Capítulo 42: Anhelo.

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(Leo)

— ¿Dónde está?— fue lo primero que inquirí cuando Tamara me abrió la puerta.

Entré en el departamento haciéndola a un lado sin mucha consideración y escaneé el lugar dando por hecho de alguna manera que la encontraría hecha un ovillo en el sofá, vistiendo esos escandalosos pijamas aunque pasaran ya de las tres de la tarde, quejándose con su compañera de alguna estupidez que la había disgustado.

No obstante, contrario a lo que esperaba, Alison no estaba ahí.

Al menos no a la vista.

— ¿Quién?—se colocó a mi lado con el desconcierto y la extrañeza inundando sus orbes.

—Alison, dónde está—repetí, más nervioso con cada segundo que transcurría.

No me enfadaría saber que ella estaba molesta conmigo en tanto supiera que estaba bien.

Tenía una horrenda tendencia a paranoia, síntoma que se derivaba de mi fobia a no poder controlar una situación. Si Alison no estaba conmigo y no tenía ni idea de dónde carajos encontrarla, el animalillo de la inquietud comenzaba a comerme por dentro.

—Ella no ha venido aquí en días. ¿No se suponía que estaba contigo?—la castaña frunció el ceño, preocupada y yo me toqué el puente de la nariz, sintiendo lo peor aproximarse—. ¿Se han peleado?

—No—aseguré y me detuve un momento—o al menos no que yo sepa.

Me senté en el raído sofá que adornaba la pequeña sala y coloqué los codos en mis rodillas, con la cabeza gacha.

No sabía nada de Alison desde hacía tres días. Ninguna llamada. Ningún mensaje. Nada.

Cuando me había ido a Inglaterra y la había dejado atrás me había asegurado de que estuviera vigilada por mi hermana e incluso en ese lapso ella había resultado terriblemente lastimada. Sin tener a nadie que la cuidase lo único que podía imaginarme era lo peor.

Los pies de Tamara iban de un lado a otro; mordiéndose las uñas mientras trataba de encontrar alguna explicación a lo que estaba sucediendo.

—Leo, Alison es impulsiva—me toqué la frente y cerré los ojos. Dime algo que no sepa—Debiste haber hecho algo que la disgustó y está haciendo su teatro. No deberías preocuparte tanto. ¿Por qué no vas a buscarla al hospital? Tal vez aún puedas alcanzarla.

—No—rebatí—. Ésta no es otra de sus rabietas infantiles. Ya he ido al hospital y la doctora Hoffman me ha dicho que no se ha presentado desde hace tres jodidos días—me puse en pie y me pasé la mano por el cabello, sintiendo a la exasperación oprimiéndome la garganta—. No es propio de ella abandonar el trabajo sólo porque sí.

—Por favor no me asustes—rogó la muchacha— ¿Estás insinuando que algo pudo haberle sucedido?

El terror oscureció su semblante y puesto que Tamara era como una hermana para Alison—casi una madre—, sabía que presentarle esa posibilidad de manera contundente no haría más que alterarla. No sabía exactamente cómo estaban las cosas entre ella y su pareja pero no me parecía conveniente asustarla aún más si su plano sentimental estaba inestable.

—No, no lo sé—extraje de mi bolsillo la cajetilla de cigarrillos y me dispuse a fumar inconscientemente. Sabía que a Tamara no le gustaba el olor pero tampoco me pidió abstenerme, así que procedí.

Estaba por acabarme la cajetilla que había comprado en la mañana y apenas pasábamos del mediodía.

Era mi manera de tranquilizarme. Había dormido poco durante los últimos días y podía resultar un comportamiento extremista y en algunos casos hasta ridículo, pero tenía el presentimiento de que algo no iba bien, de que ella no estaba bien.

Jade [+18] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora