Hay gente que nace sin saber bailar, y aprende. Pero jamás se comparará con aquellas personas que nacen con la música inyectada en la sangre. Personas que son capaces de improvisar con cualquier canción, sea lírica, pop, o incluso rock.
-¡mueve tus caderas y flexiona tus rodillas!
Duele. Pero una vez que te acostumbras al dolor, desaparece. Notas como cada musculo de tu cuerpo se tensa, pero no importa, no puedes parar, el espectáculo debe continuar.
-¡De nuevo!
Notas como tu garganta se seca, y te duele al tragar, necesitas agua. Pero tampoco importa, el espectáculo debe continuar.
-¡al compás!
Piensas que te vas a desmayar ahí mismo. No sientes los brazos ni las piernas, no sientes nada. Pero, nuevamente, no importa, el espectáculo debe continuar.
No puedes más, tan solo quieres un descanso para que tu sangre circule bien por todo tu cuerpo. Pero no puedes, el espectáculo sigue hasta el final.
¿Quién dijo que bailar fuera fácil?
No es fácil hacer movimientos con manos y pies al compás, o incluso añadir un toque sensual en ellos. Tampoco lo es el tener que ser flexible, se necesita años y años de práctica para poder llegar lejos. No es fácil por el simple hecho de que no es fútbol.
El baile es difícil porque por muchos huesos que te rompas durante una función, no puedes parar, en cambio en cualquier deporte, cuando te rompes un hueso, paran el partido y te sacan. Pero en el baile no.
Mucha gente pregunta: “y, entonces, ¿Por qué te gusta el baile?” fácil.
Todo el mundo tiene una misión en la vida, y yo encontré la mía.
Bailar.
Sé que
Sé que es mi misión porque me es inevitable no mover mi cuerpo al escuchar cualquier canción, también lo sé porque no encuentro comparación a la sensación que me causa el escuchar la música por los altavoces y dejar que mi cuerpo baile por sí solo.
Me es inevitable que por mucho dolor que tenga, me levante al escuchar música e improvise otro de mis bailes.