Capítulo 1: Vida nocturna

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Alison

Cuando desperté, el reloj en el buró al lado de mi cama marcaba las 6 de la tarde. Había dormido bastante y aún así los párpados me pesaban y me costaba mucho trabajo moverme.

Retiré las sábanas y el contacto con el piso helado me despertó de golpe. Fui a la cocina y tomé un vaso de leche que vacié en apenas unos segundos. Me abalancé sobre el sillón para prender el televisor y perder el tiempo viendo uno de esos típicos programas sobre la vida salvaje en Animal Planet.

Mis fines de semana eran siempre así: llegar al bar, bailar ante ojos lascivos, irme con un tipo al final de la noche, regresar a mi departamento en la mañana cuando mi compañera ya había desaparecido y dormir durante horas para volver a empezar un ciclo lento pero corto que parecía muy largo.

Llevaba dos horas viendo un documental sobre el apareamiento de las mantis religiosas cuando mi celular vibró bajo mi trasero.

En la pantalla se leía el nombre de Óscar y no pude evitar rodar los ojos con hastío.

— ¿Para qué me necesitas?

Óscar chasqueó la lengua en un acto desdeñoso.

— ¿Acaso ya olvidaste quién soy yo, muñequita?—había un tono amenazante en su voz, como si me reclamara por derecho. —Sabes perfectamente cómo me gusta que te dirijas a mí.

Con un suspiro de exasperación y la bilis quemándome la garganta, cedí a sus demandas.

—Dime, ¿qué se te ofrece?

—Tienes una cita importante mañana—soltó de pronto.

¿Había escuchado bien? Óscar conocía mis días de trabajo, sabía cómo me administraba y aun así, ¿quería que trabajara mañana que era un día escolar? No, imposible.

—¿Qué? Mañana es lunes. Sabes perfectamente que no trabajo los días hábiles—mi tono de reproche no tardó en aparecer.

Sabía que estaba molesta, pero tratándose de él, estaba segura de que poco le importaba.

—Mañana voy a la universidad—añadí, buscando deshacerme de la tarea que me imponía.

—¿Y eso qué?—me interrumpió severo.— Es tu trabajo, debes estar disponible los trescientos sesenta y cinco días del año para mí sin rechistar.

—Tienes a más de treinta chicas trabajando para ti. Dile a alguna de las otras. Me niego a trabajar en días escolares.

Dios, ¿qué pretendía? ¿Sacarme de mis casillas? No era la única prostituta bajo su cargo. ¿Qué tan difícil era conseguir a otra mujer que estuviera complacida por abrir sus piernas por unos cuantos billetes? Había muchas disponibles.

—Él ha pagado por ti. Lo siento corazón, negocios son negocios. No puedo cancelar un trato que ya ha sido cerrado. ¿Tienes idea de los problemas que eso ocasionaría?—recalcó como si fuera lo más obvio del mundo y yo fuese idiota.

Y ahí estaba de nuevo: el imbécil sin escrúpulos que era capaz de venderte con tal de salvar su propio pellejo.

No me quejaba y no me sorprendía. Cuando crecías en las calles, sabías que aquello era la única opción viable: comer o ser comido. Tan simple como eso.

Guardé silencio por unos segundos, dando por terminada la discusión. Era obvio que él había ganado. Al menos por esta vez, porque por mucho que me disgustara hacerlo, apreciaba mi vida lo suficiente como para no meterme en problemas con ese hombre.

—De acuerdo—accedí entre dientes.

—Así me gusta—dijo al fin y una risa seca se escuchó del otro lado de la línea.—Te daré los detalles del lugar donde lo encontrarás cuando llegues al bar. Ah y por cierto, te contrató por tiempo completo.

Jade [+18] ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora