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E p í l o g o


Luego de esa noche, aprendí dos cosas:

1. Siempre hay que cambiarse los tacones apenas llegues a casa.

2. Tirar golpes sin haber recibido entrenamiento tenía sus consecuencias.

Luego de que los libros se consumieron por completo, apagamos las llamas y nos preparamos para irnos. No nos percatamos que Victoria estuvo detrás de nosotros todo el tiempo, observándonos. Angélica y Julián dijeron que se la dejáramos a ellos, porque eran los únicos que podían hacerla razonar. Casi me despido de Julián con otro puñetazo, pero mi mano ya estaba demasiado adolorida para soportarlo. Con Angélica fue diferente... nos volvimos a mandar a la mierda, y prometimos que esa sería definitivamente nuestra despedida.

Desde esa noche no volví a ver a los tres chicos. Y así estaba mejor.

En mi última semana en Asheville la pasé entre salidas con Elena y mis amigas, quienes aún no tenían ni idea que me iba, y aún no estaba preparada para decírselos. Cameron insistía que mientras más lo retrasaba, más difícil se haría de soltarlo, pero continué sin hablar. Eso le molestó un poco, pero sabía que le quedaban pocos días conmigo, así que se puso en modo neutro y seguimos reuniéndonos para ver películas y otras cosas. Je, je.

También fui al doctor, ya que, con los días, el dolor en una de mis manos incrementó, además de que paraba hinchada. El traumatólogo determinó que había sufrido un esguince, y ante la espera de una explicación hacía mis padres, les conté que había tratado de barrer la nieve del patio. Mis últimos días tuve que pasarla con un vendaje especial en la mano, más pastillas para el dolor.

— Estos arañazos... ¿También son por barrer la nieve?

Maldita Victoria. A pesar que los eventos fueron hace una semana, aún tenía postillas de los arañazos que me hizo la loca. Le asentí a mi madre, confirmándole que fueron por «barrer la nieve».

—Espero que en Florida no se te ocurra barrer la arena, porque habrá infinita.

Me reí de su comentario.

Estábamos terminando de empacar lo poco que quedaba de mi ropa. Nunca había visto mi habitación tan ordenada como lo estaba ahora. Lo único que tenía en mi escritorio eran los libros de Abney, que dejaría porque no los utilizaría. Mientras ordenaba y botada cosas, también me di cuenta que habían desaparecido los datos del pasaje a Florida y una copia de mi pasaporte, pero no me preocupé porque de seguro mamá los botó de casualidad.

Algunas de mis cosas ya estaban en cajas para que un transporte especial los recogiera y en unos días los llevara a Florida, ya que no podía llevarme conmigo en el avión mi cama o estante de chucherías.

—Se te va a extrañar, Courtney. —susurró mamá, mirando mi habitación y sentándose en mi cama vacía.

—También te extrañaré.

—No te olvides de visitarme.

Si mis padres decidían compartir custodia, tendría que estar regresando a Asheville cada fin de semana, y eso no eran pasajes que mis padres se podían permitir. Así que mi custodia había quedado a cargo de papá, con la condición que tendría que visitar a mamá en fechas especiales, a no ser que no quisiera.

—Lo haré cada vez que pueda. —dije.

—De acuerdo. —me palmeó la espalda. —. Vamos bajando, tu tío ya llegó con el auto.

Cuando Ella LlegóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora