Era casi medianoche y aunque quería, no pudo dejar de llorar por lo que acababa de escucharle confesar.
—No pretendía... No quería, mamá. Pero ella reaccionó de la peor manera, no cumplió su promesa, y no pude. Yo, Dios, no pude detenerme.
Se pasó la mano por el cabello y ella le dejó de mirar. Era un monstruo, aquello tenía que parar pero no sabía qué podía hacer.
Dudaba que alguien supiera que estaba encerrada en aquel hospital, posiblemente creyeran que estaba muerta o que había huido del pueblo años atrás. Apretó los ojos para calmarse pero su pecho dolía tanto que apenas podía respirar.
La pequeña Haley, siempre curiosa y radiante. La recordaba, la conocía, conocía a cada persona en Laytown antes de desaparecer. Haber trabajado como secretaria en la escuela le había permitido conocer a muchos y su memoria, que era lo único que quedaba sano en ella, los traía a su mente con facilidad.
Podía imaginar a la joven, siempre interesada en los solitarios chicos misteriosos y las niñas repudiadas sin hogar, crecer hermosa y simpática, con su inocente corazón tan cálido y dulce como su sonrisa.
Era peor que imaginar a niños que no conocía, mucho peor.
—Pero no importa. Su nombre, mamá, su nombre es lo que importa.
Se puso de pie y miró a su madre en la silla de ruedas. A veces le daba lástima pero había aprendido bien que, en ese mundo cruel y despiadado, para sobrevivir, no había espacio para la compasión.
Los espíritus débiles debían ser erradicados.
Las criaturas mal hechas, también.
Ya habían preguntado a todos, seguían con los rondines, buscaban pistas hasta debajo de las piedras pero no tenían nada.
Bathory se pasó la mano por el cabello y se alejó de la ventana, desvistiéndose mientras cruzaba su habitación para tomar un merecido baño.
¿Cuatro víctimas sin dejar un indicio?
¿Cómo era siquiera posible?
Abrió la llave y su piel se erizó al sentir el agua caliente caer sobre ella. Eran las tres de la madrugada y debía ir a la oficina a las cinco, dos horas para dormir eran como una patada en el culo.
Su mente seguía maquinando teorías y maldecía de vez en cuando al pésimo acceso del pueblo a buena tecnología. Los laboratorios necesitaban mejor equipo y también se requerían más elementos.
Pero el trabajo policial era tan tranquilo que la mayoría se iba a la ciudad o prefería trabajar en la maderería pues, al parecer, la paga ahí era mejor.
Tomó la toalla cuando terminó de ducharse y se secó descuidadamente, rodeando sus caderas con la tela y acercándose al tocador del baño. Limpió el espejo y se observó por unos segundos; los ojos velados, los rasgos endurecidos, las arrugas que curtían su piel cobriza.
Y las cicatrices de su caja torácica.
Hizo una mueca, no le gustaba verlas.
Pasó sus dedos sobre la piel fruncida que formaba largas líneas a través de su abdomen y apretó los dientes. Era un sobreviviente, debía aceptar las huellas que la vida dejase en él. Pero era difícil.
Salió del cuarto de baño y se sentó en el borde de la cama, el lugar que rentaba era minúsculo pero pasaba poco tiempo en él así que no importaba; además no se sentía capaz de tomar la casa que le dejaron sus padres.
Se puso los calzoncillos, dos pares de calcetines y la gruesa pijama de lana a una velocidad vertiginosa, para no sentir el frío cuando lo caliente de su piel acabara, y se zambulló en el montón de mantas que era su cama.
Y soñó.
Vio a un chiquillo herido a punto de morir por el frío y sintió la sangre que cubría cada centímetro de su piel.
Sueños, recuerdos, dolor.
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No olvides mi nombre©
Mystery / ThrillerTres cadáveres. Tres niños asesinados. Ninguna pista aparente del culpable. Scott Bathory tendrá que descubrir la identidad del asesino antes de que haya otro homicidio. Mientras, deberá luchar contra sus propios fantasmas; esos recuerdos que lo a...