desde que era pequeño, aquel niño de cabello castaño y ojos avellana, mostró un talento excepcional para el arte; y ahora con 22 años, estudiaba para dedicarse a su más grande pasión. El joven chico se encontraba sentado en una mesa de un café que estaba muy cerca de la universidad; dónde usualmente iba a hacer sus deberes o simplemente dibujar, pasaba demasiado tiempo en ese lugar.

Un café cargado a su izquierda y a su derecha se encontraban una gran variedad de instrumentos de arte, se encontraba 100% sumergido en su arte y la música ambiental del lugar.

—Es hermoso—  se escuchó de repente una voz masculina a sus espaldas.

Aquella voz repentina causó que diera un pequeño brinco, volteando inmediatamente a ver quien era. Era un empleado del lugar, quien usualmente siempre lo atendía, era un chico bastante lindo, en palabras de Samuel pero jamás le había hablado más que para pedir café. El empleado le sonrió amable.

  — Lo siento, no planeaba asustarte—  dijo con dulzura. 

— No te preocupes—  respondió Samuel, a la vez que imitaba al empleado y sonreía. 

— ¿Te molestaría si le doy una buena ojeada? — preguntó a la vez que se acercaba un poco más a Samuel, para poder ver aquel block de arte con mayor detenimiento. 

  — Para nada —  respondió. 

Samuel le mostró al empleado su dibujo, mostrando claramente su talento para el dibujo.

  — Es maravilloso, tienes talento—  halagó con una gran sonrisa pintada en sus labios, pero antes de que pudieran seguir charlando uno de sus compañeros le habló, pidiéndole que le ayudara con algo en la cocina

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  — Es maravilloso, tienes talento—  halagó con una gran sonrisa pintada en sus labios, pero antes de que pudieran seguir charlando uno de sus compañeros le habló, pidiéndole que le ayudara con algo en la cocina. 

El joven empleado se despidió, pero antes de que se fuera Samuel le preguntó su nombre.

— Guillermo, un gusto— y con una sonrisa adornando su angelical rostro se retiró, dejando a Sam sólo y con un montó de preguntas en su cabeza.

(...) 

Unos cuantos minutos después, el mejor amigo de Samuel apareció en la cafetería. 

— ¡Compañero! Ya llegué  —  prácticamente gritó desde la puerta del lugar.

— No es necesario anunciar tu llegada, Frank —  le recriminó, Samuel. 

 — Si no lo hago no puedo llamar la atención de señoritas, como las del fondo—  dijo echando un vistazo a las chicas. 

Drabbles|| WigettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora