Corbin, acababa de llegar a casa, su cabello color ceniza aún se le pegaba a la cara por la reciente ducha, el entrenamiento lo había dejado exhausto y totalmente sudado, por lo que opto por ducharse antes de llegar a su casa, su madre ya se había quejado por el terrible "olor a macho" como él le decía, y no quería darle otra razón para dejarle una semana más sin Internet.
No se consideraba un hijo ejemplar, pero trataba en lo más posible de cumplir con las reglas de la casa. Rebuscó en su mochila hasta dar con las llaves e ingreso a su casa. Estaba silenciosa, sus hermanas debían estar en sus respectivos cuartos, subió las escaleras con cansancio, las piernas le dolían y no veía la hora de llegar a su cómoda cama, pero un extraño ruido proveniente del cuarto de Emma, la menor de los tres hermanos, llamó su atención.
— ¿Emmy, estas ahí?—preguntó. Él era el único integrante de la casa en llamarla de ese modo, pues era un apodo que el mismo le había puesto desde niños.
Nadie respondió, sin insistir decidió que lo mejor sería ir a su cuarto antes de que las piernas le fallasen, sin embargo, un fuerte ruido lo detuvo. Arrojó su mochila al suelo y entró con rapidez a verificar que nada hubiera sucedido.
— ¿Emma? ¿qué haces en el suelo? —preguntó sorprendido, al ver como su hermana se encontraba desparramada en medio de su habitación. Bien sabía que ella no era del todo "normal", siempre la veía llorando o riendo sola con un simple libro en la mano, pero aun así sus instintos... ¿maternales? no, esperen, esa no es la palabra, bueno, lo que sea, pero no podía evitar preocuparse.
—Lo vi tan sólito, que me dieron ganas de abrazarlo. —respondió ella con notable sarcasmo. Sonrió con alivio, estaba bien, su sarcasmo era la prueba. Torció el gesto, y se acercó con precaución, nunca se sabía cómo ella iría a reaccionar, al notar que no se movería del suelo y que sus piernas dolían cada vez más, una gran sonrisa apareció en su rostro.
Sin siquiera meditarlo, con un desafinado grito y un "Yo lo quiero abrazar también" se arrojó a su lado. Una vez en el suelo, extendió sus brazos a cada lado, y simuló un gran abrazo. Logrando que ambos rieran. E ignorando por completo que un mágico ser invisible los observaba desde la esquina de la habitación.
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—Tu familia es extraña. —dijo Elliot, recostado en la alfombra.
—Es algo raro escuchar decir aquello de un ser que se hace llamar Cupido y que aparece y desaparece como el maldito WiFi del vecino, maldita sea ¡Cambien el Internet! —gritó Emma a la nada.
Hace días sus padres habían cortado el Internet (culpa de Corbin) y había tenido que engancharse de la red de WiFi de Gloria, su vecina, sin contar la mala conexión de ésta, y que la señal se iría y vendría cada 5 minutos.
—Touche. —dijo el chico sonriendo.
Emma, nunca había sido de las típicas chicas que quedará embobada ante una sonrisa con hoyuelos, dientes relucientes y unos bonitos ojos. Pero aquel rostro, era simplemente... Perfecto, ¿Cómo no lo había notado antes?
—Oye, ¿sabías? Los perros no solo ven en blanco y negro, en realidad, pueden distinguir los colores, pero no de la misma manera en la que lo hacen los humanos. —comento Elliot, acariciando suavemente el pelaje de su mascota. —Por ejemplo, los perros tienen la posibilidad de diferenciar entre un tono azul y uno amarillo, pero no pueden hacerlo entre un tono rojo y uno anaranjado, algo raro ¿verdad? Es como si tuvieran un variedad limitada de colores... —prosiguió, completamente ajeno al estado en el que Emma se encontraba sumida.
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Un cupido Online
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