Capítulo XI

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Se sentó en el borde de la cama y la miró.

—Tienen a alguien como sospechoso —contó, entrelazando sus dedos helados y heridos—. Sabes qué debo hacer ahora, ¿verdad, mamá?

La mujer en su silla de ruedas, tembló. Asustada, asqueada. Como hacía cada vez que la visitaba.

—Te hice una pregunta —gruñó y la enferma asintió rápidamente—. Así es, él no va a apropiarse de mi trabajo. No lo voy a permitir.

Hizo una pausa y notó los muñones de su madre sacudirse

—¿Tienes frío? —La mujer asintió de nuevo, insegura.

Con toda la crueldad que ahora le definía se puso de pie y le arrancó las mantas que la cubrían. La silla se meció un poco ante la brusquedad y la mujer gimió aterrada, desconociendo lo que le iba a hacer.

—¿Recuerdas cuando rompí tu figurita, aquél cisne de cristal, mientras limpiaba la casa? —La mujer alzó la mirada, con los ojos bien abiertos, y negó—. Oh, yo sé que sí lo recuerdas —dijo, tomando la silla de ruedas y girándola hacia un rincón.

Tomó el respaldo y la sacudió hacia delante para tirarla. La anciana cayó con un ruido seco y un quejido de dolor, golpeándose la cabeza con la pared. Lanzó la silla al otro rincón y se puso en cuclillas frente a su madre.

—Me lanzaste sobre los vidrios rotos y me pateaste. Me dijiste que debías tirarme junto a esos pedazos como la basura que era.

La vio comenzar a llorar y estuvo a punto de patearle la cara por la ira que sentía.

—Yo también lloré, ¿recuerdas? Lloré cuando me arrastraste afuera y me encerraste en el cobertizo toda la noche mientras caía nieve —negó con un sonido nasal y la mujer en el suelo ya tiritaba—. Moría de hambre. Tenía frío y heridas por todo el cuerpo pero no te importó. Nunca te importó.

Sabía que aún tenía movilidad en sus piernas pero era casi nula y le tomaría bastante tiempo ir por su silla. Salió de la habitación con los sollozos de su madre retumbando en su cabeza, cerrando suavemente la puerta.

—Se quedó dormida y dijo que no quería cenar —avisó a la enfermera que se acercaba al cuarto—. Que no la molesten hasta mañana, por favor.

Sonrió y la joven enfermera se alejó sin titubear.

Con un suspiro sintió la piel erizarse por el frío que hacía pero, de alguna manera, no lo sintió, ya no podía; era impermeable. Le satisfacía saber que su madre no.

Tronó su cuello con un movimiento de cabeza, se acomodó el uniforme y se fue.


Después de una breve pausa, Bathory estuvo ocupado el resto del día.

Hablando con familiares de las víctimas, respondiendo preguntas sin realmente responderlas, intentando hacer que el Comisario tomara cartas en el asunto en vano.

Estaba hasta las narices.

Lo peor era que la gente en Laytown se cerraba si hacía demasiadas preguntas. Se ponían a la defensiva cuando quería ahondar en el pasado de cualquiera. No entendía el por qué; él formó parte del pueblo alguna vez.

Terminó más irritado por el comportamiento de la gente que por no haber conseguido información. Encima, al llegar a la estación, discutió con un par de elementos que no comunicaron haber visto movimiento en la casa de Helen dos días atrás.

—Nadie entra a ese lugar —había dicho uno—. Esa casa está embrujada, inspector. ¿No sabe las horribles cosas que pasaron ahí? —Apenas se pudo contener de lanzarles un puñetazo. O dos.

Claro que lo sabía.

Extrañamente pensó en la actitud de Shawen respecto a la casa, y en la manera en que había visto al agente Lane sujetar su brazo antes de que se fuera, como si le pidiera que no lo hiciese.

Ella se había zafado de su agarre con dificultad y Bathory estaba seguro de que Josh estrellaría su puño contra la pared. Se giró cuando el chico miró a sus alrededores; no quería que lo notara espiando.

No le dio importancia en ese momento; quizá había algo entre esos dos.

Colgó la llamada en la que estaba y miró al reloj. No era tan tarde pero necesitaba dormir. Estaba recogiendo sus cosas cuando notó un post it que él pegó horas antes en su monitor.

El oficial Brown estaba disponible de nuevo, después de una caída en sus rondines que lo hizo desmayar, y le había avisado que pasó a las celdas para revisar a Simmons quien no paraba de gritar que deseaba salir.

Suspiró y arrugó la nota antes de tirarla. Mientras salía de su oficina recordó también que Shawen no se había reportado en todo el día. Tomó su teléfono para llamarla pero antes se dirigió a las celdas.

Las instalaciones no eran de lo mejor pero al menos cumplían su cometido. Las pesadas botas advertían de su recorrido por el pasillo, sin prisa, mientras la luz amarillenta titilaba. El vacío del lugar sólo hacía más imponente su presencia.

—Hola, James —dijo al llegar a su destino. El detenido, que estaba sentado en el suelo sujetando su cabeza, alzó la cara con velocidad y se levantó de un salto al reconocer a quien le hablaba.

—Scott —murmuró. Podía notarse en su mirada cómo se encendía la llama—. Cuánto tiempo sin verte, hermano.

No olvides mi nombre©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora