Capítulo 34: Decisiones.

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(Leo)
—¿Has hablado con ella?—inquirí en cuanto atendieron a la llamada.
Sí...bueno, algo así—el tono de voz de mi hermana era dubitativo—. La encontré en el hospital pero parecía...no sé, distraída.
—¿A qué te refieres con distraída? Nina, ¿Alison está bien?—la apremié mientras observaba la gravilla del camino que llevaba hasta el portal de la casa de los Colbourn, donde se asentaba la vieja ciudad de Gran Bretaña.
Sí, por lo que vi está...está... No entiendo por qué tanta paranoia en estos días. ¿Tú estás bien?
Apreté con fuerza el pequeño artefacto. Tenía un muy mal presentimiento del cual no podía deshacerme y conforme pasaban los días no hacía más que ganar fuerza en mi cabeza.
—No lo sé Nina, algo simplemente no se siente bien—introduje la mano en mi bolsillo e hice un esfuerzo por permanecer tranquilo—. Ella me llamó el día de hoy en la madrugada. Cuando respondí lo único que escuché fue un ruido sordo y después nada. Al llamarla nuevamente me transfería directamente a buzón. La he llamado cada hora pero el resultado sigue siendo el mismo.
Tal vez su teléfono está muerto desde ayer y no ha podido cargarlo porque no tiene tiempo...—escuché el claxon cerca y me imaginé a mi hermana conduciendo como una maniaca por las calles de la ciudad—. Tal vez simplemente está muy ocupada. Cuando fui a verla al hospital apenas y me dirigió la palabra, parecía nerviosa y hasta estresada. Creo que la doctora Hoffman debería hacer algo al respecto con el número de pacientes que atiende su hospital, ni siquiera les da tiempo para mantener una charla, es tan injusto. Deberían...deberían...
—Nina, cállate y concéntrate en el camino.
Mi hermana suspiró.
Lo sé, lo siento. Hermanito, en verdad no quiero alarmarte pero sinceramente ella no parece estar bien. Es posible que no esté durmiendo lo necesario e incluso que no coma correctamente, la veo con menos peso que antes o quizá es sólo que alucino porque me pegas tu paranoia. También es posible que haya caído en ese estado por culpa de tu matrimonio. ¿Ella sabe que vas a casarte?
Cerré los ojos con fuerza. El recordatorio me resultó agrio. Cada vez que pensaba en que tenía que casarme con una maldita desconocida se me revolvía el estómago.
—A este punto todo el mundo lo sabe—señalé—. Aunque no creo que su estado actual tenga algo que ver con eso, Alison es fuerte y centrada, no se dejaría derrumbar por algo así.
Bastardo insensible—siseó mi hermana con molestia bajo su tono—. ¿Cómo lo sabes? Puede que ella la esté pasando mal por eso. Tal vez esté planeando llevar a cabo una prueba de amor al estilo shakesperiano y se mate, o...o...
—Nina, no haría algo así. Estás alucinando—estaba comenzando a exasperarme. Rasqué mi cráneo y pegué más el auricular a mi oreja—. ¿Qué te dijo ella? ¿Dijo algo sobre lo que le está pasando?
En realidad no dijo mucho. Simplemente me sonrió forzadamente al verme y ahí fue cuando me di cuenta de lo mal que estaba. Leo, estoy preocupada por ella.
Lo sé, yo también lo estoy pensé dejando que la preocupación entrara por la alfombra roja de mi mente.
—No sé qué hacer, el proceso con la empresa es demasiado lento. He tratado por todos los medios de impedir la boda pero sólo he logrado retrasarla. No sé cuánto tiempo más tendré que estar aquí—admití y me toqué el puente de la nariz, irritado.
Si quieres un consejo lo mejor sería que volvieras pronto. Francamente no creo que ella espere por ti eternamente y si no acabas con esa farsa pronto, Alison posiblemente ya no esté para recibirte con los brazos abiertos cuando todo esto termine.
El peso de sus palabras cayó sobre mí como un montón de piedras. Jamás pensé que mi hermana sería capaz de decir ese tipo de cosas y mucho menos impregnadas de tanta seriedad.
—Hago todo lo que puedo pero apresurar las cosas con los Colbourn podría resultar en algo catastrófico.
Haz lo que creas que es mejor hermanito. Sólo espero que estés plenamente consciente de la posibilidad de perderla si no juegas bien tus cartas.
Cortó la llamada un segundo después y me mantuve en mi lugar, aún con el celular en la mano, procesando todo lo que me había dicho. Hablar con Nina únicamente había servido para reforzar mi malestar.
‹‹ Hermanito, en verdad no quiero alarmarte pero sinceramente ella no parece estar bien. Es posible que no esté durmiendo bien e incluso que no coma correctamente››
Me pasé las manos por el cabello dejando que las emociones se adueñaran una vez más de mí aunque no fuese propio de mi persona. Era un cambio que había estado experimentando durante los últimos meses.
Pateé la gravilla liberando un poco de la angustia y la impotencia que sentía. Quería ir hasta ella y cerciorarme de que estaba bien. Había intentado llamarla un millón de veces, incluso había incurrido a las redes sociales o al mail, pero ella parecía haber desaparecido de la faz de la Tierra. Estaba considerando seriamente enviarle una lechuza, señales de humo, mensajes de clave Morse o algo, simplemente algo que me confirmara que ella estaba realmente bien.
Había llamado a la doctora Hoffman hacía unas horas y ella simplemente me había respondido con un corto ‹‹está en horario de trabajo, no puede atender llamadas personales››
Céntrate McCartney me ordenó mi conciencia y la obedecí. Lo mejor en estos casos era tener los pies sobre la tierra y mantener la cabeza fría. Si me dejaba llevar por las emociones, terminaría tomando el primer vuelo hacia el país y lo arruinaría todo. Dejé escapar el aire por la nariz y justo cuando me disponía a dirigirme hasta la sala de reuniones de la casa Colbourn, algo chocó contra mí.
Algo pequeño, delgado, suave y chillón, sobre todo chillón.
Ah, era un alguien.
Chelsey me miraba desde abajo con ojos feroces, tocándose la cadera.
Sopesé la posibilidad de dejarla tirada en aquél lugar, no estaba de humor para convivir con nadie, especialmente con ella. Dejándome dominar por mis buenos modales, pese a toda mi aversión, le tendí la mano y la ayudé a levantarse.
—Gracias—susurró débilmente y asentí.
Se sacudió cualquier partícula de polvo que pudiese haber quedado impresa en su pantalón y después centró su vista en la mansión, como si estuviese vigilando que nadie la siguiera. Luego, del gran portal de enfrente emergió el ama de llaves, quien se hacía cargo de ella.
—¿Dónde está tu auto?—preguntó de pronto tomándome de los brazos y mirándome con desesperación.
—¿Qué? ¿Para qué lo necesitas?
—Por favor, ayúdame. No quiero volver ahí dentro, me aburro demasiado. Llévame a algún otro lugar, por favor—suplicó. Miré sobre su cabeza y observé al ama de llaves acercándose hecha una furia.
—De acuerdo—dije a regañadientes y la tomé de la mano para que pudiera seguirme el paso. Chelsey miró hacia atrás cuando llevábamos un par de metros recorridos, soltó un gritito y comenzó a correr sin soltarme para que fuera tras ella.
—¡Está caminando más rápido! ¡Corre!
Llegamos hasta mi auto buscando recuperar la respiración. El camino entre el estacionamiento de la familia y la mansión era recto pero largo y para cuando llegamos al punto ya estábamos exhaustos.
—¿Qué haces ahí parado? ¡Abre el auto!—lloriqueó y jaló de la manilla de la puerta tratando de abrirla—. Si no nos damos prisa, la hermana del exorcista va a encontrarnos y arrastrarnos al infierno.
Puse los ojos en blanco y desactivé la alarma para que pudiera entrar.
Se escondió en el hueco debajo del tablero para poder salir al exterior y una vez estuvimos fuera, me di cuenta de que manejaba sin rumbo fijo. Se acomodó en el asiento y dejó escapar el aire.
—Toda una aventura, ¿no?—dijo divertida.
—¿A dónde quieres que te lleve?—ignoré su comentario y me centré únicamente en el camino.
—Al fin del mundo—respondió de la manera que delataba que estaba sonriendo.
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Así que era aquí a donde se refería cuando hablaba del fin del mundo.
Luego de haber conducido por algunas horas, llegamos a Lunan Bay Beach. La playa era desolada y el mar estaba embravecido por el clima lluvioso de los últimos días. Prácticamente no había establecimientos cercanos y éramos los únicos dementes lo suficientemente desquiciados que se habían atrevido a estar ahí en tales condiciones.
—Me gusta aquí—dijo arrebujándose en el jersey gris que llevaba puesto. El viento alborotaba su cabello y los mechones salían del moño desarreglado que se había hecho.
A diferencia de la primera vez que la había visto, iba mucho más natural, más relajada, más real.
Me mantuve en silencio, con la vista fija en el vaivén de las olas.
—Así que...¿una chica o trabajo?—cuestionó para romper mi burbuja de paz.
—¿Disculpa?
—Ya me escuchaste, ¿una chica o trabajo?—alcé una ceja, perplejo y ella suspiró—. Antes de tropezar contigo, te vi hablando por teléfono. Parecías bastante preocupado y durante el camino no dijiste una sola palabra, como si tu mente estuviera en otro lugar.
—¿No has pensado que tal vez simplemente no quiero hablar contigo?
Me lanzó una mirada ofendida por un segundo antes de recomponerse y volver a sonreírme dulcemente.
—¿Ves? Además estás a la defensiva.
—Lo siento—me mordí el interior de la mejilla y dejé el frío viento del mar calara hasta mis huesos.
—¿Vas a responderme?—insistió—. Si tuviera que adivinar, apostaría a que es por una chica.
Sonreí de lado y enarqué una ceja sarcástica.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Bueno pues porque si no fuera una chica, tú y yo ya estaríamos casados—concluyó juntando sus manos—. Sólo hay dos posibles razones lógicas por las que podrías detener la boda: una, que haya una mujer a la que no quieres perder o dos que yo no te agrade y sé que te agrado, me lo demostraste cuando nos conocimos.
La miré estupefacto. ¿Cómo era posible que fuera capaz de leerme tan fácilmente? Bajé la cabeza donde había un par de conchas enterradas bajo la arena.
—Buen chico—dijo palmeándome el cráneo igual que un perro y me alejé de su toque—. Así que al final sí es una mujer, vaya, estoy sorprendida. Jamás pensé que habría alguien adecuado para ti. ¿Cómo es ella?—frunció el ceño y tomó su barbilla, simulando que pensaba—. Debe ser seria, recatada...¡Oh! No me digas, es igual que Prudence, mi ama de llaves.
Hizo una mueca de asco y yo no pude evitar imitar su acción. Un cerdo con vestido sería más atrayente que esa mujer.
—No, en absoluto.
—Hmm...debe tener algo especial para que a ti te guste. Debe ser encantadora...
—Está loca—admití al final—. Tiene los temas de conversación más raros del mundo, a veces habla consigo misma y le encantan las fresas—sonreí para mí mismo—. Tiene los ojos más bonitos que he visto jamás.
Chelsey lucía tan ensimismada como yo en el pensamiento, quizá tratando de imaginar a la mujer de la que le hablaba. Se retiró un mechón de cabello al sentir mi mirada y se sentó sobre la arena. Me invitó silenciosamente a sentarme junto a ella y acepté. La arena estaba fría y húmeda y a medida que el atardecer se acercaba, el viento arreciaba, gélido.
—Me imagino lo difícil que es, estar separados. En el teléfono...¿discutías con ella?
Negué.
—Tengo un mes y medio que no sé de ella—respondí con agriedad—. Prácticamente desde que llegué aquí. Hablaba con mi hermana, me contaba sobre ella.
—Me imagino que no se tomó muy bien lo de nuestro compromiso.
Me encogí de hombros y coloqué mis brazos sobre mis rodillas.
—No lo sé. No sé qué hacer—confesé, sintiéndome cada vez más impotente.
—Debe ser duro, el dilema entre lo que se debe hacer y lo que se quiere hacer. Vivir en un círculo como este significa siempre negar nuestros deseos y ceder a las responsabilidades. Para mantener la fortuna y el prestigio somos obligados a olvidarnos de nosotros mismos y satisfacer a los demás—. Arrancó una solitaria planta que crecía sobre la arena y comenzó a moverla entre sus dedos—. Es irónico cómo tenemos el poder de mover el mundo pero no de seguir nuestros propios sueños.
—Como si estuvieras en un desierto viviendo la ilusión de un oasis—comenté y sus ojos se iluminaron hasta que una gran sonrisa se posó en su rostro.
—¡Sí! Eso es exactamente lo que pienso siempre.
Correspondí su sonrisa débilmente.
—Cuando era niña quería tomar una guitarra y viajar en moto por todo el mundo. Sólo yo y mi motocicleta, nada más. ¿Nunca has tenido esa sensación de que en realidad no eres esto que ves?
—Sí. Cuando era niño soñaba con ser maestro de Artes Mixtas.
Recordé esos viejos tiempos y una sensación de nostalgia me invadió. Chelsey se echó a reír con la cabeza hacia atrás. Tenía una risa suave y melodiosa, envolvente hasta cierto punto.
—Y míranos ahora, atados el uno junto al otro a punto de casarnos.
—Toda una tragedia—dije con sarcasmo y ella me golpeó levemente el hombro.
—¡No puede ser tan malo! En realidad eres el mejor pretendiente que he tenido.
—Obviamente.
—¡Basta!—volvió a sonreírme dulcemente y chocó las puntas de sus pies, con sus pequeñas botas levemente húmedas—. Para serte sincera, eres el primero que me ha tratado como una persona normal y te lo agradezco. No estás besando mis pies ni tratándome como si fuera la octava maravilla.
—Porque no lo eres—dije mordaz, buscando molestarla y cuando abrió la boca con indignación, supe que había funcionado. Me cubrí el rostro cuando intentó tirarme un puño de arena y gritó con frustración al percatarse de que había fallado—. Inténtalo de nuevo y te irá mal.
Me sacó la lengua de manera infantil y la empujé levemente en respuesta. Chelsey me hacía sentir cómodo, me comprendía en un nivel completamente diferente. Todas aquellas cosas que teníamos en común creaban una conexión que no había tenido con nadie más, ni siquiera con Alison.
—Eres un idiota.
—Lo mismo digo de ti—contraataqué. Frunció el ceño y me tiró otro puño que casi me da el rostro.
—Muy bien, tú te lo buscaste—espeté seriamente. Chelsey palideció mientas me veía ponerme en pie. La incorporé sin mucho esfuerzo y la llevé sobre mi hombro hasta la orilla del mar mientras ella gritaba y trataba de soltarse.
—¡No! ¡No lo hagas! ¡El agua está congelada...!
El agua me llegaba casi hasta las rodillas, fría y recia, encajándose como agujas en mis pantorrillas. Cuando llegamos a un área poco profunda, la dejé caer y ella soltó un grito. Salió de las profundidades totalmente mojada y tiritando.
—¡E-e-está gélida!—sonreí triunfal. Me disponía a salir del agua cuando Chelsey se colgó de mi espalda, empapándola e impidiéndome el paso—.¡No! ¡Si me hundo, te hundes conmigo!
Se las arregló para sumergirme en el agua y pronto nos enzarzamos en una lucha campal, donde ella perdió un zapato y yo mi corbata y mi teléfono. No importaba, podía comprar otro más pero lo que no podía comprar ni mucho menos comparar era el buen tiempo que había pasado con ella. Me divertí como nunca siendo sólo un hombre de veinticinco años actuando como tal, como una persona normal.
No supe por cuánto tiempo estuvimos jugueteando en la bahía pero cuando salimos, la noche había caído sobre nosotros y estábamos congelados hasta el culo.
—¿Sabes? Creo...creo que si tú y yo nos casáramos...las cosas podrían funcionar—habló mientras nos dirigíamos al auto—. Leo, tú me gustas. Si te dije que no quería volver allá era porque en realidad quería hablar contigo, conocerte. Cuando te pregunté la primera vez si te agradaba me dijiste que debíamos conocernos y eso es lo que estoy haciendo.
Sus carnosos labios estaban partidos y sus ojos seguían expectantes, increíblemente azules.
Ella deseaba una respuesta que no podía escuchar de mí.
—Chelsey...
—Lo sé, ¿de acuerdo? Sé que quieres a alguien más pero, ¿y si las cosas no funcionan con ella?—insistió, su voz cada vez más tensa. Era como si viera a través de mí—. ¿La amas?
La pregunta mandó un escalofrío por todo mi cuerpo. La miré fijamente con la interrogante flotando en mi cabeza.
Me di la vuelta y seguí caminando hasta llegar al auto. Una vez estuvimos dentro le di mi saco para que pudiera cubrirse.
Sólo en el camino de vuelta recordé que no había contactado con Alison.
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—¿Qué significa esto?—inquirió Prudence al borde del infarto al vernos en el marco del gran portal, goteando chorros de agua—. Joven McCartney, si esta jovencita lo obligó a ser parte de alguna de sus locuras le ruego que...
—No te preocupes Prudence, el de la idea fui yo—dije sin más y Chelsey me guió con una sonrisa por el pasillo que llevaba hasta su habitación.
Una vez estuvimos en su puerta ella me entregó el saco.
—Gracias por el día de hoy, fue encantador. ¿Quién diría que podría ser tan bueno haciendo citas improvisadas, señor McCartney?—una sonrisa coqueta se instaló en su rostro.
—¿Quién diría que serías tan buena tacleando a las personas?
La melodiosa risa de Chelsey inundó la estancia.
—¿Qué esperabas? Soy la próxima Mole—flexionó su brazo para dejar a la vista su escueto músculo.
Reí entre dientes.
—Vete a dormir, vas a resfriarte.
—De acuerdo, pero sólo quiero que recuerdes algo: haz algo que te asuste cada día, eso te ayudará a vencer tus miedos—me guiñó un ojo y yo puse los ojos en blanco ante su tonta frase motivacional.
—Muy bien, ven—la llamé y ella obedeció. Cuando la tuve cerca planté mis labios contra los suyos, probando la sal de su boca. Enredé mis dedos entre sus cabellos platinados para profundizar el beso y me separé cuando el oxígeno nos hizo falta—. Ya hice algo que me asustaba hoy.
La dejé de pie en su puerta y me dispuse a ir a mi habitación, un piso más arriba. Su padre era lo suficientemente precavido como para mantenernos alejados hasta el día de la boda, aunque no lo suficientemente listo.
Besar a Chelsey sólo me había servido para comprobar una cosa: sus besos no se comparaban a los de Alison de ninguna manera.
‹‹¿La amas?››
Algo se oprimía en mi pecho cada vez que pensaba en esa pregunta y en la conversación con mi hermana.
‹‹ Hermanito, en verdad no quiero alarmarte pero sinceramente ella no parece estar bien. Es posible que no esté durmiendo bien e incluso que no coma correctamente››
Necesitaba verla, no podía esperar más.
‹‹Que la toque o no, no depende de mí, sino de ti y de qué tan bien pienses las cosas. Si quieres conservar a la puta para ti, ya sabes lo que tienes que hacer. ››
Entré a mi habitación sintiéndome más impotente que esta mañana. A primera hora hablaría con Byron y el señor Colbourn para terminar definitivamente el matrimonio. Sabía que si me esforzaba lo suficiente, las cosas con Chelsey podrían funcionar, pero no era a ella a quien quería en mi vida, no de esa manera.
Dejé el saco en una silla de madera y comencé a desabotonar mi camisa para darme una ducha.
—Hasta que apareces—giré el rostro al escuchar esa voz y divisé a Agnes en el portal de mi balcón mirándome igual que un felino. Fruncí el ceño y llegué hasta ella en dos zancadas.
—Lárgate—exigí—. No tienes nada qué hacer aquí. A tu esposo no le gustara saber que estás en la habitación de otro hombre.
La tomé del brazo sin el menor cuidado y la arrastré hasta la salida.
—¿Qué, me tienes miedo?—se soltó de mi agarré y se plantó en el suelo, rehusándose a moverse—. ¿A mí a lo que puedo causar en ti?
—Lo único que causas en mí es repulsión. Lárgate—ordené firmemente y la pasé de largo.
—Leo, quiero hablar contigo.
—Yo no tengo nada qué hablar contigo. Ve a hablar con tu esposo.
—Tú y yo seremos familia dentro de poco si te casas con la niña Colbourn, así que creo que es mejor que tú y yo llevemos la fiesta en paz—propuso y aunque sus facciones eran duras, había un destello de sinceridad en sus palabras—. Además, extraño nuestras sesiones de sexo. Siendo familia y llevándonos bien tal vez podríamos...
Reí con sarcasmo.
—Ya, tú te lo perdiste. No vengas a llorarme ahora. Prefiero cogerme una cabra antes de tener que estar dentro de ti otra vez. Sabrá Dios que has tenido dentro.
Agnes me fulminó con la mirada.
—No creo que eso te importe mucho desde que te acuestas con putas—murmuró débilmente, aunque la escuché perfectamente.
—¿Qué dijiste?—si se refería a lo que estaba pensando, entonces Alison estaba en peligro, verdadero peligro.
‹‹Espero el día en el que ames a alguien. Que la ames tan fuerte que seas capaz de todo por esa persona. Espero que la ames Leo y que te haga feliz, antes de que yo te quite esa felicidad para siempre, así como tú lo has hecho conmigo. Cuida a esa persona, porque te juro por Dios que cuando más dichoso te sientas, no volverás a verla jamás››
—¿Importa?—Agnes se sentó en mi cama y adoptó una pose delicada y segura con la espalda recta—. Leo, tú y yo ya somos adultos. No he sabido nada de John desde hace años y si alguna vez dije o hice algo para herirte, no fue mi intención. Creo que es hora de que dejemos los rencores de lado, después de todo, ahora soy esposa de Byron.
La observé desde mi altura con ojos estrechos, examinándola cuidadosamente. La conocía perfectamente, sabía cuáles eran sus formas de jugar.
—Cómo quieras—me deshice de la camisa y coloqué el jodido teléfono en mi mesa de noche—. ¿Por qué sigues aquí? ¿No deberías estar recuperando el tiempo perdido con tu esposo? ¿A dónde te fuiste por dos semanas?
Agnes sonrió de manera felina, maliciosa, como si supiera algo que le generaba mucha satisfacción.
—Estuve atendiendo algunos...asuntos.
—Ah—respondí cortante quitándome los zapatos.
—Estuve en el hospital...no me sentía bien últimamente así que fui a revisarme. La doctora era joven y tenía unos ojos verdes hermosos.
Al escuchar aquello algo me puso alerta. Traté de lucir indiferente, muy posiblemente eran sólo ideas mías.
—¿A dónde fuiste?
—A Washington—la miré de reojo al escuchar aquello.
Mantén la cabeza fría. Hay muchos hospitales en Washington.
—Estaré yendo a Washington por unos asuntos sin resolver—una sonrisa de suficiencia se pintó en su rostro. Apreté la camisa que tenía en la mano con fuerza—. Espero que tú y yo podamos hacer las paces, por el bien de los dos.
Giró la perilla y me lanzó un beso antes de retirarse.
Si ella hablaba de Alison, volver ya no era una opción, era una necesidad.
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Me volví loco la noche anterior llamándola sin recibir respuesta alguna.
La preocupación estaba ahogándome. Había dos cajetillas vacías en mi habitación y aún sentía la imperante necesidad de seguir fumando para aminorar mi ansiedad.
Me duché y bajé a la mesa a la mañana siguiente arreglándome la corbata. La familia Colbourn estaba reunida en torno a ella tomando el desayuno a excepción de Chelsey.
—¿Dónde está Chelsey?
Durante el mes y medio que llevaba en aquella mansión esto se había convertido en una rutina: daba los buenos días, la servidumbre me servía café, después venía el desayuno y al final la pregunta de Henry: ¿cuándo iba a casarme con su hija?
—Está resfriada—respondió Byron sin despegar la vista del diario de aquella mañana. Agnes me miraba con ese brillo venenoso de siempre e hizo el ademán de dar un brindis en mi dirección antes de susurrarle algo al oído a su esposo.
—Señor McCartney—llamó el señor Henry con su voz ronca—. Tengo que hablar con usted muy seriamente.
—Lo escucho—dije tranquilo, lo más tranquilo que podía llegar a estar.
Los ojos de toda la familia se centraron en nosotros, expectantes.
—Quiero que el día de hoy, en este momento, me responda la pregunta que ha estado evitando por un mes y medio. Para usted tener completo control sobre las acciones de nuestra empresa debe decirme si piensa casarse con mi hija o no—su abundante bigote temblaba mientras hablaba—. Es verdad que usted es el mejor partido para mi pequeña Chelsey pero si usted no la acepta, tengo otras opciones. Solamente le recuerdo que de ser una respuesta negativa, cualquier lazo con la empresa será eliminado. No queremos ser platos de segunda mesa. Queremos el pez gordo o no queremos nada en absoluto.
Los ojos azules de Henry se clavaron en mí de manera inquisitiva.
Carraspeé y me limpié la boca con la servilleta.
—Creo que sería mejor si...
—Necesito una respuesta en este momento, señor McCartney—me cortó decisivo el hombre.
Miré a Agnes que sonreía con satisfacción y a Byron que se mantenía tan indiferente como siempre.
—Sí o no, exijo una respuesta—insistió.
Sentí la presión crecer en mí.
‹‹Vivir en un círculo como este significa siempre negar nuestros deseos y ceder a las responsabilidades. Para mantener la fortuna y el prestigio somos obligados a olvidarnos de nosotros mismos y satisfacer a los demás››
Necesitaba dar una respuesta ahora.
‹‹¿La amas?››
Si me llamara en ese momento, si ella me diera una señal de que lo nuestro aún tenía alguna salvación, entonces dejaría todo atrás para ir hasta donde estaba.
‹‹Francamente no creo que ella espere por ti eternamente y si no acabas con esa farsa pronto, Alison posiblemente ya no esté para recibirte con los brazos abiertos cuando todo esto termine. ››
Ni ella ni Henry esperarían por siempre.
—Sí.
No pude decir nada más.
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Cuando llegué a su habitación el aire olía a medicina y Chelsey estaba sobre su espalda, durmiendo plácidamente, con el rubio cabello extendido sobre la almohada. Tomé el banco que había junto su cama y me senté sobre él.
La estudié por un instante, aprendiendo el color de su piel, la rectitud de su nariz enrojecida, la forma de sus labios. Respiraba de manera irregular y fruncía el ceño al dormir, como si tuviera algún tipo de pesadilla.
Sus dedos estaban pálidos y sus uñas azules. Cuando toqué su mano estaba fría. La entrelacé con la mía, buscando darle algo de calor.
Buscando sentir algo.
La apreté con fuerza. Estando en ese estado lo mejor era permanecer cálida.
Chelsey abrió los ojos en ese momento y una suave sonrisa adorno su rostro.
—Es una buena manera de despertarme, podría acostumbrarme a ella, ¿sabes?
Hice el intento de sonreír y le di un leve apretón a su mano.
—¿Qué pasa? ¿Por qué esa cara larga?—su tono era preocupado—. ¿Mi hermano te dijo algo por el día de ayer?
—No—acaricié sus dedos con mi pulgar—. Le he dicho que sí a tu padre, vamos a casarnos.
Abrió los ojos gradualmente hasta que estuvieron a punto de salirse de sus cuencas y se incorporó de un salto, dejando ir mi mano.
—¿Por qué le has dicho que sí?—interrogó alarmada.
La sombra del desconcierto no tardó en asentarse en mi rostro.
—Creí que te alegraría escuchar la noticia.
—En otras circunstancias por supuesto que lo haría pero...Leo, estuve pensando las cosas. Quiero estar contigo pero no de esta manera. Puedes ir Washington y buscar a la otra chica, aclarar lo que sientes y...—clavó sus ojos en sus manos—...si resulta ser que no la amas, entonces vuelve. Yo te esperaré con los brazos abiertos.
Me sonrió tiernamente.
—¿No era esto lo que querías, casarte?—volví a inquirir—. ¿Realmente me estás dejando ir?
Chelsey se encogió de hombros.
—Si estás tan loco por ella tal vez no sea una buena opción dejarla ir. Aún así, yo no puedo obligarte a hacer algo que no quieres, al final, la decisión es tuya.
Y sí, la decisión era mía pero antes de hacer una elección debía considerar las variables: las amenazas de mi tío, los consejos de mi hermana, mis responsabilidades.
Lo que debía hacer y lo que quería hacer.
Y yo, que había crecido bajo ese modelo toda mi vida, ya había tomado una decisión.
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QUIERO EL LIBRO DE HARRY POTTER THE CURSED CHILD.

SÍ, ya sé que no soy buena haciendo rayitas de separación ): perdónenme.

Voten y comenten si quieren maratón🙆🏽

Los amo mucho mucho mucho ❤️

Con amor,
KayurkaR.

Jade [+18] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora