Capítulo 25

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Sus palabras siempre han sido claras desde el principio de nuestra amistad. Somos como el hielo y el fuego, tan distintos en el arte del pensamiento que las peleas se pueden crear de la nada con tan solo una simple decisión.

Hace media hora que comencé a caminar para encontrar algún lugar en el que refugiarnos o que pudiera ayudarnos con el camión. Un esfuerzo que, por ahora, está siendo en vano.

Solo encuentro árboles a mi alrededor y caminantes perdidos en el horizonte, en busca de comida que no disfrutarán.

¿Qué es lo que te está pasando, Blake? Estás cambiando radicalmente, ahora te importa esta gente y la nueva chica que a saber de donde viene y cual es su historia.

Debería contarle aquello que tanto quiere saber: el motivo de nuestra separación tan repentina.

Ese pensamiento me tiene en ascuas ahora mismo, no me imaginaba que algún día me separaría de él después de la promesa que le hice cuando acabó con el abusón de Bulldog.

¿Fue él o lo mató el virus? Muchas cosas ocurrieron en esas jaulas en las que nos retenían. 

Pisadas. Fuertes pisadas que se acercan junto con otras en dirección a mi derecha. Se acercan más y más, tanto que puedo notar sus respiraciones y sus palabras salir y ondear el aire que estaba tan tranquilo.

Me oculto en la copa de un árbol y me agacho para ser menos visible. Después de todo, es mi especialidad.

—¿Estás seguro que encontraremos algo? Me parece que estamos perdidos.

—Tenemos un mapa y una brújula, no te preocupes. Con mi sentido de la orientación, llegaremos a nuestro coche en un periquete.

—Como digas, solo quiero volver a casa y volver a besar a mi mujer. ¿Sabes que está embarazada?

—¡Enhorabuena, campeón! Ojalá tuviéramos material médico, sabríamos si es niño o niña.

—Lo peor de todo no es eso.

—Lo sé —su tono de voz decae rápidamente—. Pero hay que ser positivos, puede que tengamos suerte y encontremos un hospital plagado de material que necesitamos.

—Eso sería bastante suerte, cosa que no tenemos y que ya no existe.

—Te noto muy negativo. Si ella perece, queda su alma en tu hija.

—Sí... Cierto.

Esta conversación es de lo más extraña. A lo mejor son gente de Washington. Pero sería imposible, vi caído a trozos ese refugio. ¿Y si es otro? No puedo estar totalmente seguro de eso.

Asomo el hocico y me percato de que visten normal, no tienen la vestimenta de los Caballos Negros. Una suerte, así puedo intentar una cosa para obtener información.

Me muevo rápida y silenciosamente por el suelo lleno de hojas que crujen ante cualquier contacto con el viento y llego a estar a un par de árboles delante de ellos.

Los veo pasar, es el momento de aparecer.

—¿Quieres algo de chocolate? Me queda de aquella tienda de chucherías.

—Eh... Marcos —su amigo llama al recién nombrado.

—¿Qué pasa, colega? —al darse la vuelta, se topa con un escenario en la que su amigo es protagonista con un cuchillo en el cuello y sin poder moverse.

Saca la pistola y nos apunta con el intento de poder hacer un disparo limpio que acabe en mi frente.

—¡No dispares! —le suplica.

—Sería lo mejor —murmuro en la oreja de mi presa.

—Si lo matas, te dispararé. Igual que hice con tus amigos.

—¿Amigos? —mi imaginación llega hasta el más allá y obtengo una imagen en la que todos los del grupo reciben un balazo en el cuerpo o cabeza, incluso en la niña.

—Sí, los Caballos Negros. Seguro que has sobrevivido para matarnos —de repente, me tranquilizo.

Seguro que Blake me ordenaría eso, pero no tendría porqué hacerle caso.

Sin que se lo esperen, suelto mi presa y se lo lanzo a sus pies sin ningún rasguño mientras levanto los brazos.

Vamos a ser un chico bueno por hoy.

—No soy ninguno de ellos.

—¿Y quién eres si se puede saber?

—Un superviviente, junto con un grupo que ha quedado a la deriva.

—¡¿Dónde están?! —estoy empezando a pensar que ha sido mala idea soltar al chico.

—Están lejos, a una media hora. No os harán daño si vosotros no se lo hacéis.

—¿Sois buenos?

—Vamos al refugio de Washington —aunque esté ya destruido.

No dicen nada, se han quedado mudos de repente, como si no se esperaran aquella respuesta de mi parte.

—Escuché vuestra conversación. Tenemos un enfermero que a lo mejor os puede ayudar con el parto de la mujer. Sería mejor que nada.

—Yo... —su amigo no le deja hablar.

—¡Necesitamos ayuda médica, Marcos!

—¡Lo sé! Pero no podemos fiarnos de alguien que te ha amenazado con un cuchillo en el cuello.

—Podéis venir conmigo para hablar con ellos, si queréis. Yo tan solo buscaba repuestos para nuestro camión.

—Iré —se acerca a mí.

—¡Yago, no vayas!

—¡Quiero hablar con ellos! Si quieres, puedes irte sólo al coche, pero hablaré con ellos y, si parece que son buena gente, los llevaré al refugio.

—Esto... Joder. Harás que nos maten.

Y se une a su compañero, con la pistola en la mano, preparada para disparar en cualquier momento si se da el caso de amenaza de mi parte.

Blake, espero que agradezcas este acto que estoy haciendo. Me estoy esforzando por el grupo, el cual espero que no me deje de lado.

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