Capítulo IV

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La tranquilidad que reinaba en la calle era una liberación. Nadie más circulaba fuera.

El único ruido que oían era el ronroneo del motor y el de sus respiraciones pesadas; lo que suponía un absoluto contraste a un mes atrás cuando, a pesar de ser tarde, la gente seguía recorriendo las calles junto a sus sonrientes hijos, totalmente despreocupados.

Ahora parecía un pueblo fantasma.

Bathory decidió ir a los lugares en los que se habían encontrado a las víctimas y después dar recorridos a todo el pueblo. Estaba seguro de que si ese hombre estaba involucrado, visitaría sus escenas de crimen.

Pero no vieron a nadie.

Shawen le aconsejó pasar también a la casa Simmons, donde vivía la primera víctima, para preguntar a su madre si había visto algo sospechoso.

La gente en Laytown se protegía los unos a los otros y estaba segura de que cada habitante estaba atento de cualquier movimiento que les resultara extraño.

—Apague las luces —pidió Shawen conforme se acercaban a su destino. Scott dudó pero lo hizo, apenas podía ver a través del aguanieve que caía—. Creo que hay alguien afuera de la casa Simmons.

Él detuvo el auto y ambos bajaron, entrecerrando los ojos y caminando con calma hacia la casa.

Bathory se estremeció cuando una ventisca de aire envió la escarchada llovizna a su cara. Distinguía difícilmente una silueta oscura ante la casa, con las manos en los bolsillos y a un paso de entrar.

—¿Cree que deberíamos acorralarlo? —Scott negó.

Cuando estaban a unos seis metros, el sujeto pareció percibir su presencia y volteó hacia ellos. Los observaba y ninguno de los dos dejó de avanzar lentamente.

Entonces el hombre se sobresaltó, como si hubiese descubierto quiénes eran, y giró en redondo sobre sus pies, echándose a correr en dirección al bosque que rodeaba el pueblo.

Scott no dudó y se apresuró a perseguirlo con Annie Shawen dos pasos detrás de él. La nieve amontonada que recubría la acera crujía cuando la pisaba y su respiración agitada formaba nubes de vaho que quedaban tras de sí.

Todo sonido fue silenciado, no escuchaba más que su pulso resonando en sus oídos y sus exhalaciones salvajes haciendo eco en su interior. La adrenalina inundó su sangre y apretó los dientes decidido a darle alcance.

Su corazón latía con ferocidad y el aguanieve lastimaba la piel de su cara mientras sus piernas se estiraban y golpeaban el piso para correr con más velocidad.

Pero el desconocido era más rápido y a diferencia de él, no resbalaba cada cuatro pasos con la nieve. Conocía el terreno, no cabía duda. Gruñó cuando advirtió que lo perdía de vista y fue entonces que, al tropezar de nueva cuenta, notó que Shawen le gritaba.

—¡Espere! ¡Inspector, deténgase! —Tuvo que aminorar la marcha.

—¡¿Qué?! —Espetó él sin aliento, girándose hacia su compañera cuando el extraño se perdió en las sombras del bosque. El furor de la persecución comenzó a desvanecerse, sentía su sangre caliente y la piel sudorosa.

Annie lo observó; bufaba exaltado y tenía la mirada desorbitada como un animal embravecido. Por un segundo sintió temor pero se relajó cuando lo vio pasarse las manos por el cabello y después apoyarlas en sus rodillas para recobrar el aliento.

Él sabía que no iba a alcanzarlo de todas formas pero odiaba pensar que, de estar en Rox Worth, lo habría atrapado. Se irguió y miró a la oficial esperando una respuesta, había corrido justo detrás de él y no mostraba los mismos signos del cansancio que él experimentaba.

Ella tomó un par de respiraciones antes de hablar, para controlar su pulso. Sentía la mirada de Bathory sobre ella como un arma cargada, lista para dispararle si no hablaba.

—Lo conozco —dijo alencontrar su voz—. Es el padre de Ángela Simmons; la primera víctima. 

No olvides mi nombre©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora