Capítulo 29: Lazos familiares.

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(Alison)

Por favor Dios, haz que pare de sufrir y sólo llévame.

Fue mi primer pensamiento al despertar con la resaca más aplastante de toda mi vida.

Nota mental: No volver a beber vodka puro si se quiere preservar el buen estado de salud.

Coloqué una almohada sobre mi cabeza en un pobre intento por aminorar la jaqueca. Todo esto era culpa de Leo y su maldita costumbre de abrir las jodidas cortinas todas y quiero decir, TODAS las mañanas, como si fuera alguna especie de Mary Poppins que necesitara ver el sol para empezar bien su día. Cosa que en realidad no hacía efecto porque siempre encontraba la más mínima cosa para molestarse. 

Mi sesión de sueño reparador se vio interrumpida por el rugir de mi estómago y con toda la aversión del mundo por dejar ir al mejor invento del hombre—que en mi opinión era la cama— me puse en pie, sólo para descubrir que la única prenda que traía encima eran mis bragas. Me pasé una de sus camisetas por la cabeza, con las letras de Harvard estampadas por todo el pecho. Me hice una coleta alta y me dispuse a bajar.

—Miren quién volvió de entre los muertos—comentó con burla al verme y yo golpeé su hombro al pasarlo de largo.

—Muy gracioso McCartney—dije con desdén y él soltó una risita baja.

Apuré un gran vaso de agua como quien hubiese estado preso en un calabozo y Leo puso frente a mí una taza de café humeante en cuanto terminé. Lo miré con una ceja enarcada, dubitativa.

—Pensé que después de tu pequeña versión del Oktoberfest de ayer, necesitarías algo que te hiciera funcionar de nuevo el cerebro.

Lo fulminé con la mirada al tiempo que él me ignoraba y volvía a centrarse en el periódico de aquél día. Lo observé mientras sorbía de mi café como quien miraba un documental de Animal Planet explicando la vida de un espécimen en su hábitat natural. Él me maravillaba. Sí, te quitaba el aliento sólo con verlo y su impetuosa presencia enigmática lo hacía alguien irresistible. Todo elegancia, todo ángulos y líneas duras. Jamás pensé que él podría ser mi tipo o peor, que yo pudiera ser el suyo. Éramos una disparidad tan marcada como el blanco y el negro, como luz y oscuridad y aún así, sentía que tenía toda una vida en común con él. 

Tenía miedo de Leo, miedo de que su presencia desequilibrara toda mi ecuación y acabara con todo aquello que tan meticulosamente había construido.  Miedo de que, si yo se lo permitía, traspasara la fina línea que dividía el corazón de Jade y el corazón de Alison. Pero aquél idiota había entrado irrefutablemente en ambos y era algo que ya no podía parar.

— ¿Qué?—su voz me sacó de mis cavilaciones—. ¿Se te perdió algo?

—No—di un sorbo más y sentí el líquido calentar hasta lo más profundo de mí—. Gracias por el café, lo necesitaba.

Él se  encogió de hombros y cerró el diario.

—Cómo sea. Debo irme, es tarde. Trata de no incendiar el departamento mientras no estoy—tomó sus cosas y se dispuso a salir.

—Qué poca fe tienes en mí—dije a modo de juego acompañándolo hasta la sala y por un momento me sentí como la típica esposa estúpida que despedía a su marido con un beso de suerte y un buen día y después se ponía a tejer. La diferencia era que ni siquiera teníamos una relación y yo quería hacer algo más con mi vida antes de ser la esposa ejemplar.

Negó con un deje de diversión antes de irse sin mediar una palabra más.

Deposité la taza en la mesita de la sala y me estiré. Aquél iba a ser un día muy productivo, estaba segura.

Jade [+18] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora