Capítulo 6

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La gasolinera de McDermitt, una gasolinera en un pueblo que está en la frontera de Nevada y Oregón. Un lugar desolado, con casi mil personas viviendo en su interior que ahora se han convertido en caminantes sin sentido de nada. Hemos aparcado en la gasolinera, era un lugar bonito, aunque los caminantes siguen andando por los alrededores, como si este fuera su territorio. Y en cierto sentido lo es, pero ahora estamos nosotros. Sí, nosotros. Al final he tenido que ayudarles, aunque fue ayer lo de la paliza.

Hemos estado conduciendo sin parar, las únicas paradas que hemos hecho han sido tan solo para hacer nuestras necesidades. Menos mal que tenían papel higiénico, las hojas del bosque no pueden ser buenas para el trasero, además de que respeto la naturaleza. Pendemos de dos gotas de gasolina en cada depósito, si ahora tuviéramos que huir, no iríamos muy lejos.

Seguramente os estaréis preguntando el porqué me he quedado con ellos y no los he mandado a la mierda. Pues veréis, la respuesta es simple. La niña pequeña me ha llamado la atención, algo en mi mente retumba con ella, como si compartiera algo conmigo. No ha soltado ni una palabra delante de mí, tan solo con ellos, su voz no ha resonado en mis oídos, es todo tan raro como mi infancia.

—Hey, sin nombre —me llama Sara, quien se ha calmado después de todo esto—. No sé se habrá algo de valor ahí dentro —señala la tienda de la gasolinera—. Si puedes echar un vistazo sería genial. Así también traes algo dulce para Yolanda.

—Iré con él —dice el enfermero, sé su nombre, pero no me importa mucho.

—¿No confías en él, Damian? —pregunta sonriendo la rubia.

—Es difícil después de que pegara a mi novio. Vamos, chaval —me da un pequeño golpe en el hombro.

Nos ponemos a caminar hacia la tienda y me pongo a observar el lugar. El par de puertas acristaladas están llenas de polvo y no se sabe bien lo que hay dentro. Las paredes exteriores necesitan una mano de pintura, pero nadie lo va a hacer. Llegamos a la puerta y yo la aporreo. Le hago una seña a Damian de que espere tan solo un minuto para que observe la magia.

En tan solo unos segundos, la puerta es aporreada por una joven de mediana edad, con los brazos totalmente sin piel, con el hueso a la vista. Abro la puerta y dejo que salga. Sus movimientos y gruñidos me hacen querer matarla ya, pero el gigante de al lado se adelanta y me lo quita clavando un cuchillo de caza en el cráneo. Lo miro un poquito enojado, no es que me importe, pero bueno.

—¿Qué? Has sido lento —y pasa al establecimiento.

Al pasar veo que hay muy pocas cosas, no la saquearon, ya que aún seguía un caminante dentro. Varias estanterías están vacías, las neveras llenas de recipientes calientes llenos de bebidas que ya no es recomendable beber, las revistas desperdigadas por el suelo y la zona del cajero aún hay pocas cosas sin valor. Seguramente nadie habrá viajado tanto como para saquear este lugar.

—Vamos a ver lo que hay —dice en voz alta, moviéndose libremente sin preocupación por la zona.

—Te recomiendo que miremos por todos lados, no vaya a ser que quede alguno con vida.

—Si quieres, haz eso, porque yo voy a recoger todo lo que hay aquí de valor.

—Como quieras. Si te muerden, te mataré al momento.

—Por mí bien —se lo ha tomado bien al parecer.

Deslizo mis pies por el sucio suelo de a tienda hasta una puerta que hay al lado del cajero. Solo está esta puerta, cosa rara, por cierto. Creía que habría otra más, pero no. Agarro mi cuchillo de caza y, sin pensarlo más veces, abro  la puerta. Ningún caminante, tan solo es el almacén del lugar. No hay mucha cosa, un poco de comida que seguro está caducada y una caja de dulces sin abrir. A la niña le va a encantar esto.

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