⑬ Partido

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Una semana. Había pasado solo una semana desde que me pregunté cuando llegaría el invierno, y ahora hacía un maldito frío del demonio.

—¡Abney! ¡Abney! ¡Abney! ¡Abney!

El pasillo era todo un alboroto, porque todos estaban gritando y animando al equipo de futbol que pasaba.

Sin embargo, en lo único que podía pensar era en donde podría meter mí cuerpo para que dejara de sentir tanto frío. Creo que ya no sentía ni los dedos de mis pies.

Luego de esa aventura en casa de los Woodgate, regresamos a mi casa para que mamá no sospechara que había escapado e infringido mí castigo. Papá me descubrió, pero prometió guardar el secreto, a cambio que preparara algún postre en la noche. Ese día no descubrí la razón por la que no les agradaba, aunque sospechaba que ese libro que vi en la caja de Charleen contenía algo, pero no tuve tiempo de abrirlo y tal vez nunca lo sabría.

Decidimos no volver a hablar del tema hasta que Cameron descubriera donde estaba su chaqueta. En los siguientes días lo vi mirándome de reojo durante las clases, como si quisiera acercarse a preguntarme por su prenda, y yo salía corriendo para evitarlo. Así pasó una semana, y ya no lo veía tan curioso por saber sobre su chaqueta, estaba más enfocado en recuperarse de su tobillo; ya había dejado las muletas, pero tenía una cojera que se notaba a metros.

Regresé al presente, exactamente al pasillo, donde los jugadores seguían recibiendo barra. ¿Ayer hubo partido? Nunca estaba enterada de cuando se llevaba a cabo uno, además, el único que me interesaría sería contra Moon High, así aprovechaba en ver a Raúl.

Supe que solo había una persona que sabía de todo este alboroto. Dejé mis libros desparramados en mi casillero y caminé hacia el salón reservado para Abney News. Kim tenía un lugar como escritora ahí, y si le preguntaba lo que ocurría, estaba segura que me contaría. El periodismo nunca me llamó la atención tanto como a Kim, es más, ninguna de las actividades extracurriculares me había llamado la atención, ni siquiera el coro de la escuela.

Cuando llegué, no toqué la puerta, solamente giré la perilla e ingresé. El salón no era como los demás, era mucho más grande y tenía más creatividad pegada en las paredes. Por todos lados había estudiantes corriendo de un lado a otro, de seguro con chismes o cronogramas de actividades de la escuela. La mayoría debía ser de chismes, era lo único que nos causaba demasiado furor para leer el diario escolar.

En una esquina había un escritorio como el de los profesores, solo que este tenía una gran computadora, y al lado había una impresora. Sentada y tecleando vi a cierta rubia, vestida con un polo amarillo muy chillón y pegado a su cuerpo, más una falda de cuero. Su outfit no estaba tan mal, parecía un poco hippie, y resaltaba su trasero.

Llegué a colocarme frente a su sitio, pero no notó mi presencia. Tuve que carraspear fuertemente para que despegara su vista del ordenador.

—Que sorpresa verte por aquí. —dijo, volteando su silla giratoria como la jefa de una de las empresas más importantes de Carolina del Norte.

—Yo también me sorprendo, no creí que este lugar seria... alborotado. —dirigí una mirada rápida a mí alrededor. Aguanté una mueca de asco; alguien estaba desayunando y todo el lugar olía a su comida.

—Llámame señorita Dussel, por favor. —bromeó.

Fingí seguirle la broma, riéndome. No estaba de humor para bromear o hacer conversación. Solo quería saber lo que ocurría con lujo y detalle y no por simple chisme de los pasillos.

—¿Cuántas veces te voy a tener que decir que no te sientes en mí escritorio, Kimber? —Mariel apareció entre le cúmulo de gente.

—¿Cuantas veces te voy a decir que uso tu impresora para imprimir mis fotos? —le respondió Kim en el mismo tono.

Cuando Ella LlegóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora