El doctor había ido a verlo.
Se sintió muy incómodo cuando le pidió que se desnudara para él pero, haciendo acopio de valor, lo hizo. Alguna vez había leído que era incorrecto que un adulto observara de manera extraña las partes íntimas de un niño, más aun si las tocaba.
Y él lo había hecho.
Por alguna razón no se alarmó ni se sintió mal como creyó se sentiría, más bien era curiosidad lo que le apretaba la garganta. Al principio, él médico lo tocó con sus espesas cejas tan juntas que parecían una sola y después mantuvo los ojos bien abiertos mientras examinaba unos papeles.
Pero su mirada siempre volvía a él, a su pequeño cuerpo desnudo.
No le dijo ni una palabra y el pequeño tampoco emitió sonido alguno aunque moría por preguntar qué sucedía. Los gestos del hombre llamaron tanto su atención que se sentía intrigado. En parte, tenía miedo. Estaba asustado de tener una horrible enfermedad porque, de ser así, su madre menos lo querría.
El doctor le sonrió y le pidió que se vistiera de nuevo, saliendo apresuradamente del cuarto con sus papeles apretujados en una mano. El niño se puso la ropa rapidito y se mantuvo descalzo para acercarse a la puerta, sabía que si la abría despacio no haría ruido.
Su madre estaba en el pasillo con el médico, cerca de las escaleras. Estaba lejos y no escuchaba bien pero podía ver a su madre agitar las manos y cubrirse la cara. Decidió acercarse. Su corazón latía muy rápido, le recordó al de aquel blanco conejo que su mamá le hizo matar meses atrás.
—¡Yo lo sabía! ¡Ése pequeño engendro! Dios ha... —El niño bloqueó sus oídos, como siempre hacía cuando su madre despotricaba contra él. Sin embargo, la voz del sereno hombre llamó de nuevo su atención.
—No es culpa del pequeño, señora Helen. Nunca había tenido un caso como este pero no es único —La mujer sujetó su crucifijo—. Si me permite darle seguimiento, podríamos proceder con cirugía y hormonas que... —Ella comenzó a negar con vehemencia, dándose cuenta de que él niño estaba cerca.
—¡¿Qué haces aquí, entrometido?! ¡Lárgate! ¡Fenómeno!
El pequeño se volvió con rapidez y se dirigió a su habitación, alcanzando a notar que el doctor trataba de controlar a su madre.
No importó todo lo que su mamá le gritó mientras corría. No importaron los golpes que aumentaron de frecuencia después. Dejaron de importarle los castigos, el hambre; dejó de sentir dolor.
Se sentía libre, no tenía culpa alguna de que su madre lo detestara, no había hecho nada mal. Era sólo ella, que parecía incapaz de amar.
Y con el tiempo, dejar de sentir culpa le infundió valor.
Decidió que si su madre no lo aceptaba, si elegía no quererlo, entonces debía aprender a temerle.
Y él le iba a enseñar.
Bathory empezó a sacudirse.
Su piel estaba helada y aunque el calor de caldera lo alcanzaba, resultaba insuficiente y sus dientes empezaban a castañear.
No quería mirar a quien estaba frente a él, sentada en suelo con las piernas cruzadas y media sonrisa en el rostro. No era ella. Simplemente ya no era ella.
—Voy a matarte, Scott —anunció, con una suavidad que lo hizo detener sus movimientos. Maldita fuera su voz—. ¿Hay problema si te tuteo? Hemos pasado por tanto que me parece ridículo.
El inspector la miró, parecía realmente interesada en su respuesta.
Negó levemente y ella sonrió, haciendo que su corazón diera un ligero vuelco. ¿Quién era? ¿Quién era esa persona que lo miraba ahora? ¿Por qué... cómo había dejado de ser aquella jovial y entrometida oficial?
—¡Bien! —soltó—. Entonces empieza —incetivó, y Bathory frunció el ceño—. Vamos, vas a morir, ¿quieres irte sin saber cómo demonios fallaste?
Sintió una furia tremenda nacer dentro de él.
Su lengua parecía más ligera pero el tintineo de sus dientes era el que no lo dejaba hablar. Pensó en hacer preguntas aleatorias para ganar tiempo y, poco convencido, procedió.
—¿Quién eres? —Shawen rodó los ojos.
—Ya sabes quién soy —Él reformuló su pregunta.
—¿Quién es Anthony Shawen? —La joven sonrió.
—Soy yo.
Scott entrecerró los ojos y ella rió amistosamente. Guardó silencio y asintió, apoyando su barbilla entre sus manos y sus codos sobre sus rodillas.
—Hace un tiempo, en Laytown, nació un niño; escondido y repudiado. Era fruto de un pecado. De un delito. Del odio —suspiró—. Era diferente, Scott, lo fue desde su concepción y pasó toda su infancia sumido en la ignorancia y soportando el desprecio de quien sólo debía darle amor.
»Ay, ya, ya sé que es muy triste no pongas esa cara. Todo ese odio lo hizo más fuerte aunque por aquél entonces él no lo viera así. Fue horrible, su vida, fue un terrible castigo. Hasta que descubrió la verdad y se convirtió en el verdugo.
Scott Bathory ya había juntado las piezas pero necesitaba estar seguro. Sentía ligeramente menos fuerte el agarre de las cuerdas pero debía conseguir más libertad de movimiento.
—¿Qué descubrió? —dijo con un fingido interés, tratando de mantener su rostro impasible.
Shawen ladeó la cabeza y suspiró, poniéndose de pie para darle la espalda.
—¿Sabes que él siempre quiso complacer a su madre, ser lo que ella quería que fuera? Siempre exigió. Más fuerza, más valor, más frialdad. Ella lo hizo cambiar, lo obligó a ser quien no era. Lo hizo un monstruo —espetó.
Hizo una pausa para luego soltar un grito rabioso.
—¡Espero que esté ardiendo en el infierno! ¡Maldita! ¡Maldita, Helen!
Scott aprovechó su arranque para moverse más. Estaba sumamente cansado, los parpados le pesaban y sus muñecas ardían tras su espalda. Las fuerzas lo abandonaban cada vez un poco más aunque se obligó a resistir.
—¿Qué descubrió? Dime qué descubrió Anthony.
La oficial se giró hacia él y empezó a reír. Scott pudo ver que sus mejillas brillaban por un par de lágrimas derramadas.
—Anthony —susurró con nostalgia, limpiándose torpemente la cara—. Anthony descubrió que en realidad era «Annie».
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No olvides mi nombre©
Mystery / ThrillerTres cadáveres. Tres niños asesinados. Ninguna pista aparente del culpable. Scott Bathory tendrá que descubrir la identidad del asesino antes de que haya otro homicidio. Mientras, deberá luchar contra sus propios fantasmas; esos recuerdos que lo a...