Capítulo 49: Decadencia.

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(Alison)

El disparo que resonó en la instancia me hizo gritar.

Estaba tan concentrada tratando de parar la sangre que emanaba del costado de Bastian que me había olvidado por completo de todo lo que me rodeaba.

Giré el rostro hacia el lugar donde segundos antes había escuchado difusos gritos y forcejeos y el alma abandonó mi cuerpo cuando vi a Chelsey presionando su hombro izquierdo con una mueca de dolor compungiendo sus bonitas facciones, con la sangre corriendo por todo su brazo.

Raymond la hizo a un lado con poca delicadeza y la muchacha lanzó un grito que reverberó por toda la sala. Las lágrimas le corrían a chorros por su bonita cara y tenía los labios tensos por el dolor.

—¡Suelta el arma!—gritó Leo con la voz en cuello, dejando al descubierto emociones que jamás había visto en él tan abiertamente: la desesperación y la cólera desnudas asaltaban sus palabras y ganaban terreno en su rostro.

Raymond dio un pequeño salto por la impresión y una sonrisita maliciosa adornó su rostro, contorsionándolo de tal forma que la vista era grotesca.

—¿Vas a dispararme?—escupió y un hilillo de baba corrió por su barbilla—. ¡HAZLO! ¡DISPÁRAME! ¡Jodido mocoso!

No podía despegar la vista de Leo, que tenía los ojos tan clavados en su tío que pensé por un momento, que lo perforaría con ellos. Su boca era una línea delgada y una vena saltaba de su cuello, terriblemente tenso.

En ningún momento había dejado de apuntar al hombre, que permanecía inmóvil.

Bastian soltó un quejido y volví a concentrarme en él, buscando parar la hemorragia, buscando evitar el sangrado que llenaba mi ropa y mis manos.

Estaba tan blanco como el papel.

—No soy como tú—masculló Leo con voz tensa—. No soy ningún monstruo.

Su tío, que permanecía sentado en el piso con las manos apoyadas sobre él, soltó una risotada burlesca.

—Tienes razón, y no ser como yo, siempre representó para ti tu más grande error.

Entonces levantó el arma que había mantenido sobre el suelo y mi corazón dio un vuelco.

Quise ponerme en pie, gritar, correr, pero mi cerebro parecía no estar conectado a mis extremidades porque pesaban como plomo y sabía que no llegaría a tiempo.

Un grito se abrió por mi garganta al tiempo que cerraba los ojos, incapaz de contemplar la escena y esperé el resonar del disparo, con un montón de imágenes extendiéndose por mi cabeza; cada una peor que la anterior.

Pero el resonar nunca llegó.

En su lugar, escuché un montón de cristales haciéndose añicos.

Cuando me atreví a mirar, el tío de Leo yacía de lado sobre su cuerpo en el suelo, inmóvil, y una lluvia de cristales rodeaba su cabeza.

Daphne estaba de pie detrás de su cuerpo y respiraba pesadamente.

—Ese jarrón era el favorito de mi madre—dijo con voz ahogada y se retiró un mechón de cabello rubio del rostro—. Pero te estabas tardando demasiado y este hijo de perra tiene que pagar el haber herido a mi hermano.

La rabia que irradiaba su cuerpo la hacía temblar, pero se colectó a sí misma. Leo asintió con la cabeza antes de relajar sus hombros y mirar el maldito pandemónium que era la sala.

Tomó su celular y llamó a una ambulancia y la policía.

El lapso de las horas siguientes fue una masa difusa que no podía y no quería discernir.

Jade [+18] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora