Capítulo 32

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Lo vi todo. Sus gestos, su forma de hablar, su sangre... Su llanto y las lágrimas que soltaba por algo que no era real, una ilusión que su mente ha creado sin motivo.

Lo último que llegué a escuchar era su nombre: Vilia. ¿Quién era para él? ¿Tanto le importaba? ¿Qué sentía por aquella persona? Quiero acercarme a él y hablar de lo que acaba de presenciar, pero tengo miedo de que me amenace con esa mirada rojiza que tanto temor crea en mi cuerpo. Como el segundo día que estuvimos juntos, cuando supo que el novio de mi hermano le disparó y me ordenó que detuviese el coche.

Aun así, no puedo dejarle así. Va contra mis principios.

Armada de valor, y apretando la coleta que tengo hecho en el pelo, me acerco a él tras cinco bocanadas de aire.

Se queda en esa postura antes de despedirse de aquel fantasma, mirando al techo medio derruido. Inmóvil, como un muerto dentro de un ataúd, aunque en este caso no se puede aplicar tal teoría.

Cuando estoy lo suficientemente cerca, intento despertarlo de su ensoñación.

—Blake, ¿estás bien? —no se mueve, no responde, totalmente inmóvil—. Lo he visto todo. ¿Con quién hablabas? —un par de minutos después, posa sus manos en las rodillas y se levanta.

—Sara, quiero pedirte un favor.

—¿Eh? —esto me ha pillado por sorpresa.

Hurga en su bolsillo y de él saca una goma para el pelo, el cual me muestra e intenta entregármelo.

—¿Me podrías hacer una coleta en el pelo, por favor? —me mira serio, con modales en sus palabras.

—Una... ¿Coleta? ¿Por qué?

—Solo hazlo.

—Ha sido muy extraño. ¡Tú pidiendo algo con modales! Es un logro en nuestra amistad.

—Cuando quiero, tengo modales.

—Eres alguien totalmente nuevo. ¿Dónde está el Blake gruñón que conozco?

—¿Vas a hacerlo o no?

—Sí, sí. Vayamos a algún baño del centro —le agarro de la muñeca y le arrastro.

—¿Por qué motivo habría que ir a uno? —se muestra molesto.

—Siempre quise peinar a alguien con un espejo delante.

Al encontrar uno de los baños, entramos y nos miramos en el espejo hasta que le posiciono delante mía y hago que se agache para llegar de sobra. Cuando estoy lista para hacerle lo que me ha pedido, detengo mi mano en mitad del vuelo.

¿Esto está bien? Quiero decir, nunca me ha dejado acercarme y, de repente, me viene con un favor que es tocar su pelo.

—¿Qué pasa? —pregunta mirando mis ojos por el espejo.

Su mirada es fría, pero a la vez cálida. Algo ha despertado dentro de él en aquel pasillo.

—No es nada. Es solo que nunca me dejaste que me acercara. Y ahora tocar tu pelo es algo violento.

—Hace un momento has agarrado mi muñeca. No te hagas ahora la vergonzosa.

—¡No lo hago! Es que...

—Calla y empieza de una jodida vez — cierro la boca y empiezo mi pequeña tarea.

Al rozar su cabello largo, noto la suavidad por cada parte de mis dedos, enredándose por mi piel. Dan ganas de acariciarlo por la eternidad, notar esa suavidad por toda la vida, pero su comportamiento arisco es algo que me aleja.

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