㉖ Retentiva

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Teníamos que ingresar a clases. Fui a mi casillero, saqué mis cuadernos, y fingí hacerlo.

En realidad, buscaba a Charleen; no importaba si teníamos que saltarnos clases, hoy teníamos que resolver nuestro conflicto de años. Estaba cansada de ser su juguete de bromas y burlas sin saber una razón concisa que no sea solo por ser «Courtney Anderson, la ingenua».

Me crucé con varios profesores, y ninguno de ellos se molestó en preguntarme porque llegaba tarde a clases. Llegué al pasillo donde estaban los casilleros de los Woodgate, y justo la encontré. Sin embargo, no estaba sola: Angélica y Julián estaban a sus costados.

Estuve en mi lugar unos momentos, preguntándome que carajos hacían ellos acá, y si hablar con Woodgate era el «asunto» por el que se fueron temprano de la cafetería. Angélica estaba muy cerca de Charleen y parecían tener una seria conversación, que se tornó un poco violenta en cuanto mi amiga la empujó contra los casilleros y la sostuvo por los brazos a la melliza. Lo más sorprendente fue que Charleen no se inmutó; los roles se habían invertido.

Julián se percató de mi presencia y codeó a Angélica para avisarle. Acomodé mi postura para que pareciera que recién llegaba y que no presencié aquel altercado.

— Court, ¿qué haces acá? Ve a clases, la campana sonó hace rato.

Fruncí el ceño al escucharla hablarme de esa manera. Había sonado tan autoritaria, y sabía que lo era, solo que nunca conmigo. No me acerqué ni retrocedí de mi lugar, preparándome para responder algo duro y desafiante.

—Lo mismo te podría decir a ti. — dije, e intenté alzar una de mis cejas.

Misión imposible. No pude sonar desafiante y tampoco mover mi pequeño musculito.

—Estoy solucionando algo con Charleen. —señaló traviesamente a la melliza.

— No tengo nada que hablar contigo. —Charleen trató de moverse a un lado y soltarse del agarre de Angélica, y casi lo logró, sino fuera porque me interpuse y la detuve.

—Pues conmigo sí. —sonreí cínicamente.

Esta era la razón por la que vine hacia acá, Angélica solo había acelerado mi objetivo.

— ¡Claro que no! —exclamó. —. No hablaré con ninguna de ustedes.

—Al menos ten la decencia de decírmelo a los ojos. —le recriminé. Woodgate estaba evitándonos, éramos dos contra uno, y por fin teníamos a la matona de Abney acorralada.

—Courtney, creo que es sufici-

—¿Estas deteniéndome, Julián? —pregunté estupefacta. —. ¿Tú, quien le puso el apodo de «matona»?

—No le hagas caso. —murmuró Angélica.

—Courtney, si crees que tuve algo que ver con tu pastel, estas mirando a la persona equivocada.

—¡Te vi, Charleen! —grité—. No trates de lanzarle la pelota a Iván o Moon High, ninguno de ellos estuvo ahí, solo tú.

—Suéltame —pidió. —. Y hablaremos.

Aún seguía agarrándole el brazo. Pero, lamentablemente, no confiaba en ella.

—No te creo.

—Ustedes dos deberían de hablar en un lugar más privado. —se entrometió Angélica. —. Tal vez podrían hacerlo en el cuarto del conserje.

La sugerencia de Angélica fue precisa. En cualquier momento los profesores nos interrumpirían para que vayamos a clases, y el cuarto del conserje, que estaba más cerca que un baño, era lo más accesible por el momento.

Cuando Ella LlegóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora