Bathory desenfundó su arma en un parpadeo y entró a su departamento cerrando la puerta tras él.
Su corazón bombeaba sangre a su sistema con velocidad y casi contuvo el aliento mientras, con paso firme pero seguro, revisaba cada rincón. El lugar no era muy grande por lo que en segundos lo recorrió.
Notó una caja sobre su cama pero la ignoró para revisar el baño. Cuando vio que estaba despejado, guardó su arma y sacó unos guantes de su mesilla de noche que se puso de inmediato.
Se detuvo al pie de la cama y tomó un par de fotografías, deshaciendo cuidadosamente el moño de listón dorado que mantenía la caja cerrada. Sintió que su ojo izquierdo temblaba y parpadeo para calmar sus nervios, concentrándose en controlar su respiración.
Sujetó los bordes de la tapa y cerró los ojos unos segundos, alejando su inquietud, respirando hondo. Podía escuchar sus latidos feroces llenar la habitación. Abrió los ojos y retiró la tapa ágilmente; ahogando un gemido de incredulidad, dio un paso atrás cubriéndose la nariz con el brazo.
Una mano.
Había una mano en la caja.
Bathory volvió a acercarse con una exhalación pasmada y sacó su móvil para tomar otro par de fotografías. Se agachó un poco para ver mejor y observó detenidamente el contenido, soportando apenas el hedor.
«Sé que es estúpido porque hace mucho nos divorciamos pero no puedo deshacerme de esa sortija».
Las palabras de James Simmons retumbaron en su cabeza al contemplar el anillo que la mano llevaba. Cuando dejó salir a Simmons él se ofreció a llevarlo y James le dijo que debía pasar por sus pertenencias, entre ellas su sortija de matrimonio; lo acompañó a recogerlas y de ahí se separaron.
«Sigo amándola, Scott, y ese anillo me recuerda que alguna vez también me amó».
—No puede ser —musitó, retrocediendo lentamente.
«Encuentra a quién le hizo eso a mi niña».
Bathory se dio cuenta de que sus ojos se humedecían y aunque sabía que debía pedir refuerzos, no conseguía salir de su estupor. Acabada de estar con él, de volverlo a ver, se rehusaba a creer que hubiese muerto.
Se dijo que podía ser cualquiera pero pronto cambió de opinión. Dio un paso hacia la caja de nuevo, con la garganta seca y el corazón en un puño. La sangre que escurría en el lugar del corte estaba líquida, haciéndole saber que seguía vivo cuando se la amputaron.
Aferrándose a la posibilidad de que siguiera vivo, y tratando de suprimir sus emociones, sujetó la mano de la caja y la movió un poco, dejando ver una especie de tarjeta debajo. La sacó y sintió su barbilla temblar de ira al leerla.
No debiste volver, Scott.
Ahora debes ayudarme
a revelar mi nombre.
•
Un espasmo lo sacudió y gimió de dolor.
Tuvo que morderse el labio para no llorar.
Estaba en un sótano oscuro, atado a una silla, y el nauseabundo olor que llegaba a su nariz lo hacía querer vomitar. Parpadeó un par de veces, se había desmayado después de...
—Esto te pasa por entrometido.
Saltó en el asiento al oír aquella voz entre las sombras. Le sonaba familiar y lo recorrió un escalofrío. Intentó recordar dónde estaba.
Después de recoger sus pertenencias, cuando Scott lo dejó libre, salió de la comisaría por un costado para volver a la vieja casona por el resto de sus cosas. Caminó en calma con las manos en los bolsillos y los recuerdos flotando en su cabeza.
Entonces escuchó pasos pesados arrastrarse sobre la nieve. No le dio importancia hasta que creyó que, quizá, su amigo había regresado y quería darle alcance; se detuvo y se volvió pero no vio nadie.
Entrecerró los ojos, confundido, y su corazón se sobresaltó sin razón aparente. Tragó saliva y regresó sobre sus pasos al ver marcas sobre la nieve que no le pertenecían. No es que fuese una calle desierta pero, por la hora y la temperatura, dudaba que alguien estuviese afuera.
Se arrepintió de regresar cuando notó un movimiento a unos metros de él, en la esquina de un edificio que fungía de bodega para la comisaría, como si alguien se hubiese asomado a verle.
—¿Quién está ahí? —Había soltado nervioso, preparado para enfrentar a quien saliera a atacarle—. No tengo dinero si es lo que buscas —agregó más confiado.
—Tienes algo mejor.
Escuchó como respuesta y se inquietó de inmediato por la amenaza latente en aquella tranquila voz.
No supo reaccionar a tiempo.
En lugar de echar a correr dio un paso al frente, estúpidamente curioso y enojado, cuando el cuerpo oculto en la oscuridad saltó contra él. Lo había inmovilizado en un segundo y le puso una gasa en la boca que le impidió gritar.
Supo que lo había drogado, supo quién lo había atacado y entendió que, igual que a su dulce hija, lo asesinaría.
Abandonó sus desalentadores pensamientos y volvió a su realidad en aquél oscuro sitio.
—No te conozco —atinó a decir, soportando la agonía de su desmembramiento—. No me he metido en nada.
Hubo un largo silencio.
Simmons intentaba mantenerse inmóvil para no aumentar el dolor. El crujir de la arena en el sótano lo hizo alzar la vista. Se acercaba. Apenas podía mantener los ojos abiertos pero necesitaba verle.
Agudizó el oído cuando un peculiar sonido inundó el lugar. Era agudo y constante, como un cuchillo siendo afilado.
—Volviste a investigar sobre tu hija, James. Abriste viejas heridas también. Debo apresurar mi trabajo antes de que, por tu culpa, Bathory se inmiscuya más. Y además...
Se interrumpió para acercarse y Simmons pudo ver un hacha entre sus manos. Su voz, su voz seguía retumbando en su cabeza. Alzó la cara cuanto pudo y posó su mirada cansada en el cuerpo que se erguía frente a él.
—Me conoces —terminó.
La garganta de James se cerró cuando sus ojos, a pesar de la penumbra, vislumbraron el rostro de su atacante y le logró reconocer.
—Tú —susurró incrédulo.
Y esa fue su última palabra.
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No olvides mi nombre©
Mystery / ThrillerTres cadáveres. Tres niños asesinados. Ninguna pista aparente del culpable. Scott Bathory tendrá que descubrir la identidad del asesino antes de que haya otro homicidio. Mientras, deberá luchar contra sus propios fantasmas; esos recuerdos que lo a...