Capítulo 34

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—¿Has visto algún caminante? —le pregunto a Yago, quien hace turno para vigilar.

—Solo he visto un par de ellos, pero han pasado de nosotros.

—Supongo que es mejor que cientos de ellos viniendo. No podemos protegernos.

—No tenemos armas ni munición suficiente para tal momento. Habría que huir.

—Imposible. La chica no puede moverse, podría estar peor que como está.

—Entiendo.

Agacha la mirada. Algo le mantiene distraído y distante, un pensamiento extraño. Ojalá supiera lo que piensa, podría ayudarle un poco. Aprendí algunas cosas de mi madre, quien trabajaba de psicóloga en casa. Sus citas eran sabias y les libraba de una carga, a la vez que le aconsejaba.

Gracias a aquello, puedo ayudar en cosas sentimentales. O intentarlo.

—Algo te perturba. ¿Qué es? —me siento a su lado.

—Mi mujer —me lo esperaba—. Se pondrá contenta al verte. Pero... ¿Qué dirá al saber la verdad? Su parto la matará. Nunca quise nada de esto en estos días. La necesito.

—Debe aceptarlo aunque le duela —no puedo decir nada más, su destino ya está sellado—. Quiera o no, ya decidió.

Abre la boca. La cierra. Debe de pensar que hay una oportunidad para ella, pero sin materiales médicos es imposible hacer algo. Y dependiendo del entorno, el parto podría crearle una infección en las heridas. Medicamentos que hoy en día han pasado a la historia.

—Mi madre me dijo que el día en el que nací yo, casi muere —me observa, incrédulo—. Los médicos decían que se crearon heridas internas mientras salía. Debían hacer la cesaria, pero fueron otros médicos quienes lo llevaron a cabo. Por suerte, sobrevivió a duras penas. Los medicamentos no hacían nada, la operación tuvo éxito aun con las pocas probabilidades. Vivió para dar a luz otra vez. Y siguió viviendo —me levanto y poso mi mano en su hombro—. Tal vez tu mujer tenga esa suerte y llegue a ver a su hijo crecer. Pero hay que ser realistas, hay que decirle las dos posibilidades y cuál es la que más pesa en la balanza.

—Entiendo. Gracias por contarme eso —sonríe, he hecho el bien.

—Iré a dar otra vuelta. He gastado mucho tiempo aquí.

—Avisa si ves algo —asiento con la cabeza y comienzo la vuelta de vigía.

Mientras camino, pienso que lo ue he hecho ha sido por el bien del grupo. Lo que aprendí de mi madre, ha valido la pena. Tal vez debí meterme a ello en vez de enfermería, aunque pensándolo mejor... No, no habría sido mejor. Si no hubiera escogido esto, no podría haber ayudado de ningún modo en esta catástrofe. Elegí mi futuro y pareció prometedor, y lo es. En estos tiempos, un enfermero es vital.

Por este lado parece no haber nada ni nadie. Seguiré vigilando.

Están tardando en volver. ¿Les habrá pasado algo? ¿Se habrán cruzado con más Caballos Negros? Si es así, tal vez mi hermana esté en peligro.

Media vuelta después, mis ojos se topan con cinco caminantes. No, seis. Siete. Espera, ¿son diez? ¡Mierda! ¡Es una horda oculta entre los árboles!

—¡Yago! —grito.

Tengo que pensar. Las chicas no pueden correr, no podemos moverlas. El camión está estropeado, no hay suficiente munición. ¡Esto va mal!

De repente, la bombilla se enciende encima de mi cabeza. Corro a la puerta del camión.

—¡Chicas! Hay una linterna entre la comida. Utilizadla. Cerraré la puerta.

—Espera, ¿qué está pasando? —pregunta la chica.

—Viene una horda. Tú no te puedes mover, por lo que te dejo a cargo de Yolanda.

—¡Espera! —grita antes de que cierre.

Pongo un candado que tenemos para mantener a salvo los víveres y voy a por Yago, quien me ha escuchado y espera a que aparezca.

—¿Qué pasa? —pregunta también.

—Hay que irse —lo alejo del camión.

La horda ya rodea el camión, pocos se quedan en ella para golpear la puerta y otros vienen a por nosotros.

—¡Las chicas! —intenta ir a socorrerlas, pero le detengo con el brazo.

—¡No podemos hacer nada! Si nos quedamos, moriremos. ¡Corre! Atraigamos a unos cuantos y vayamos a por los demás.

Duda en mi decisión, pero al ver que son pocos los que se quedan, decide obedecer.

—¡Eh! ¡Caminantes! ¡Estamos aquí! Carne fresca fácil de atrapar —tal llamada disminuye el número que aporrean.

Le doy un toque en el hombro y salimos corriendo a una baja velocidad para no caer exhaustos.

Debemos hacerlo. Es lo único que nos puede salvar.

DENTRO DEL CAMIÓN

—Nos han abandonado —sabía que esto pasaría, pero no tan temprano.

—No te equivoques. Siempre vuelven.

—Para ser pequeña, estás muy segura de tus palabras.

—¿Crees que me abandonarían a mí cuando puedo correr? —en cierta forma, tiene razón.

—Así que tenemos que esperar soportando esto —los golpes en la puerta, los gruñidos y jadeos son repetitivos, mis oídos no aguantarán tal broma del destino.

—No te preocupes. Pronto morirán y nos dejarán en silencio.

—¿Qué? —esta niña es un misterio.

Pero cuando la veo, el miedo me inunda. Sus ojos...

Sus ojos se vuelven brillantes ante la oscuridad que no ilumina la linterna.

Ojos carmesí. Señal de augurio, derrota y muerte.

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Ooooh, parece que Yolanda va a hacer algo.

Siento la demora. Dije que actualizaría más rápido, pero cada vez me es más difícil. Aun así, os agradezco a todos por la espera y espero que os guste el capítulo.

La historia Planeta Z: Orígenes, está siendo escrita en borrador. Para cuando tenga un pasado completo, lo publicaré.

Gracias a todos, mis queridos Ángeles Lectores.

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