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P r e f a c i o


Estaba nerviosa.

Aunque no debía estarlo, pues no había hecho nada malo, solo lo correcto. Si, había hecho lo correcto. Sin embargo, aún podía oír en su cabeza todos los improperios que las chicas se lanzaban por los pasillos minutos atrás.

Se sobresaltó en su asiento cuando la directora golpeó el escritorio con la palma de su mano.

—Díganme, señoritas... ¿Qué las animó a pelearse, en el pasillo, frente a todos los estudiantes? —cuestionó la directora, amargada por haber sido interrumpida de su rutina diaria. No entendía cómo le agradaba a la señora estar todo el día sentada en la silla chequeando cámaras, notas, y atendiendo a padres sobreprotectores. ¿No le dolía la cabeza, o el trasero?

De todos modos, eso no importaba, y tampoco aportaba a la historia. La mirada furiosa e intimidante de la directora la vio obligada a bajar la cabeza y pensar en sus siguientes palabras con cuidado.

—Pues...—su compañera intentó hablar, pero se calló a los segundos. Sabía porque lo hacía: no sabía por dónde comenzar.

—Es una historia muy larga. —trató de excusarse.

A pesar de que tenía unas inmensas ganas en que la directora supiera todo lo que su compañera había ocasionado desde el mismísimo primer día en que llegó, temía que el tiempo no fuera suficiente y su plan de arruinarla fuera en vano.

La directora, al escuchar a ambas, se encogió de hombros. Parecía resignada. A continuación, cogió sus gruesas carpetas que estaban sobre el escritorio y las metió en uno de sus cajones. Tiró a la basura su vaso de café, volvió a tomar asiento y alzó sus pies para apoyarlos sobre su escritorio.

Las dos chicas quedaron perplejas.

La cuarentona— perdón, directora —, se dio cuenta de la impresión que había causado, y carraspeó para que las chicas salieran de su asombro. Cruzó las manos y las apoyó en su regazo.

—Me acabas de decir que la historia es larga— hizo una pausa para alisar su falda—. Ahora, no se preocupen, tengo todo el tiempo del mundo para escucharlas. —sonrió.

Las dos muchachas se miraron, transmitiéndose odio puro, y con algo de vergüenza, comenzaron a narrar los hechos que las llevaron hasta ese preciso momento.

Porque, ¿para qué iban a seguir ocultándolo? 

Cuando Ella LlegóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora