Capítulo 2: El único y primer amigo.

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|Mañana comienzo a ir a la escuela.|

Le anunció el precioso castaño de sonrisa angelical y, repentinamente, Sehun ya no estaba tan animado a pesar de que llevaban jugando desde que había vuelto de la escuela. Lu sin embargo se veía de lo más feliz y aunque interiormente Sehun sabía que ese era el final de todo, igual le sonreía porque le gustaba verlo feliz.

Llevaban siendo algo parecidos a amigos como por tres semanas en las que él acudía a jugar a su casa todos los días luego de la escuela, excepto los fines de semana que aparecía a las nueve de la mañana en su puerta. Los primeros días eso no fue así y de hecho a Sehun le daba algo de vergüenza siempre estar en casa de Luhan, pero si él no iba por cuenta propia el pequeño castaño siempre iba a buscarlo y él terminaba por rendirse, porque Sehun simplemente no podía con él y sus pucheros —que ahora sabía que eran un arma infalible en su contra—, sin embargo, eso iba terminar pronto por lo que veía.

|Eso es genial, ya no seré el único que sufra con la tarea.|

Respondió con ayuda del traductor. Lu rió con algo de fuerza mientras asentía frenéticamente y de alguna manera Sehun sentía que estaba bien siempre y cuando él estuviera así de feliz, claro que también iba a extrañarlo.

Ese día él se fue a casa luego de que la señora Wu lo obligara a cenar con ellos, Luhan se despidió de él en la puerta con una inmensa sonrisa dibujada en su rostro, el pequeño pelinegro le revolvió el cabello escuchándolo reír y finalmente emprendió su camino de vuelta hacia su hogar, al cual tenía que caminar apenas ya que estaba a un lado de la de Luhan.

Al entrar a casa la mirada cansada y desinteresada de su madre se posó sobre él, que la miró de la misma manera antes de seguir su camino hasta la sala de estar donde su muy imbécil hermano mayor miraba la televisión.

— La cena ya está lista —anunció su madre.

— Ya comí —respondió Sehun, sin molestarse en mirarla.

— No estoy preguntándote, ven a la mesa —le ordenó.

El menor no discutió más luego de que ella dijera eso; sabía bien ya que esa era la señal de que su padre estaba en casa y cuando él estaba en casa todos tenían que comer en la mesa. Se puso de pie en el instante que Minho apagó el televisor y junto con él, Sehun fue a la cocina para ocupar su lugar en la mesa.

Era una mesa pequeña para cuatro personas, sus padres estaban el uno frente al otro y ellos se situaban a los costados. Pronto el sonido de los cubiertos era lo único que podía escucharse en ese lugar, todos manteniendo la mirada fija en sus platos para así no mirarlo a él porque era una especie de regla que nadie decía en voz alta.

Estaba prohibido mirarlo a la cara a menos que él te hablara.

Sehun lo escuchó carraspear y ni se inmutó a diferencia de su mamá que se tensó visiblemente. La comida sabía bien pero si a él se le antojaba tendría demasiada sal y mamá pronto estaría llorando, suplicándole que no le hiciera nada.

— Últimamente sales mucho, ¿a dónde vas Sehun? —interrogó.

El pequeño niño sintió en ese momento como todos los bellos del cuerpo se le ponían en punta, se esforzó para esconder el temblor en sus manos y levantó la mirada para mirarlo a los ojos para así finalmente responderle antes de que perdiera la paciencia.

— Los vecinos nuevos son extranjeros y como no conocen muchas cosas me piden ayuda a mí, me están pagando por ello —mintió, si le decía que era un trabajo seguro que lo dejaba en paz.

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