Capítulo 12

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Verlo ahí, cavando una tumba para su novio bajo el sol radiante que está dando ahora con toda su alma, me muestra que era un amor de lo más fuerte. Solo se tenían el uno del otro en este infierno que hoy en día no podemos llamar hogar. Apoyado en el camión, observando su estupidez por no pedir ayuda para cavar un hoyo. Aveces me pregunto cuánto puede parecerse esta gente a mí en el pasado. Reflejan todo lo que era, pero el yo del presente es todo un cajón cerrado, finas grietas muestran mi vida, pero eso es tan solo leve, mi secreto es lo grave en estos días.

La rubia le mira preocupada, aún con la muerte de su cuñado en la mente, no es algo que se vaya así de fácil, lo tengo más que experimentado. Me acerco a Sara y apoyo mi mano en el hombro.

—Si antes te preocupaba, ahora aún más.

—No es fácil para él, ha perdido a su novio —un silencio neutro nos acompaña, el sonido de la pala clavándose en la tierra es lo único que escuchamos—. Eran novios desde los quince años. Eran la pareja perfecta. Solo sonrisas y buenas intenciones.

—A mí no me parecían perfectos. Parece ser que en los momentos más difíciles es cuando se da a conocer la verdadera forma de ser.

—Debes entender que todos cambiamos en este mundo. Yo cambié, él también...

—Lo sé —seguimos observando el chico alto y musculoso cavando, sin parar, sin tomar por lo menos un respiro—. Debería intervenir.

—No debes hacer nada —me agarra del brazo—. Ya hablaste con él antes.

—Si ninguno de los dos ocupa su lugar, caerá rendido ante el calor y el cansancio.

—Sé lo que sucederá si sigue así, pero hay que respetar su decisión.

—Eres su hermana, deberías ayudarle en momentos así —agacha la cabeza, mordiendo su labio inferior, pensando en lo que le podría decir si va hacia él —. Iré —me suelta el brazo, rendida ante mi decisión.

Camino hacia él con la atenta mirada de Sara en mi nuca, vigilando mis movimientos. Cada paso que doy, aumenta el sonido de la pala. El hoyo está a mitad mitad de terminarse, pero si no para se va a matar él sólo, y su hermana se podría suicidar ante esa imagen y la pérdida de su hermano. Me pongo delante de él e intento hablar con amabilidad.

—Damian, creo que necesitas ayuda con el hoyo —ninguna respuesta sale de sus labios—. Sé lo que es perder a una persona cercana a ti. Cavar el hoyo es lo peor sabiendo que es para esa persona —nada, ni una palabra, ni una mirada—. Damian —intento pararle, pero me pone la pistola de nuevo en la nuca.

Su pistola lleva una poca sangre del cuerpo de Scot, eso debe de estar afectando más a su cerebro, a sus recuerdos y a su cordura. Veo a la rubia preocupada de que él pueda disparar, atraer a los caminantes mientras él sigue cavando.

—Esto lo debo hacer sólo —dice solamente.

—No podemos perder horas de sol, debería ayudarte para terminar... —no me deja terminar la frase.

—¡He dicho que lo voy a hacer yo sólo! —grita, furioso ante mi presencia.

—No sabes lo que haces, no piensas con claridad.

—Lo hago, y si no te alejas esta vez, prometo que te dispararé en la sien —enseña los dientes en señal de amenaza.

Agarra su pistola muy firme, el dedo en el gatillo, sin temblores, firme a su amenaza.

—¿De verdad quieres arriesgar la vida de tu hermana?

—¡No metas a mi hermana en esto!

—¡Lo voy a hacer si quiero! ¿No te acuerdas que los caminantes que dejamos atrás vienen hacia acá?

—Soy consciente de ello.

—Pues yo creo que no, porque si tuvieras dos dedos de frente sabrías que el tiempo ahora es esencial.

—Si queréis iros sin mí, adelante. Moriré cavando este hoyo si hace falta, al lado de mi novio.

—Tu novio se ha ido, sabes que él no querría esto.

—¡Ya basta!

—Él entraría en razón si hubieras muerto tú y no él.

—¡Calla de una puta vez! —su mano tiembla.

—Estaría llorando tu pérdida aún, incluso mientras hace este hoyo con mi ayuda.

—¡Para, joder!

—Te está viendo, tú lo sabes. Haz un favor y entra en razón ante su ojos.

—¡Para! —se lleva las manos al oído, queriendo omitir mi voz.

¡Mi oportunidad! Me abalanzo hacia él y lo tiro al suelo, estando yo encima. Le intento quitar la pistola de las manos, pero se resiste, teniendo lágrimas en los ojos. Agarro sus dos manos y lo atrapo, su pistola sigue en su mano, pero no puede apuntar. Se resiste, intenta dar la vuelta y tener la pelea a su favor, pero no puede.

Deja de resistirse y del enfado ha pasado a tristeza. Lágrimas resbalan de su mejilla, llantos de desesperación en mis oídos son todo lo que necesitaba para parar.

—Tú no lo entiendes —suelta entre sollozos.

—Lo entiendo perfectamente.

—Él era mi vida, mi todo. Nuestros recuerdos es lo que nos daba esperanzas para volver a vivir algún día como antes. Pero ha caído, sin él no soy nada.

—Eres todo tú, solo que no estás con tu pareja de viaje. Es hora de que viajes con un corazón solitario roto.

—No es fácil.

—No lo es, pero cuanto más pienses en él, más débil serás. No le olvides, pero tampoco pienses en él a todas horas.

Le quito la pistola de la mano y me levanto de encima de él para ir a por la pala. Miro a Sara junto con Yolanda, sus miradas fijas en nosotros. La rubia adulta tiene una mano en la boca, intentando no llorar, y la pequeña tan solo observa, sin ningún sentimiento en su rostro.

Con la pala en la mano, me acerco al hoyo y comienzo a trabajar. El cuerpo de Damian se levanta con lentitud. Ya levantado, agarra otra pala y vuelve a excavar, pero esta vez junto a mí. Sus lágrimas siguen humedeciendo sus mejillas, lágrimas que no volverán a salir hasta alguna otra pérdida importante.

Ya terminado el hoyo, Damian agarra el cuerpo de su difunto novio y lo posa con delicadeza en el agujero. Cierra los ojos, respira hondo e intenta hablar, pero se detiene y piensa. Yo sigo con la pala preparada para echar la tierra al cuerpo.

—Siempre te amaré, Scot —suelta una última vez a su vida pasada.

Me hace una se la y empiezo a echar tierra. Cada palada que echo, es un recuerdo que viene a mi mente. Vuelve el sonido de los grillo bajo la noche y la luz de una linterna. El dolor que pasé en esos momentos fue una parte que me hizo así.

Ya tapado el cuerpo, nos vamos al camión, cansados y sudados. Damian intenta conducir, pero lo detengo.

—No estás apto para conducir.

—Voy a hacerlo.

—Joder, Damian, no volvamos a tener esta charla. Acabas de perder a alguien y has trabajado duro bajo el sol, debes descansar.

—Está bien —dice un minutos después para meterse en el camión junto con Yolanda.

La rubia ya espera de copiloto, así que subo al volante y enciendo el motor sin complicación alguna. Justo cuando me abrocho el cinturón, su voz suena.

—¿Y bien? —pregunta.

—No te preocupes, se recuperará más rápido de lo que crees.

—Eso espero —sin decir nada más, se pone a mirar por la ventanilla.

Cuando alguien pierde los estribos como él, cosas malas pueden pasar. Inestable ante mí, inestable ante todos. Desde el principio de esto, lo he estado viviendo, pero tengo algo por seguro, que no dejaré que ninguno de ellos tres pase por el pozo en el que yo me ahogué.

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