Capítulo XXVIII

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El bate cayó en la caldera.

Los golpes empezaron a volar en todas direcciones.

Scott mantenía la navaja en su puño pero ahora que Shawen estaba desarmada, temía usarla. Cayó al suelo cuando recibió dos puñetazos de la joven y ocultó bajo el cuerpo de James el arma.

Estaba a punto de levantarse para seguir peleando cuando Annie dejó caer la silla contra él. Bathory gritó, sintiendo el metal hacerle un corte en la espalda.

—¡Vamos, vamos! ¡Levántate! —clamaba Shawen.

No podía hacerlo.

Todo le dolía demasiado.

Ella se acercó a él y se detuvo a sus pies, respirando agitadamente. Escurría sangre por su barbilla y tenía la piel cubierta por una fina capa de sudor. Su ceja estaba abierta. Tenía el cabello desordenado y la camisa cubierta de sangre y tierra.

Notaba la vena de su cuello palpitar en la penumbra y su mirada desorbitada por la rabia.

—¡Vamos! —gruñó.

Scott levantó ambas piernas y pateó su vientre, haciéndola trastabillar y caer de espaldas. Trató de ponerse de pie pero sus piernas no le respondieron. La escuchó reír y se estremeció.

Su risa seguía siendo dulce y franca.

Pero no era Shawen.

No más.

Apoyó bien sus talones en el suelo y se levantó, tomando grandes bocanadas de aire y apretando con fuerza su costado derecho. Antes de que la joven se levantara, la pateó.

Le regresó al doble los golpes que le había dado mientras yacía en el suelo.

—¡Para! —La oyó gemir—. ¡Para, por favor! —suplicó.

Su suave voz se filtró entre las murallas de Scott, haciéndolo detenerse. Le latía el corazón ferozmente y no había centímetro en su cuerpo que no sintiese dolor.

Ella se retorció en el suelo y escupió una gran cantidad de sangre. Temblaba sin control y Bathory buscó las cuerdas que antes había arrojado para atarla. La luz de la caldera no era suficiente y su visión nublada tampoco ayudaba pero las encontró.

Creyó escuchar el chirriar de unas llantas.

Y la arena del sótano crujió bajo los pesados pies de Annie.

Se giró con las sogas en la mano justo a tiempo para recibir otra patada de Shawen. Y esta vez, su costilla crujió como una rama al romperse.

Soltó un grito desgarrador y cayó sobre su espalda de nuevo, sintiendo arder la herida que el impacto de la silla le había hecho antes.

—¡Basta, Scott! ¡Voy a terminar mi trabajo! —aseguró, intentando arrancarle una metálica pata a la silla—. ¡No importa cuánto luches!

—¿Qué es lo que quieres, Shawen? —improvisó Scott, arrastrándose hacia el cuerpo de James y dejando una línea de sangre en el suelo.

—¡Quiero que el mundo sepa quién soy! —vociferó—. Nadie podrá impedir que me revele, Bathory, buscaré a otros niños rotos y los repararé para que todos se arrepientan de juzgarnos por lo que deseamos ser.

Por Dios, había perdido totalmente la cordura.

—¡Hay otras maneras, Shawen, no tienes que matar a nadie!

Trataba de ganar tiempo pero parecía que el cuerpo de James estaba demasiado lejos. No podía voltear para comprobar cuánto le faltaba para alcanzarlo o Shawen sospecharía.

Le faltaba el aire.

Estaba seguro de que se desmayaría de dolor en cualquier instante.

—No, no las hay —dijo tranquilamente—. Esta es la mejor forma. Si lo hago a mi manera, sabrán quién soy y jamás, jamás van a olvidarme.

El trozo de metal brilló por el fuego de la caldera cuando Shawen lo alzó sobre su cabeza para acabar con su vida.

Y luego, dos segundos de silencio sepulcral que fueron rotos por un disparo.

Scott sintió las gotas de sangre salpicar su rostro y notó la fuerza de Shawen menguar al instante mientras su rostro reflejaba su total confusión.

El arma que blandía cayó al suelo con un hueco tintineo y la joven posó sus manos en su vientre abierto.

La bala había atravesado su cuerpo, haciéndola ahogar un gimoteo de dolor.

Scott se incorporó cuando Shawen cayó de rodillas y lo miró a la cara. Sus ojos era un mar profundo de emociones en los que Bathory casi se ahogó.

Se movió hacia un lado y Annie cayó junto a él, asfixiándose con su sangre, tendiéndole la mano. Bathory no pudo evitar tomarla.

—Tranquila —balbuceó con suavidad—. Resiste, vas a estar bien.

Scott sintió la presencia de sus compañeros en el sótano, acercándose; escuchó distraídamente que alguien pedía una manta.

Parecía que el tiempo estaba detenido y él no supo cómo dejar de mirar a su joven compañera desangrase. Notó que sus labios carmesí se movían y se inclinó, a pesar de dolor en sus costillas, para saber qué decía.

—N-no lo olvides, Scott —pidió con su suave voz ahora frágil y rota. Shawen sujetó su muñeca con la poca fuerza que le quedaba y Bathory sintió sus ojos humedecerse.

Sus facciones estaban marcadas por el dolor, la inquietud, el miedo, la demencia. Se convulsionaba agonizante y el inspector lamentó profundamente tener que ver su vida extinguirse.

—Scott, no... —pronunció de nuevo, con su última exhalación—. No olvides mi nombre.

Las lágrimas escaparon de los ojos de Bathory. La mano de su compañera soltó la suya, su rostro se congeló y sus ojos quedaron vacíos de vida.

El inspector sabía que la delicada sonrisa de Shawen lo perseguiría por siempre. Se dejó caer de espalda, sintiendo a su vez que se derrumbaba a un oscuro abismo.

—Descansa, Anthony —murmuró, segundos antes de desmayarse.

No olvides mi nombre©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora