Los gruñidos de los caminantes pasando alrededor de la cabaña penetran mi mente hasta el punto en el que se hace eterno. Ya llevo una hora sentado en una cama poco mullida, molesta mi trasero. La horda parece ser muy grande, porque para que no hayan pasado ya todos en una hora es para darle un infarto al verlo por el aire.
Entre los gruñidos se unen disparos lejanos, pero no son reales, porque el pelinegro no se ha alarmado. Los disparos... Tan lejanos que parecen sacados de mis propios recuerdos. ¿Por qué me vuelve a pasar? No quiero recordar, no quiero nada de eso, sería una tortura que se juntaría al mar de zombies de fuera.
Mi vista se fija en el suelo de madera sucia, llena de polvo que se dejaron abrir paso ante nuestras pisadas. Huellas marcadas hasta la limpieza, lo cual nunca llegará. Las puertas no han sido aporreadas en ningún momento y la noche se va acercando, espero poder dormir bien.
—Hazlo, cariño. Todo irá bien, así que dispara.
Muevo mi cabeza de un lado a otro, esto ya es demasiado. ¿Por qué ese recuerdo viene ahora mismo? ¿Acaso me quiero volver loco? No, no quiero. Es todo un juego, quiere acabar conmigo de una manera u otra. No se lo dejaré tan fácil.
Acaricio mi cabello, nervioso por todo esto. ¿Ha conseguido su propósito? ¿Planeó todo esto? ¡Imposible! No pudo hacerlo, claramente no podría. Vuelvo a mirar al tal Jarrod. La pistola posa en su mano, empuñado para ser disparado en cualquier momento, sea cual sea la situación, como si le ataco ahora mismo, estaría listo para dispararme en la cabeza si fuera necesario.
Esa voz me intenta controlar de nuevo, pero no le dejo paso al control. Me resisto, me llevo las manos a la cabeza y me intento controlar. Esa maldita voz que me lleva torturando desde aquél fatídico día se ha vuelto mi mayor enemigo, mi pesadilla por las noches. ¿Por qué yo? ¿No podía molestar a otro? No, tenía que ser a mí a quien jodiera.
—Pst... —un sonido me llama la atención y miro a Jarrod—. ¿Estás bien? —me pregunta en voz baja, casi en susurros.
—Sí... Sí, estoy bien. No te preocupes.
—Me preocupo porque si empiezas a gritar, voy a tener que matarte, y no queremos eso los dos.
—Ya, bueno... Son cosas que pasan ya en este mundo. No queremos matar, pero lo hacemos por nuestro bien. Más vale perder una vida que cientos.
—¿De qué hablas?
—No soy importante para ti, solo soy un tipo de rehén que se espera a lo mismo que tú, que esos caminantes pasen de largo y podamos irnos por nuestro camino.
—Así que tienes un camino —se acaricia la barbilla, pensativo—. Interesante. ¿A dónde vas?
—A Washington, he oído un par de rumores que hay un pueblo fortificado que da refugio y cobijo a todos los que llegan.
—¿Y tú te lo crees? En esta mierda es matar o morir, pararse ha crear una fortaleza es el plan ideal para tus enemigos.
—¿Y tú cómo sabes eso? —me giro y lo encaro.
—Porque yo vivía en una fortaleza con un buen amigo. Todos los que vivíamos en ese maravilloso lugar era como haber rezado a dios millones de veces, aunque él no quiere esos rezos... —respira hondo con el puño en el pecho—. Ahí me di cuenta de que todo lo que construimos por un buen propósito cae de inmediato, y lo que construimos para malos actos, resiste. Esa es mi lógica.
—¿Estás diciendo que solo los malos resisten? —pregunto procesando toda la información que ha soltado en tan solo un minuto.
—Eso es lo que digo y lo que mantengo. Solo los asesinos como los Caballos Negros viven de lujo con su comida, sus casas con agua caliente, su electricidad... Esos cabrones se lo han montado bien.
—¿Dónde vivías tú? —se abre ante mí y debo de aprovechar el momento para conocerle.
—Vivía en Breckenridge, era maravilloso. Hasta que los muros fueron destruidos —un silencio incómodo se instala entre nosotros, ya que ahora dejamos que los quejidos de afuera entren—. ¿Y tú? ¿Dónde estabas después de todo esto?
—Tiene su gracia. Soy como un nómada, o vivo en ningún lugar fijo por el simple hecho de que no me fío de nadie.
—Pero te estás fiando de mí lo suficiente como para decirme eso.
—Tú has dado tu información primero, lo menos que puedo hacer es responderte.
—Vale. Así que nómada... Interesante.
—Es lo que podemos hacer hoy en día para evitar a esos monstruos.
—No te lo discuto. No sé si habrás conocido a alguien que estoy buscando.
—Lo dudo, todos los que me encuentro mueren al día siguiente.
—Qué casualidad... Bueno, se llama Blake, tiene el cabello blanco y ojos rojos carmesí que parecen la sangre en su estado más luminoso.
—¿Cabello blanco? Lo siento, no he encontrado a nadie así.
—Me lo temía. Al menos he preguntado y salido de dudas —sonríe y vuelve a mirar por la ventana, dando por concluida la charla de hoy.
Un chico de cabello blanco... Blake... No me suena de nada, pero seguro quiere algo de él, puede que si lo encuentra me mate para no retrasarle. Tiene cara de ser amigable, pero también de un chico hostil. No sé de qué lado fijarme, porque los dos lados me dan miedo. Pueden mostrar sinceridad, pero no debo confiar en él.
La noche va cayendo y los cadáveres andantes siguen su camino, aún no ha terminado la horda. Sí que es muy grande, o puede que sean más lentos de lo normal. En todo caso, debo montar guardia. Le digo que descanse, que yo haré la guardia, pero se niega rotundamente.
—No tengo sueño, duerme tú, que eres quien ha corrido afuera en el bosque.
Sin rechistar ni nada, me pongo en la cama, que sigue sin ser cómoda, e intento dormir. Los gruñidos nocturnos no me dejan, pero cuando al final noto los párpados pesados, el sueño me abraza y me inunda por completo.
Cierro los ojos y su voz me sigue atormentando en sueños, como si fuera un fantasma que busca venganza. No le daré el privilegio, le costará mucho más que unos cuantos susurros.
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Planeta Z
Science FictionUn apocalipsis zombie, lo que me faltaba por ver en este mundo de mierda. Ya era todo un caos antes de que esto pasara, ya era una muerte asegurada, pero ahora la palabra "caos" le viene pequeño a esta situación. Camino siempre por las carreteras, e...