Capítulo III

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Annie Shawen daba dos paseos diarios: a las seis de la mañana y a las seis de la tarde.

Recorría el pueblo diariamente sin falta. Todo el lado sur primero; por la tarde, el norte. Alternaba las rutas que recorría para verificar que todo estuviera en orden y fortalecer sus piernas.

La mayoría que conocía su rutina salía para charlar con ella un rato y terminaba enterándose de cada detalle interesante de los habitantes de Laytown.

O fuereños.

Durante su caminata se había detenido dos minutos a observar la callejuela en la que la primera niña había sido encontrada. Fue cuando recibió una llamada de Lorraine, una viuda desesperante pero muy comunicativa, que le chillaba haber visto un hombre desconocido rondando la escuela.

Estaba a tres cuadras del plantel por lo que salió de la vereda y regresó al camino principal, apremiando el paso mientras llamaba a Bathory.

Pensó en lo misterioso que le parecía el inspector. Siempre taciturno y observador, como si supiera algo que el resto no y le ponía de los nervios. Sabía que se había marchado del pueblo por problemas familiares, un accidente o algo parecido, que no logró soportar.

No podía evitar preguntarse por qué había regresado.



A sus treinta y seis años, Scott Bathory era todo menos buen conductor.

Culpaba por supuesto al suelo de Laytown, siempre húmedo o cubierto de nieve. Haber vivido más de quince años en Rox Worth, al sur del país, donde el clima era árido y las temperaturas se mantenían por los treinta grados centígrados, no lo prepararon para saber controlar su auto en la nieve.

Y no es que fuera demasiado difícil pero estaba acostumbrado a pisar a fondo sobre la terracería y en Laytown debía ser muy cuidadoso para asegurar el margen de reacción en caso de derrapar lo cual le desesperaba.

La ciudad se encontraba en las vísperas del invierno y el frío, que oscilaba los catorce grados centígrados como temperatura promedio, empezaba a descender.

No le gustaba, prefería el calor arrogante y al sol tostándole la piel. Estaba incómodo con tantas prendas encima para controlar su frialdad y se sentía incluso ridículo cuando veía a niños correr de un lado a otro con ropas ligeras.

Y él ataviado con una chaqueta sobre otra.

Al menos a Shawen le pasaba lo mismo. Ella llevaba toda su vida viviendo ahí y era tan friolenta como él. En una ocasión en que se quedó dormido en la estación, ella lo cubrió con una manta y, al pasar su mano cerca de su cuello, lo hizo saltar despavorido por lo helada que estaba.

La oficial se alejó corriendo y cubriendo sus manos, apenada, disculpándose tantas veces por haber olvidado usar sus guantes que terminó por fastidiarle. Siempre traía guantes, el uniforme abotonado hasta el cuello y cientos de sudaderas y pantalones de algodón debajo.

O al menos, eso le decía ella.

Cuando se estacionó frente la escuela vacía, Shawen ya estaba ahí y le hizo una seña negativa en cuanto lo vio.

Se había ido.

Por supuesto, no esperaba que se quedara pero tampoco pensaba dejarlo pasar. Mientras Shawen se acercaba y subía al auto llamó a los oficiales Cao, Lane y Brown. Los tres tardaron bastante en contestar y sospechó que estaban aún resentidos porque fue él, un extraño, el ascendido.

Excepto Shawen, ella le dijo desde el principio que tenía su apoyo y, si era sincero, le daba igual. Tenía sus motivos para estar de vuelta y le importaba un cuerno a quién le agradaba o a quién disgustaba.

—¿A quiénes llamó? —preguntó Annie cuando él dejó de dar indicaciones y colgó.

—Al resto de oficiales. Cada uno llamará a un elemento para hacer los rondines. —Ella frunció el ceño.

—¿Sólo un oficial y un policía? —Él asintió, diciéndole que no quería llamar demasiado la atención—. De acuerdo, llamaré a Martin.

Era con el que mejor se llevaba. Empezó a sacar su teléfono móvil pero fue interrumpida.

—Yo también iré —anunció Bathory—. Y usted va conmigo.

No olvides mi nombre©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora