Capítulo 1

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Hace un mes...

Faltan cinco minutos para que empiecen las clases y yo aún estoy en el autobús. Hoy la suerte no está de mi parte, nada más salir de mi casa el coche empezó a hacer unos ruidos muy raros en el motor hasta que se paró, y no pude hacer otra cosa que llamar a la grúa. Pero claro, al Sargento González no le va a importar los motivos. A él sólo le va a importar que he llegado tarde.

El autobús se estaciona para el cambio de conductor en la parada antes de la mía, y desesperadamente bajo en esa. Me coloco la mochila en los hombros y salgo corriendo las dos manzanas que me quedan para llegar al edificio. Son las ocho de la mañana, muchas personas se dirige a sus respectivos trabajos; unos van con vasos de café, otros hablando por el móvil, y yo intentando no chocarme con ninguno de ellos.

 Son las ocho de la mañana, muchas personas se dirige a sus respectivos trabajos; unos van con vasos de café, otros hablando por el móvil, y yo intentando no chocarme con ninguno de ellos

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Soy neoyorkina, pero nunca me he acostumbrado a ver tanta gente en hora punta. Aquí las horas de entrar al trabajo, almorzar, cenar y salir de fiesta son las peores del mundo; las calles se llenan de gente y es imposible andar.

Llego al edificio de tres plantas rogando a Zeus, Hera, Poseidón, Deméter, Hestia y Hades que el profesor no haya llegado todavía; espero que al menos alguno de ellos me haga un poquito de caso. Paso las puertas de las aulas ya llenas por los alumnos, cansada consigo llegar a la puerta del gimnasio.

- Señorita Patton, llega otra vez tarde.

No me esperaba que el sargento estuviera detrás mía, y mucho menos qué mi primer pensamiento fuera coger un palo de plástico que había apoyado en la puerta del gimnasio.

- ¿Qué va a hacerme con eso? -comenta irónico- Déjelo dónde estaba y deje de hacer tonterías.

Dejo el palo dónde estaba para volver la mirada hacia el sargento. Es mayor, puede tener unos cincuenta y dos por lo menos, alto, barrigón, canoso, manos grandes, ojos claros y pequeños, gruñón, olvidadizo y muy bruto.

- Buenos días futuros agentes de policía que no llegan tarde. -saluda con sorna a mis compañeros mientras me incorporo al grupo- Nos ponemos a calentar y elegimos parejas. Señorita Patton, comience a dar vueltas como castigo por haber llegado tarde.

¡No quiero correr más!¿Tan difícil es mandarme otro ejercicio? He tenido que correr desde dónde me dejó el coche tirada hasta la parada, y luego de la parada hasta el edificio. ¿No me puede mandar sentadillas o defensa? Bueno, defensa para mí no sería un castigo porque me encanta y se me da muy bien.

- Si señor.

¡Cómo me gustaría decirle tres o cuatro cosas bien dichas! El día que venga con un humor de perros va a arder Troya. Me cae tan mal, que el otro día lo vi pasando con su mujer por la misma calle que yo y crucé a la de enfrente para no saludarle. Nada más que sabe ponerme a mi castigos cuando todos han llegado tarde.

El imbécil del profesor me tiene toda su clase corriendo, cómo ha hecho siempre que llego tarde. Ya me empieza a cansar mucho su actitud conmigo y aunque es el mejor profesor que hay allí, estoy pensando en cambiarme de clase. Si quiere hacerme la vida imposible para no ser policía, lo lleva claro. Tienen que venir muchos hombres como él para quitarme la idea de la cabeza.

- ¡Joder! -le grito y golpeo la máquina expendedora que no me acepta el dinero- ¿¡Estáis todos en contra mía!?

- ¿Necesitas ayuda? -pregunta un hombre detrás de mí.

Estoy tan desesperada qué ni me giro para ver con quién hablo; me quedo con la cabeza apoyada en la máquina, esperando a que me coja el dinero por una maldita vez.

- Necesito marcharme de este lugar.

- ¿Me dejas probar a mí?

Me echo hacia atrás rendida por una simple maquinaria y dejo al hombre intentarlo. Espero que la máquina no coja sus monedas porque no me gustaría deberle nada, bueno, no me gusta deber nada a nadie. Y como hoy todo el mundo está en contra mía, la máquina le coge las malditas monedas al primer intento.

- ¿Qué quieres beber?

- Agua, por favor.

Marca el A12 y la botella cae. Antes de recoger el agua le ofrezco la moneda que iba a echar y la máquina no la aceptaba, el hombre se niega a cogerla y yo sigo insistiendo. Saca de su bolsillo trasero su cartera para meter la moneda. Después, saca una pequeña tarjeta de visita y me la tiende.

- Hank Voight policía de Chicago, ¿y esto?

- Necesito a alguien que esté dispuesto a venir a mi equipo, si dentro de unas semanas decides aceptar, llámame

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- Necesito a alguien que esté dispuesto a venir a mi equipo, si dentro de unas semanas decides aceptar, llámame.

¿Perdón? Llego hoy tarde a la academia, me ponen a correr toda la hora y encima me ofrecen un puesto de trabajo en Chicago y ¡como detective!¿Este es el mejor o el peor día de mi vida?

- Tienes una nota media fantástica y me encantaría que te vinieses a mi equipo, ahora la decisión está de tu mano Camila.

Y se marcha.

La Unidad De Inteligencia | Chicago PDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora