30. Lobos

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Capítulo 30

Lobos

El bosque había comenzado a perder su brillo en los colores. La nieve comenzaba a caer amontonándose en el suelo y en cualquier rincón que encontraba. Diego estaba bien abrigado, el gorro que llevaba era más grande que su pequeña cabeza. Se veía adorable. Cuando se quedó dormido en el camino lo cubrí con su manta suave de su tamaño. Mayra se había ofrecido para acompañarnos.

La abuela no estaba de acuerdo con esto, pensaba lo mismo que yo. Aquella mujer podía ir a mi casa. Era ella la interesada pero por otra parte no quería discutir con Leo, mientras más rápido mejor.

— ¿Quieres que lo lleve?—preguntó mirándome.

—No, estoy bien.

Me mantuve en silencio hasta llegar a la casa. La primera vez que vine aquí fue en brazos de Lionel, me había desmayado. Respiré profundo queriendo volver lo más pronto posible. Leo tomó mi mano sonriéndome un poco. La casa era vieja, lucía abandonada pero era obvio que no lo estaba. Todo era de madera, no había nada que no lo fuera. Mayra abrió la puerta dejándome pasar primero. En la sala estaba su madre.

Su cabello castaño oscuro estaba recogido en una coleta alta, dejaba salir algunos rulos naturales. Sus ojos eran muy oscuros, no podía ver su color exacto. La forma de su rostro era como una versión de Mayra pero más mayor. Cerró el libro que estaba leyendo sonriendo con sus ojos fijos en el bulto que llevaba en brazos.

—Aquí estamos—dijo Mayra cerrando detrás de sí— ¿Estás sola?

—Sí—se acercó sin borrar la sonrisa. Yo, al contrario, estaba lo más seria posible—Tu padre salió a casa de uno de sus amigos, probablemente regrese mañana—sus ojos se encontraron con los míos— ¿Puedo verlo?

—Está durmiendo.

—Mi madre será cuidadosa—fulminé con la mirada a Lionel. Éste en cambio hizo una señal de que todo estaría bien. El principal culpable era su padre, no su madre—Naomi.

Suspiré acercándome a ella. Sus brazos formaron una pequeña cuna en cuanto lo apoyé en ellos, sus párpados estaban cerrados, el chupón en sus labios se movía de vez en cuando y sus manos estaban cerradas en pequeños puños. Sus ojos brillaron de la misma forma que las miradas de mis padres cuando conocieron a su nieto. ¿Se sentía orgullosa acaso?

Uno de los brazos de Leo rodeó mi cintura acercándome a él.

—Es muy hermoso—susurró.

—Se llama Diego—comentó Mayra aunque eso ya debía saberlo.

—Se parece más a su madre—alzó la vista mientras acariciaba una de las manos del niño.

—Pero sabemos que cuando crezca será como su padre—sentí el suave apretón en mi cintura. Sonrió de lado.

—Sé que estás molesta en este momento y lo lamento, no es suficiente pero lo siento—sus palabras parecieron ser honestas. En su mirada se notaba—Has cambiado un poco.

— ¿Podemos regresar ahora?—insistí acercándome para recoger a mi niño.

— ¿No pueden quedarse un poco más?

—No.

—Claro que sí—rodeé los ojos. Maldita sea. El chico siempre me lleva la contraria.


La noche llegó complicando más el regreso a casa. La nieve caía con fuerza, el frío era más intenso y no quería exponer a Diego a tal temperatura. Podría tener sangre de lobo pero no quería decir que fuera inmortal o inmune. Mayra había salido al mediodía, Lionel y su madre charlaban en la sala, la mujer me ofreció algo de té que "amablemente" rechacé. Diego despertó a las horas después exigiendo comida, luego de eso quedó profundamente dormido de nuevo.

Boca de Lobo (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora