El dorso de su mano cayó en la mejilla del pequeño con fuerza, haciéndolo caer al suelo con un jadeo dolorido.
—¡Deja esos juguetes y ve a partir leña! —ordenó fieramente.
La criatura se levantó sin quejarse y caminó a la puerta trasera, yendo directo al cobertizo en el que estaban las herramientas.
Su madre iba tras él con sus habituales murmullos cargados de desprecio.
Le dio una patada cuando tropezó y él se levantó con velocidad para que el golpe no se repitiera. Tomó con torpeza el hacha pues, con siete años, no tenía la fuerza que deseaba tener.
—No sirves para nada —espetó la mujer—. Ni siquiera para ser hombre.
El pequeño dejó caer el hacha sobre los trozos de árbol seco y los partió por la mitad, esperando complacer a su madre, deseando impresionarla siendo el hombre que quería que fuera.
—Debí matarte cuando Dios me concedió la oportunidad —apuntó, sujetando entre sus blancos dedos el crucifijo plateado que colgaba de su cuello. A él se le encogió el corazón. No era la primera vez que le decía aquello pero igual dolía tanto como la ocasión anterior. Y la anterior. Y la anterior a esa.
—Lo siento mucho, madre —dijo quedito. Siempre sentía la necesidad de disculparse. De cierto modo, se arrepentía de haber nacido, se sentía culpable de hacerlo, aunque no entendiera que no era algo que pudiese evitar.
—¡Cállate! ¡Sabes bien que no me gusta que me hables! —Ella se cubrió las orejas con las manos y cerró los ojos—. ¡No soporto el sonido de tu voz! —gritó rabiosa y abrió los ojos de nuevo. El niño pudo ver en ellos la ya familiar mirada de asco que, al parecer, sólo tenía para él.
Lo peor de todo era que sabía por qué su madre se sentía y lo trataba así. Lo había descubierto hacía apenas unas semanas y, aunque apenas comprendió aquella información, entendió bien cuando el médico dijo que no era su culpa. Fue lo que único que le importó.
Notó sus diminutos dientes apretados con fuerza.
Los ojos del niño no se llenaron de lágrimas como siempre, conocía el dolor demasiado bien y ya no le temía. Lo aceptaba, sabía que formaría parte de él el resto de su vida. No le temía al dolor ni a su madre, ni a las noches que lo encerraba en su habitación sin cenar.
No le temía a sus gritos ni a su desprecio. No temía del castigo de Dios que, según su madre, él obtendría ni de las plegarias para que muriera que su mamá tantas noches rezó.
La miró parpadeando, confundido ante sus pensamientos y con un extraño sentimiento, que hacía sentir caliente su sangre, creciendo en su interior.
Se quedó inmóvil, mirando a su madre a los ojos como nunca había hecho, esperando la siguiente bofetada que lo iba a derribar. Pero el siguiente golpe no llegó.
No llegó porque él se movió primero y la empujó con sus delgados brazos lo más fuerte que pudo, hasta que aquél amenazante cuerpo cayó en el pasto húmedo del patio.
No llegó porque la sorpresa de la mujer era tanta que se quedó paralizada en el suelo. No llegó porque el pequeño tomó el hacha y la dejó caer en aquellos brazos crueles que lo habían lastimado tanto una y otra vez.
El siguiente golpe no llegó porque, sin manos, ¿qué daño le podía hacer?
NOTA: ESTA HISTORIA PUEDE CONTENER ESCENAS ALTAMENTE DESCRIPTIVAS.
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La historia se encuentra sin editar, disculpa mi pereza, parfavar.
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No olvides mi nombre©
Mystery / ThrillerTres cadáveres. Tres niños asesinados. Ninguna pista aparente del culpable. Scott Bathory tendrá que descubrir la identidad del asesino antes de que haya otro homicidio. Mientras, deberá luchar contra sus propios fantasmas; esos recuerdos que lo a...