—Te creía muerto, Blake —murmura mi amigo Elias para que los que hay atrás no nos escuchen.
El sonido de los árboles siendo azotados por el viento es suficiente para hablar en voz alta y no ser oídos, igual que nos pasa con Marcos y Sara.
—Como dijiste: bicho malo, nunca muere.
Cada paso que damos es un torrente de sonido que hace que nuestros corazones aceleren y se calmen cada diez segundos, sin dejarnos tomar un respiro.
—Montaste un revuelo en la base principal. Varios se fueron por la poca seguridad que había y se unieron a la libertad, lo cual no le hizo gracia a Jeff.
—Ese cabrón se merece lo peor que le pueda ocurrir. No se me ocurre nada lo suficientemente doloroso como todo lo que ha repartido.
—Habrá algo.
—Elias, sinceramente espero que te unas a nosotros para ayudarnos a sobrevivir.
—No puedo, amigo. Soy un infiltrado para los rebeldes, aquellos que dispararon al camión.
—Casi te matan, ¿acaso no eres valioso para ellos?
—Sabían mi posición. El lado en el que estaba no se convirtió en un colador. Fueron precisos.
—¿Son buenos como dices o solo lo aparentan?
—Sabes cuándo lo aparentan, son como un libro abierto. Lees todas sus expresiones con facilidad y entiendes lo que quieren hacer.
—Sí, supongo —cuando estaba en la base de los Caballos Negros nunca fue tan fácil pelear contra ellos, siempre hacían ver sus movimientos con lentitud, fáciles de esquivar y contraatacar—. Como sea, solo espero que no se pregunten el cómo has salido vivo de ahí y te fusilen.
—¿Crees que me dispararán nada más saber los falsos hechos que les voy a contar?
—No digo que se lo crean, sino que sospechen.
—No te preocupes por mí, saben que soy de confianza para ellos. Me creerán.
Eso me gustaría creer, amigo mío. Puede que a lo largo del tiempo se haya ganado la confianza de cada uno de ellos, pero cualquiera puede dudar, cualquiera puede sospechar de tu suerte.
—Chicos, ¿de qué habláis? —se acerca la rubia, quien de seguro se ha aburrido de hablar con el cazador—. Os hemos dejado de escuchar hace un momento y nos habíamos asustado.
—Estábamos planeando el cómo acabar contigo sin dejar rastro —se asusta, pero de seguro sabe que es una broma—. Uy, se me ha escapado.
—¡Por fin haces bromas! —se abalanza a mí para un abrazo por la espalda—. Sabía que no eras tan malo como me hacías creer.
—¡Aléjate de mí! —estoy siendo ruidoso, y en un bosque no es bueno serlo—. No me gustan los abrazos. Además de que tenemos que encontrar algún taller para encontrar la pieza para el camión.
—Está bien —refunfuña, los dos chicos de alrededor sonríen, manteniendo la carcajada en sus bocas.
EN EL CAMIÓN
—Has tenido suerte de que Blake te encontrase, porque tienes varios moratones que necesitan tratado y algún que otro hueso roto —deja de chequear mi cuerpo el enfermero—. Tendrás que estar en reposo por unos días. Puedes moverte, pero no hacer esfuerzos innecesarios, como pelearte y correr.
—Me lo dices como si fuera problemática —una sonrisa socarrona de mi parte.
—Aquí cualquiera puede conventirse en una persona problemática.
—No será por mi parte.
—Yo tengo una pregunta, Damian —se acerca el hombre que se llama Yago—. ¿Se te dan bien los partos?
—Hice un par en mi vida, pero supongo que de ese par se aprende bastante.
—Es suficiente. En nuestra aldea hay una mujer que está a punto de parir. Quisiera que la ayudases —se queda pensativo, tal vez piense en cómo decirle que un parto en estos días puede acabar con ella sin que se entere.
—¿Tenéis equipamiento médico? —el hombre responde agachando la cabeza—. Amigo, yo...
—Sé lo que significa. Solo... necesito a un experto para que el parto no sea en vano, que las niñas estén bien. Y de seguro nos quedamos tranquilos estando tú.
—No sé qué decir ni qué responder ante tu petición.
—Piénsalo, hay tiempo.
Se queda mirando a todas partes. Piensa que si estuviera todo su grupo se podría hablar, tal vez llegar a cambiar su ruta para poder ayudar a esa mujer. Tener un niño hoy en día significa repoblación, pero muerte para aquella que dé a luz. Si tiene suerte de vivir, es un alma que se niega a ir al cielo.
—Cuando vuelvan, lo hablaremos.
—Está bien. Espero tu respuesta —asiente con la cabeza y se va a alguna parte, supongo que a vigilar.
—Tú intenta no moverte. Si se acerca algún caminante, golpea, grita o algo para que lo escuchemos y vendremos a ayudarte —doy una respuesta afirmativa y se aleja de mí, dejándome con una niña pequeña a mi lado.
Su mirada me hipnotiza y aterra a la vez. Una combinación interesante. Me pregunta silenciosamente. Quiere entrar en mi mente para conocerme mejor, para saber si soy peligrosa o no.
Ya traté con una niña de su edad, no quiero volver a hacerlo. Pero si voy a ser de este grupo, porque no tengo a dónde ir, tendré que conocer a todos los miembros de este.
—Esa casa me hacía llorar —rompe el hielo, o más bien coloca nieve para que se mantenga lo máximo posible, que haya incomodidad—. Los muertos pasaron por ahí. Cientos de cuerpos...
—¿De qué hablas? —pregunto, entrecerrando los ojos por el desconcierto y el misterio.
—Una lluvia deshizo los pasos... Caminantes siguiendo a unas personas. Luego, pasos en otra dirección. Se escondieron en el mismo lugar que tú.
—¿Qué? ¿Por qué dices eso? —no hay respuesta de inmediato, tarda un minuto, en el que de seguro piensa, y saca las palabras después de una gran y pesada bocanada de aire.
—Yo... No lo sé.
Esta niña me crea intriga. Que haya dicho cosas así significa algo. ¿Acaso sigue el rastro? ¿Por qué ha soltado todo eso si luego no sabe el por qué lo dice?
—Vale. Da igual. ¿Cómo te llamas? —se fija en mí.
—Yolanda. ¿Y tú?
—Cladivia. Me llamo Cladivia.
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Planeta Z
Science FictionUn apocalipsis zombie, lo que me faltaba por ver en este mundo de mierda. Ya era todo un caos antes de que esto pasara, ya era una muerte asegurada, pero ahora la palabra "caos" le viene pequeño a esta situación. Camino siempre por las carreteras, e...