Capítulo 31

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—¡Quietos! —ordeno en voz baja, el grupo me hace caso—. ¿Oís eso? —un motor a lo lejos junto con unas órdenes inaudibles llaman a la puerta de mi curiosidad.

Los demás asienten con la cabeza. No estoy loco, al parecer.

—Vamos a ver —propone la rubia y la seguimos.

Durante todo el camino de follaje y ramas, estamos en constante alerta. Las voces son humanas y, después de todo el barullo, se hace presente el rugido de un motor. Un todoterreno bien preparado, de eso no hay duda.

—Tenemos que esperar —murmuro—. No podemos delatarnos así como así. ¿Y si son Caballos Negros?

—Tal vez tenga razón, no es seguro que sean amistosos —apoya Elias—. Sinceramente, deberíamos al menos echar un vistazo en dónde estamos.

Tiene razón. Caminamos un par de minutos más y nos ocultamos en unos setos que el entorno nos ha querido brindar para no alertar a los desconocidos.

Un par de hombres posan en el coche, esperando a alguien. Los tatuajes de sus cuellos delatan sus intenciones y el porqué están aquí.

—Bingo, Caballos Negros —escupo sin entusiasmo.

—¿Qué hacen? —Marcos mira a su alrededor—. Sobretodo en un centro comercial.

—Debe de haber algo de valor ahí dentro como para estar dentro mucho tiempo, pero a saber cuánto están ahí —los vigilo, cada movimiento muestra su estilo de lucha, aunque todos van como burros gritando.

—Ni idea de lo que puede ser, pero parece que dentro de ese coche no salen dos personas y no las puedo ver bien —Sara intenta enfocar la vista para intentar visualizar sus caras.

—¡Abajo! —les oculto los rostros cuanto antes.

Los setos nos dejan una visión un tanto dificultosa para cuatro personas.

Del centro comercial sale una mujer con tan solo una pistola enfundada y una sonrisa socarrona que dudo que se la puedan quitar de un golpe. ¿Por qué esa forma de sonreír, bruja arpía?

Los hombres del coche se ponen firmes y suben al coche, dejando el asiento del piloto a la arpía mercenaria.

—¿Les disparo? —Elias roza el rifle de su hombro que le dejó su compañero—. Puedo matar a un par de ellos. De ahí en adelante será fácil.

—Ni hablar. Moriremos si esa mujer queda viva.

—¿Por qué lo dices? —parece no entenderlo.

Marcos entiende el porqué, la conoce tanto como yo y no creo que enfrentarnos a ella con pólvora sea buena idea. Sería un suicidio. Una mujer de la milicia que se convirtió en una mercenaria sanguinaria por el dinero de un maldito narcotraficante que ganaba millones por segundo. Está preparada para cualquier situación, para cualquier lugar, para cualquier pregunta.

Nos limitamos a observar como se aleja el coche poco a poco hasta que desaparecen por una esquina y nos dejan vía libre para explorar el interior del centro comercial.

—Vamos —me levanto y corro a la puerta para entrar y no ser visto en campo abierto.

Mis compañeros siguen mi espalda como perros buscando a su dueño. Al entrar, la oscuridad no se deja consumir por el sol que entra por las rejillas de las tablas de madera, aunque la noche ya se esté haciendo presente.

—No parece que se hayan llevado mucho, la verdad —la joven camina por los alrededores con la mano posada en la funda del cuchillo—. ¿Qué harían aquí si no es por suministros?

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