Samuel y Andrea están en el mejor momento de sus vidas, son recién casados, felices y se aman intensamente. Tienen muchos planes para el futuro y ya piensan en formar su propia familia, pero por ahora, están empeñados en recuperar el Rancho Del Junc...
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Samuel: Creo que la tormenta no va a parar... Tendremos que pasar la noche aquí. – Dijo, después del beso.
Andrea: Eso parece. – Susurró.
Samuel: ¿Aún tienes miedo, mi amor? – Preguntó, mientras besaba la mejilla derecha de Andrea.
Andrea: No... Ya no. - Dijo, inclinándose para mirarlo a los ojos. – Cuando estoy en tus brazos, no tengo miedo de nada.- Susurró, mientras acariciaba el rostro de su marido, con su mano derecha. Samuel sonrió y la besó en los labios. El beso lento y suave, luego se convirtió en cálido y intenso, mientras la acostaba con suavidad, sin dejar de besarla. – Te amo Samuel... Te amo. – Dijo, entre un beso y otro.
Samuel: Yo te amo más... - Dijo, besando la barbilla de su mujer. - Te deseo tanto, mi amor. – Él susurró mientras devoraba a besos el cuello de Andrea, haciéndola gemir su nombre. Las manos de Andrea acariciaban la nuca de Samuel estimulándolo a seguir con sus caricias.
Andrea: Y yo a ti. – Susurró besándolo con suavidad.
Samuel: Quiero amarte, mi brujita. – Dijo, mirándola a los ojos, podía ver el deseo reflejado en su mirada.
Podían oír la tormenta afuera, pero nada más les importaba, sólo querían demonstrar su amor, se desnudaron entre besos y caricias. Sus manos recorrían sus cuerpos ávidamente, sin dejar de mirarse a los ojos o besarse lento, cálido, profundo y apasionado.
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Las uñas de Andrea marcaron suavemente la espalda de Samuel, en el exacto momento en que sus cuerpos se unieron, moviéndose con la misma intensidad, amándose despacio, Samuel mordiscó el cuello de Andrea, mientras ella gemía su nombre excitada, haciéndolo acelerar sus movimientos, amándola con pasión, sus movimientos ahora eran rápidos y profundos, sus manos recorrían sus cuerpos sudados, sus gemidos de placer se mezclaban con el sonido de la lluvia afuera de la cabaña, unas cuantas embestidas más y juntos llegaron al clímax, cayendo rendidos en los brazos el uno del otro, completamente saciados y exhaustos.
