Capítulo 19

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—¿Realmente crees qué sea buena idea? —pregunto Emma, temerosa. Mientras, Elliot, vertía pequeñas gotas de una de las pociones que siempre llevaba guardada en su cinturón mágico.

—Por supuesto. —respondió él sin mirarla.

—Pero, no lo entiendo ¿No habías dicho hace ya un tiempo que no debíamos usarlas?

—No. Dije, que siempre es mejor que los sentimientos nazcan y crezcan naturalmente y no por medio de una poción.

—¿Acaso no es lo mismo?

—No —dijo seriamente, levanto la mirada y la observo detenidamente ¿Por qué tenía que lucir tan bella? Pensó internamente. Negó, sacudiendo la cabeza y nuevamente concentro su mirada en ella—. Mira, Emma, necesitamos hacer esto, es nuestra única opción. Estas pociones —señalo su cinturón, escondido por la camisa que llevaba puesta—, no crean sentimientos, solo hacen que salgan a la luz más rápido.. Adelantan el proceso, todos aquí la tomarán, y si al terminar la noche, alguien te confiesa su amor, sabremos que es él.

—Y si.. ¿Sólo es un error? ¿Sí esa persona únicamente está borracha?

—Bueno, según tengo entendido, los niños y los borrachos no mienten.. O algo así.

Emma, suspiro, estaba nerviosa, quería tomar cada vaso en el cual habían vertido aquella poción rosa y brillante, y tirarla por el retrete. No quería que nadie se le confesase, no quería que por culpa de esa persona–que irónicamente era su alma gemela–la presencia más especial para ella en ese momento desaparezca.

—¿Estas bien? —pregunto Brenda a su lado.

—Si... —respondió cabizbaja.

—No quieres hacerlo ¿Verdad?—pregunto su amiga. Pues era una de las personas que mejor la conocía, era su mejor amiga... casi su hermana. No había nadie más en aquella sala que la entendiera mejor que aquella joven que la miraba con tristeza y pesar.

—En este momento no importa lo que quiero. Importa lo que es correcto. —respondió Emma sin titubear, y se marcho cargando con ella una bandeja repleta de vasos que pronto serían repartidos a cada uno de los presentes.

*****

Elliot, no lo resistió, espero a que Emma tomara la bandeja con los vasos y en menos de un parpadeo abandono la cocina dejando detrás una estela de pequeñas estrellas, cada una más brillante que la otra. Se había alejado de ella. Era injusto. Muy injusto. Tan, pero tan injusto, que le daba rabia.

Quería desaparecer, rápidamente, olvidar al igual que lo hizo antes, deseaba con fuerza
que alguien le extirpara sus recuerdos y así dejaría de sentir, dejaría de doler.

¿Era amor, cierto? Vaya ironía, era el colmo que no lo supiera, su trabajo consistía en unir personas, formar parejas, el amor debía ser algo natural en él, sin embargo, allí estaba, cuestionando si lo que sentía era o no aquello por lo que existía.

Se pasó la mano por el cabello en señal de frustración, lo que menos quería era ser testigo de cómo Emma se enamoraba de alguien más, como esa dulce e inteligente chica suspiraba por alguien que nunca seria él.

Nuevamente se ubicó en el techo de la casa vecina, y la observo, se movía, como desplazándose, por cada rincón de la casa repartiendo los vasos que llevaban dentro la poción que pondría fin a su estadía en este mundo. Vio a lo lejos como cada ser en aquella casa tomaba un vaso y bebían de él ignorando completamente que quizá, ese pequeño trago cambiaría su existencia.

Suspiro, debía estar allí en cuanto la poción se active, él sería el primero en notar su presencia. Se levantó lentamente, y antes de que pudiera abrir sus alas por completo, lo sintió. Estaba allí, esa persona realmente estaba allí. Lo estuvo todo este tiempo, de eso estaba seguro, y hoy finalmente sabría quién era.

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