⑪ Inesperado

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—Thaisita...— canturreé—. ¿Tienes mi trabajo de Historia?

Estaba cerrando su casillero cuando escuchó mi voz y se sobresaltó.

—Si... si lo hice— rebuscó en su mochila y sacó dos portafolios. Uno de ellos era el mío, y el otro le pertenecía a Angélica. — . Ahí tienes.

Se lo arranqué de las manos, murmuré un corto «gracias» y corrí a la clase de Historia, donde Angélica estaría esperándome.

La profesora Morgana ya se encontraba pasando lista a toda la clase cuando toqué la puerta desesperadamente.

—Lo siento...—susurré e ingresé rápido para sentarme al lado de Angélica.

—¿Tienes los trabajos? —me preguntó.

Asentí y le extendí el portafolio. Me levantó el dedo pulgar y volteamos para prestar atención a la clase que ya había comenzado. Pero, mientras los minutos pasaban, me era imposible concentrarme, necesitaba saber que había detrás del mensaje de Angélica.

Uhm...se me ocurrió que no me vendría mal escaparme de clases como los Woodgate. Nunca los había visto pasar por detención o dirección, parecían inmunes a esas cosas. Si yo lo intentaba tampoco me pasaría, ¿verdad?

Quise intentarlo por primera vez.

Tomé a Angélica del brazo derecho y con el libre agarré mis cosas. Ambas nos levantamos de la clase y corrimos fuera de ella, no sin antes dejar los portafolios sobre el escritorio de la profesora.

Ni siquiera nos llamó la atención. Ahora ya sabía porque los mellizos siempre se iban de esta clase: Morgana ni se inmutaba.

Caminamos hasta salir al patio, a una zona llena de árboles y un poco lejos de la cancha de atletismo y fútbol. Los estudiantes nunca pasaban por acá, excepto cuando eran exámenes; aquí era donde se relajaban con algo especial. Pero no era momentos de hablar de eso.

Nos sentamos en una banca que se encontraba ahí, y me eché sobre el regazo de Angélica. Ella sacó un libro para pretender que estábamos estudiando en caso si alguien pasaba y nos llamaba la atención, por andar de vagas.

—¿Qué quisiste decir con ese mensaje? —pregunté.

Soltó un largo suspiro.

—Bueno... —alzó las cejas.

¿Tan serio era?

No escuchaba nada más que no fuera la música de la fiesta. ¿Podía quedarme sorda por esto? Tampoco tenía idea de cuantas copas había bebido, solo sabía que no tenía cuenta de mis cinco sentidos, y que mañana no recordaría nada.

Me metí al baño para enjuagarme la cara, a ver si se me pasaba un poco la ebriedad. Me miré al espejo y dije «Solo dos horas, nada más, tú puedes aguantar». ¿Dos horas para qué? ¿Para irme a mi casa? ¿Cómo iría a mi casa?

Al salir, distinguí a Nathan. Dios mío, definitivamente los hombres han sido creados para volver locas a las mujeres. Vestía unos sexys vaqueros oscuros que resaltaban su trasero, y una camisa completamente blanca con una chaqueta gris. Definitivamente estaba para comérselo.

«La borrachera provocaba que fuera una pervertida»

Me acerqué lentamente hacia él, y sin decir un "hola" lo besé. El whisky que estaba bebiendo pasó a estar en mi boca, y por más desagradable que eso fuera, continuamos besándonos. Me pegó contra la pared mientras que posaba mis piernas sobre sus caderas. Pasé mis manos melosas sobre su suave cabello y él sus manos por mi cintura.

Cuando Ella LlegóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora