Capítulo séptimo.

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-Cariño, despierta o se nos hará tarde- dijo mi madre desde el marco de la puerta de mi habitación.

Hace al menos un cuarto de hora que estaba despierta, y no quería levantarme de la cama, y mucho menos para dejar mi ciudad.

-Ya estoy despierta mamá- le contesté con una media sonrisa.

Me levanté de la cama después de estirarme. Esta mañana estaba un poco tensa.

Antes de ir al baño, me acerqué a la ventana una última vez, quería recordar cada detalle de mi barrio.

Vi como algunos de los vecinos se dirigían al trabajo con sus maletines, y un café en mano. Mi barrio no era gran cosa, pero realmente me gustaba. No era grande, pero tampoco era enano, tampoco era un barrio rico. Tenía un pequeño parque en el cual todos los niños iban a jugar casi todas las tardes con sus hermanos o madres.

Miré al cielo y me dije que hoy sería un día frío.

Volví mi vista a mi habitación y no pude evitar sentirme mal al ver todas mis estanterías vacías. Estaba segura que si ahora decía algo, resonaría el eco.

Me dirigí al baño a hacer mi aseo personal de cada mañana, para poder desayunar.

Cuando terminé bajé a la cocina a encontrarme con mi madre.

-Será mejor que desayunes rápido, o si no perderemos el vuelo-avisó mi madre. Me limité a asentir, no me sentía con los ánimos suficientes como para hablar con nadie, y mucho menos quería pagarla con mi madre.

Sin decir más me senté en un taburete que había por allí y me tomé los cereales con leche que mi madre me había preparado. Este desayuno fue algo incómodo, mi madre sabía que no quería irme, y sé que ella tampoco, pero no tenía opción.

La razón por la que nos mudábamos era desconocida para mí, cada vez que sacaba el tema mi madre simplemente me respondía: ‘Por nuestra seguridad, te enterarás dentro de poco’

¿De qué me tenía que enterar? No tenía ni la mínima idea.

Terminé de desayunar y corrí a mi habitación para coger la mochila de mano que había preparado para el viaje con lo necesario para entretenerme, como: un libro, mi portátil, el móvil con los cascos y una pequeña libreta para garabatear.

-Ya estoy lista mamá- dije bajando el último escalón del porche.

-Genial, pues puedes ir metiéndote en el coche, yo tendré que firmar unas cosas para trasladar las cosas a la nueva casa-me informó. Asentí y me metí en el coche, encendí la radio y cerré los ojos.

Me dolía dejarlo todo. Sobre todo a Diana y Andy mis mejores amigos. Me iría sin despedirme. Sí, algo cruel, pero aparte de odiar las despedidas, sé que no podría despedirme de ellos sin llorar o suplicar a mi madre quedarnos. No quería complicar las cosas.

[…]

-Hija, sé que no te gusta que nos vallamos de la ciudad, y a mí tampoco me gusta irme, pero sé que te gustará la nueva ciudad-soltó después de un silencio. Nos encontrábamos en el avión, rumbo a una ciudad desconocida.

-Mamá, tranquila. Sé que si nos hemos tenido que ir es por una razón grave, no te preocupes -le sonreí.

Me acomodé mejor en el asiento y me dispuse a escuchar música. Creo que sería lo único que me haría sentirme –al menos- un poco mejor.

Durante el viaje hice todo tipo de cosas, pinté en la pequeña libreta que tenía, inventé coreografías en mi mente, dormí media hora, jugué a juegos con mi ordenador y me aburrí más que una ostra, además de que mi culo se estaba quedando cuadrado de estar más de dos horas sentada en ese asiento.

-Por favor, sentaros en sus asientos, tomaremos tierra en varios minutos- avisó una voz femenina por los altavoces.

Inmediatamente me acerqué a la ventana para observar el paisaje. Necesita saber donde viviría.

Esperé unos minutos y luego empecé a ver edificios, y carreteras. Hasta que algo clave me hico darme cuenta de dónde me encontraba. Vi aquella noria gigante que se hacía llamar ‘London eye’.

Estaba en Londres. Sonreí, quizás esto no estaría tan mal.

Sweet DanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora