Capítulo 15: El gato y el ratón.

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(Leo)

                 

                 

(Leo)

¿Si había algo que odiara más que el desorden?

Los viernes.

Era algo a lo que normalmente mostraba un rechazo casi instantáneo y es que nunca había entendido de dónde venía esa euforia casi descontrolada que envolvía a la compañía cuando llegaba ese día.

Durante los viernes había dos tipos de empleados: los que se pasaban el día procrastinando hasta que acabara el turno y poder largarse a casa pegando carreras como si fueran perros en celo y los que te ignoraban olímpicamente tratando de adelantar la mayor cantidad de trabajo posible y después, salir huyendo a casa...como perros en celo.

No obstante, lo que más me sacaba de quicio en ese momento no eran los empleados eufóricos, sino el hecho de que yo me había rebajado a tal nivel que me encontraba incluso más ansioso que ellos.

Tenía que escuchar la respuesta de Jade. Necesitaba escucharla. Me había pedido tiempo y yo, como el hombre educado y distinguido que era, había necesitado de todas mis fuerzas para morderme la lengua y  no soltar un comentario mordaz.

Quería reírme de lo irónico que resultaba el asunto. Normalmente las mujeres con las que solía involucrarme saltaban a mí sin dudarlo un segundo, mujeres que aparentaban ser la mismísima personificación de Artemisa y que al final, se abrían de piernas tan fácilmente como lo era abrir una puerta. Y ahora ésa mujer se presentaba ante mí, tan accesible e inalcanzable al mismo tiempo; una prostituta que me pedía tiempo para pensar sobre una propuesta que no necesitaba pensarse. Sherlyn me había cerrado las puertas a su enloquecedor Olimpo y yo me veía forzado a esperar.

—Madison—la llamé por el teléfono antes de caer en la cuenta de mi error—. Lo siento, Becca, necesito los informes de la construcción de Mallister.

Si quería distraerme lo mejor que podía hacer era centrarme en el trabajo.

—En un momento más, señor.

El trabajo era mágico. No sólo alejaba mis pensamientos de Sherlyn, sino que también me quitaba  las ganas de gritarle a Becca cada vez que hacía algo mal o cada que tardaba un siglo en imprimir una maldita hoja.

Tenía la misma inteligencia que un alga—e incluso había llegado a pensar que la inocente planta era más lista, era desordenada e ineficiente pero al menos era obediente. En los tres días que llevaba trabajando para mí, no había nada que ella me hubiera negado.

Y cuando decía nada, era nada.

Alguien tocó la puerta sacándome de mis cavilaciones y después de un simple adelante la esbelta figura de Becca apareció en mi oficina. Dejó los papeles en mi escritorio y permaneció tiesa como un palo esperando la siguiente orden. Era como un perro entrenado que no podía hacer nada por sí solo.

Me centré en mi trabajo esperando que se fuera si la ignoraba pero al sentir su insistente mirada azulina cerré los ojos tratando de contenerme y  la miré.

—Puedes irte, Becca—dije entre dientes.

Al contrario de lo que esperaba, ella continuó observándome, sin despegar sus profundos ojos azules de mí y no paró hasta apoyarse en mi escritorio, separando levemente las piernas, una pose que resultaba sumamente sexy.

— ¿Se encuentra bien, señor?—preguntó suavemente.

—Estaré mejor cuando te vayas—dije ásperamente.

Jade [+18] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora