Capítulo XVIII

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La enfermera no conseguía que la mujer entrara en calor.

Desde que había recibido la orden de dejarla descansar, nadie había entrado. Pero por la madrugada, sintiendo el descenso en la temperatura, había decidido darle un vistazo para arroparla.

Apenas logró reaccionar cuando vio a la señora Helen desmayada en un rincón, espantosamente helada y con un golpe en la cabeza.

La observó por largo rato pero no veía cambio en lo frío de su piel ni en el ritmo de su pulso.

Era una desgracia, una terrible desgracia.



Carla quería que Lane terminara de una vez con su llamada, pues Bathory lo esperaba para hablar. Después de tres minutos, regresó a la oficina.

—Perdón —dijo con la mirada aturdida—. Mi madre escoge los momentos más inapropiados para acordarse de que existo.

Scott frunció el ceño. Eran como las cuatro de la mañana, ¿pensaba que era idiota? Nadie hizo comentario alguno y Bathory se apoyó en su escritorio, frotándose las sienes. Suspiró, cansado con anticipación de su discurso.

—Viví aquí hace mucho tiempo —declaró con una exhalación. Shawen, que había estado con el rostro clavado en la pared, se giró para prestar atención mientras él continuaba.

—Tenía diez años cuando me marché y pasé los siguientes veintiséis tratando de olvidar lo que viví aquí. Algunos de ustedes ni siquiera habían nacido entonces. Otros, bueno, posiblemente quedan algunos que lo recuerdan.

Le dio una mirada a Brown, quien sonrió con tristeza, y Lane entrecerró los ojos. Scott lo miró a la cara.

—O han oído habladurías —masculló—. Mi padre era inspector en jefe de Laytown en aquél tiempo y un adicto a las apuestas, para nuestra desgracia. Tenía ocho años cuando nos secuestraron a mi madre y a mí, por culpa de sus deudas. Nos llevaron a lo que hoy llaman la casa maldita.

Bathory sonrió levemente cuando vio a Cao removerse inquieto ante tal mención.

—Se encontraba en una olvidada remodelación por aquellos años por lo que resultaba una buena guarida. No los agobiaré con detalles pero mi estancia ahí fue un jodido infierno. Ultrajaron a mi madre frente a mí, me golpearon hasta que me desmayé de dolor y me despertaron decenas de veces para volverlo a hacer.

Scott apretó los dientes con tanta fuerza que sus siguientes palabras fueron apenas entendibles.

—Mi padre ni siquiera respondió las llamadas. Fingió ante todos que habíamos ido con unos familiares lejos del condado —expuso, pasándose la mano por el cabello—. Terminó dándose un tiro cuando recibió partes del cuerpo de mi madre en una caja.

El silencio que cayó sobre la habitación era una tortura.

Carla lucía demasiado horrorizada para hablar y Lane miraba a cualquier parte menos a él. Brown asentía de vez en cuando, recordando aquello que había olvidado, mientras el oficial Cao parecía estar a punto de llorar.

Annie Shawen, sin embargo, lo miraba fijamente. Había una mezcla de emociones en sus ojos que Scott no supo descifrar.

—¿Cómo escapó? —quiso saber, después de largos segundos manteniendo el contacto visual. Parecía realmente interesada en su respuesta, aunque estaba seguro de que sospechaba la respuesta.

—Cuando se enteraron que mi padre se suicidó, decidieron deshacerse de mí. Tenía ocho años y estaba muy débil; casi muerto de hambre y frío. Dejaron a un hombre para que se encargara y por poco lo consigue —recordó, llevándose una mano al abdomen.

Rememoraba cómo había bajado el hombre al sótano, silbando y con la sierra eléctrica arrastrando, golpeando cada escalón que descendía como una cuenta regresiva. Veía de nuevo su sonrisa cruel, cómo se burlaba de lo inútil que había sido al tratar de ayudar a su madre mientras la hacía suya.

Podía sentir de nuevo el castañeo de sus dientes, el crujir de sus huesos, el dolor en cada centímetro de su piel. Revivía el momento en que el hombre se acercaba para hacerlo trizas y las heridas profundas que logró hacerle antes de que reaccionara y tratara de huir.

—Lo maté —confesó, su voz áspera—. Antes de lograr huir... Para poder huir, lo maté. Y no me arrepiento de ello —agregó mirando a Annie.

Y ahí estaban de nuevo, las miradas de las que hace años huyó; lástima, morbosa curiosidad, temor. Recordaba los dedos que lo señalaban en la calle, los susurros inquisitivos, el rechazo.

Dos años lo soportó, tratando de ajustarse, de pertenecer, pero era demasiado. Un primo de su padre se lo llevó de Laytown y, aunque lo abandonó en cuando pudo mantenerse por sí mismo, siempre se sintió agradecido.

—Quizá para ustedes no soy digno de confianza. Quizá crean que mi pasado enturbia mis emociones o me hace un hipócrita de doble moral. Pero créanme, lo único que aquello me dejó, es la sed de justicia —declaró, dirigiéndose directamente a Lane y Carla.

Botti bajó la mirada con las mejillas encendidas y Josh no sabía dónde meter la cabeza. Se sentía terrible. Quería ir con el alcalde y darle una paliza por hacerle creer sus estúpidas teorías.

Aunque no podía negar que aún tenía sus reservas, después de todo, en aquél entonces su padre estuvo bajo el mando del padre de Bathory y, dramatizados o no, sus relatos seguían siendo importantes para él.

Lo había juzgado muy duro, podía aceptarlo. Su molestia por no obtener el puesto, las teorías y peticiones del alcalde sobre vigilarlo, las palabras de su padre y la necesidad de probar su valía, lo habían hecho actuar exagerada y paranoicamente.

—¿Qué quiere que hagamos? —atinó a decir, mirando la barbilla de Bathory para evitar sus ojos.

Scott entendió que ya estaba todo en orden con su gente y los observó a todos, pasando sus ojos de uno a otro, curioso y distraído. Se detuvo de nuevo en Shawen, quien miraba el suelo con ferocidad, y suspiró suavemente.

¿Ellos también guardarían secretos?

No olvides mi nombre©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora