Capítulo 37: De vikingos y testículos de cordero.

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Maratón (?) 3/3

(Alison)

Reikiavik.

Tuve que releerlo más de tres veces para poder pronunciarlo correctamente.

Leo había tenido el tiempo de su vida burlándose de mí mientras yo intentaba aprender lo básico en islandés para no ser abandonada a mi suerte si lo perdía de vista. Era un asco con las lenguas nórdicas.

Það er ekki til...¿Baðherbergið?

Me miró por un instante en el que creí que lo había pronunciado todo correctamente, hasta que se soltó una risa, desplomando todas mis ilusiones. Podía ver cómo tenía que luchar para no soltar una carcajada y evitar molestar a los otros pasajeros pero enserio, no podía estar tan mal en idiomas como para ser incapaz de pedir un baño.

Salerni—me corrigió—. Van a mirarte extraño si vas por ahí pidiendo una regadera—volvió a burlarse. Colocó una mano en mi rodilla en un acto reconfortante—. No te estreses tanto, las únicas palabras que necesitas saber son bjór, Flugstöðin, pylsa y takk, no necesitas nada más. ¿Por qué tantos problemas?

Mi mente quedó en blanco apenas terminó de recitarlas. Iba a morir tirada en una zanja a ese paso.

— Bueno, porque tú me arrastraste hasta acá—repliqué—. No entiendo por qué tenemos que viajar hasta el otro lado del mundo para tener vacaciones. Podríamos haber ido a Canadá, donde sí hablan nuestro idioma y donde no me tirarán a una zanja por ignorarte.

Esa vez no pudo contenerse y dejó escapar una carcajada que me hizo reír a mí también. Leo no se reía mucho, hablaba poco y siempre mantenía ese semblante neutral que lo hacía dar miedo algunas veces. No obstante, sus ojos eran siempre el reflejo de lo que estaba pensando; había aprendido eso de él en el año que llevaba conociéndolo porque siempre había mucha intensidad en ellos. Cuando estaba furioso, estresado, molesto, feliz: podía leerlo en el negro y el gris.

Pero lo mejor era su risa. Él era muy apegado a las risas de medio lado, a reírse entre dientes, a las risas débiles. Cuando se reía de verdad, cuando algo lo divertía enserio, era un sonido envolvente, profundo y seductor.

—Hay algo que quiero mostrarte que no podrás contemplar en Canadá—confesó y la curiosidad me asaltó enseguida.

—¿Qué cosa?

—No puedo decirte.

—¡Leo, por favor!—rogué como una niña pero él se mantuvo firme.

—No.

El vuelo había sido largo pero cómodo. Cuando llegamos a Islandia, a la ciudad de Reikiavik, la noche ya había caído sobre nosotros, acompañada por aires gélidos y un cielo encapotado. No perdió el tiempo y se apresuró a rentar un auto. Era como si no fuera nada nuevo para él, como si conociera la ciudad igual que la palma de su mano. Se movía con seguridad entre las arterias de cemento que se desplegaban ante nosotros. Las luces de la vida nocturna brillaban como velas suspendidas por una especie de fuerza invisible, alumbrando más allá de lo que mi ojo podía percibir y en menos de media hora, llegamos a un lugar verdusco, con una arboleda adornando todo el camino de la entrada. Debía verse precioso de día, no obstante, de noche me sentía dentro de una película de terror.

Para aumentar mi temor, llegamos hasta unas cabañas de estilo rústico, grandes y misteriosas a la orilla del camino adoquinado. La mayoría permanecía con la luz encendía, con una distancia de muchos metros entre una y otra. Debía ser mejor así, más cómodo para las personas que deseaban mantener su privacidad.

Jade [+18] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora