Prólogo

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La habitación está a oscuras, siempre ha estado a oscuras durante estos dos días. Llevo sin comer mucho tiempo, pero no me importa, no lo necesito por ahora, que se lo den a esas niñas que estaban pintando, lo necesitan mucho más. Yo solo soy un maldito joven que se merece un poco de esto porque sí.

El aire frío me cala hasta los huesos y la humedad de mi ropa no es que lo ahuyente. Mi cabeza está por explotar por el golpe que recibí. No me puedo creer que me trajera hasta aquí, no ese bastardo. La verdad es que tendría que haber vigilado mis espaldas desde el día que me trajeron, nunca me fie de su mirada, siempre tuvo esa arrogante sonrisa que me daban ganas de arrancarle de cuajo.

Unos cuantos pasos suenan lejanos, seguro es él, el que me encerró en esta habitación que poco a poco me mata de hipotermia. Trago saliva al escuchar abrirse la puerta que nos separaba, es el momento de hablar de nuevo, por fin.

El sonido de sus pasos retumba por las paredes metálicas y vuelven a mis oídos mucho más difuminadas. Lo noto cerca, su respiración no es la misma, pero siempre puede actuar. Los pasos se detienen delante de mí, no me hacen falta los ojos para saberlo.

Una mano roza el pañuelo que cubre las dos orbes de mi rostro, ¿por qué lo hace? Me pone una pizca nervioso, no tanto, ya he tratado con tíos como él. Me arranca el pañuelo y la luz golpea sin piedad mis ojos, haciendo que los cierre de golpe. Cuando me acostumbro a la luz, puedo ver una imagen más nítida, pero no me lo puedo creer.

-Tú no eres él -susurro lentamente.

Intento mover mis brazos, pero como no, están todavía atados. Una sonrisa macabra decora su cara inocente, no me lo puedo creer.

-No, no soy él, pero no me hace falta serlo -su rostro se acerca al mío, pero para estando en mi oreja, lo que susurra me abre los ojos como platos-. Ya sé tu secreto, Carmesí.

Mi secreto. Sabe mi secreto.

-¿Cómo lo sabes? -pregunto con la voz temblorosa.

-Te he estado observando, querido amigo. Es hora de que ese secreto -agarra un cuchillo de su cinturón, lo mueve amenazante, como si me lo fuera a clavar en cualquier momento- acabe contigo.

-¿Me vas a matar? -lo miro con indiferencia, habla como los demás.

-Puede... Puede que sí -titubea, es algo muy raro-. Porque no mereces vivir.

Se aleja, con el cuchillo aún brillando por la luz de la bombilla.

-Bien, empecemos -dice lentamente, sentenciando mi día final.

¿O no es el final?

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