Tumbada, hambrienta, exhausta, deshidratada... Ya puedo darme por muerta en medio de este bosque.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde lo de mi amigo? No lo sé. Perdí la noción del tiempo al principio. Ya ni me acuerdo qué día es, ni en que mes estamos... Tampoco me acuerdo de mi edad. ¿Dieciocho años recién cumplidos? Tendría que ver un calendario de hoy, pero dudo que existan.
He viajado sola durante el principio del desastre, no me he fiado de nadie nunca. Soy nómada, todos lo somos hoy en día, queramos o no. Me levanto, agarro mi mochila y saco la botella de agua, que tiene unas últimas gotas para intentar saciar mi insaciable sed.
Dejo que las gotas empapen mi lengua y se escurran por mi garganta. Estoy reseca, necesito agua y comida urgentemente.
Me levanto con todas las fuerzas que puedo y me pongo a caminar, con la mochila en la espalda y un cuchillo de cara afilado en mi cintura. Sobrevivir... Que cosa más dura.
Las hojas y las ramas crujen con mis pisadas, podría llamar la atención a kilómetros de distancia. ¿Cuándo vendrá el ser que me tenga que morder y me salve de este patético mundo? Ya no puedo aguantar esta tortura, me rendiría si no fuera porque tengo el rostro de mi amigo grabado en la cabeza con fuego.
Mi paseo acaba por apoyarme en la base de un tronco para no caerme por los mareos que me provoca el cansancio. La vista se me nubla poco a poco, las piernas me van fallando, necesito un ángel de la guarda que me dé lo que pido, pero sé que no va a ser posible.
Veo una cabaña, no muy bien, pero cualquier cosa para que no me dé el sol es mejor que cualquier otra cosa. El sonido de los pájaros cantando me acompaña mientras camino hacia mi nueva meta, que está tan cerca, pero a la vez tan lejano.
Unas pisadas se escuchan a lo lejos, unas voces se pasean por mis orejas y me hacen meterme en la cabaña sin saber si son buenos o malos. Estoy desesperada, pero mi desesperación me hace seguir siendo cabezota.
Están cerca, gritan un nombre, pero no quiero recordarlo, no quiero que se me quede en la mente. Me apoyo en la pared, quedando de pie. Una voz chillona e infantil... Me recuerda a mí, a mi infancia. Escucho apoyo, bondad... ¿Me estoy haciendo ilusiones? No debo fiarme, nunca lo he hecho y nunca lo haré.
—¿Cómo conseguiste sobrevivir de aquél sitio? —una voz se escurre de entre mis oídos, ¿o son mis pensamientos? No tengo idea, el hambre crea alucinaciones.
¿Cómo sobreviví yo a aquél sitio que olía a sangre? No lo sé, un golpe de suerte tal vez. ¿Fue una bendición? ¿Un movimiento de mi ángel guardián? ¿Debería creerlo? No, señor. No debo creer en ello.
—Paciencia, Blake. Pronto sabrás cómo lo hice.
Definitivamente no es una voz imaginaria, debe de ser de esos dos chicos que hay afuera. Esa voz chillona... ¿De quién es? ¿De una niña pequeña? ¿Es que se ha salvado alguna en este apocalipsis? Siento ponerme a dudar, pero así son las cosas hoy en día.
El llanto se hace más leve, casi inaudible. ¿Ya se habrá calmado? Supongo que sí. Unos pasos se acercan, no quiero que me vean aquí, no quiero que me descubran y tengan la oportunidad de robarme. ¡No quiero eso!
—Creo que aquí estaremos seguros hasta que Yolanda esté mejor —así que sí hay una niña pequeña.
La puerta se abre. Intento levantarme, pero las fuerzas me fallan, ya no me siento bien, sus voces me suenan como si estuvieran saliendo de una radio.
Sus cuerpos se tensan, sus rostros se fijan en mí, una muchacha a punto de que se le pare el latido por ser una estúpida. Se miran entre ellos y vuelven sus ojos hacia mí. Me dan un poco de miedo, pero nada que no pueda acabar con mi cuchillo.
Uno de ellos se acerca con paso tranquilo, de cabello blanco como la nieve, aunque un poco sucio, y de ojos rojos carmesí que brillan en la oscuridad, seguramente.
—¡Blake, no te acerques! —le grita su compañero—. ¿Y si es una trampa?
—Nadie dejaría a una muchacha en los huesos solo para matar, en ese caso nos habrían disparado desde lejos —se agacha delante de mí y me analiza con esos ojos rojos.
—¿Cómo sabes que no tiene intenciones distintas a las nuestras?
—Lo sé, es mi instinto el que me lo dice.
—Si tú lo dices... —se acerca y me levanta la camiseta para asegurarse—. Sí, en los huesos. A saber cómo lo has sabido.
Odio que sus voces parezcan ecos en una televisión.
—Te lo he dicho. Instinto.
—¿Estás con alguien más? —me pregunta.
—No le hagas preguntas. Está al borde de la acera.
—¿Y qué quieres que haga?
—Nada, porque nos la llevamos cuando Yolanda esté bien.
—¿Llevárnosla? —se queda pensativo, calculando lo mal que puede ir esa decisión.
—Sí.
—A... Gua... —consigo decir en voz baja antes de que mis ojos se sientan tan pesados que me hagan dormir.
Mi cuerpo se tambalea y acaba por acostarse en el suelo con un golpe seco. El dolor ya no existe...
Seguro que ahora te veo, amigo.
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Planeta Z
Science FictionUn apocalipsis zombie, lo que me faltaba por ver en este mundo de mierda. Ya era todo un caos antes de que esto pasara, ya era una muerte asegurada, pero ahora la palabra "caos" le viene pequeño a esta situación. Camino siempre por las carreteras, e...