La vida puede dar muchas vueltas, como una peonza que no cesa en su giro, eterno como los colores del mundo, que aunque cerremos los ojos vemos el negro de la oscuridad. ¿Por qué he pensado así? Simplemente estoy mirando un techo agrietado desde mi cama, sin mover un solo músculo, sin que mis oídos perciban un solo sonido. Hace tiempo que dejé de escuchar mis alrededores, aunque seguro que al escuchar no me gustaría nada lo que oiría. A la maldita rubia hablando en voz alta, vociferando que es hora de levantarse.
No me quiero levantar, me parece más interesante el techo que poco a poco se cae, al igual que la pintura que lo hacía ver de otra forma.
Pienso y pienso en muchas cosas, pero en lo que más me centro es en el recuerdo de aquella base, de aquella tarde en la que echaron abajo las murallas. Nunca olvidaré ese rostro pidiendo a gritos mis sesos esparcidos por el suelo, mi sangre en sus manos o en su boca, saboreando cada gota de mi cuerpo. Me dan ganas de vomitar solo de pensar en eso.
La venda limpia en mi cuerpo sigue sin tener alguna mancha rojiza que me demuestre que esto es el mundo real, aunque ya llevo durmiendo mucho tiempo en esta pesadilla. Debe de ser una pesadilla, estoy seguro, pero ya me marqué a fuego que esto es real, el dolor es real.
Ya no quiero mirar las musarañas del techo, ya me he aburrido. Empiezo a prestar atención a mis alrededores y me percato de un sonido ante la puerta. Una niña pequeña de cabello rubio dorado como el trigo bajo el sol inunda mi vista, y sus ojos carmesí me observan al saber que estoy despierto.
Mira el plato que tiene entre manos con comida de una lata de comida y luego vuelve su mirada a mí. Creo que sigue teniendo miedo ante mi persona, pero no debería tenerlo, soy bueno con ella.
—Hola, Yolanda —su reacción no es inmediata.
Se acerca poco a poco, con el plato tendido. Acabo por sentarme en el borde de la cama y agarro el plato que tanto me está pidiendo que tome.
—Gracias —le agradezco, agarrando la cuchara y llevándomela a la boca un poco cargada.
No me sigue gustando la comida en lata, pero dadas las cosas del puto apocalipsis, no le voy a dar ascos. La miro, solo se fija en el suelo, quieta como un soldado. Su comportamiento es muy inocente.
—Me recuerdas mucho a mí —digo, intentando que no se ponga tensa a mi lado—. Antes yo era muy tímido, una persona que tenía miedo de la reacción de otros ante las palabras que fuera a soltar —me mira atenta, estoy seguro de que no quiere escuchar esto—. No hablaba, ese era uno de los problemas que tenía. Acabé por no tener amigos, por quedarme solo. Y, bueno... —me quedo callado, pero al momento prosigo con un suspiro—. ¿Para qué te lo voy a contar? Ni siquiera te interesa, solo te doy miedo.
Sigo comiendo, el plato ya está medio vacío. Mi estómago intenta no rugir del asco, pero se tiene que aguantar si no quiere salir a cachos del cuerpo.
—¿Por qué blanco? —la primera pregunta que me hace en todo este tiempo, aunque no es que haya sido varios días.
—¿Hablas de mi pelo? —asiente con la cabeza de nuevo en silencio—. Bueno... Eso es algo que no te puedo contar, un secreto que no debes conocer —alza el dedo meñique—. ¿Promesa de meñique? —vuelve a asentir—. Está bien —juntamos los dedos meñique y nos soltamos—. Te diré que tan solo era para encontrarme más fácilmente entre toda la gente. Yo no quería tenerlo blanco, quería pasar desapercibido, pero... No lo logré.
—¿Por qué desapercibido? —esta niña me está sorprendiendo cada vez más.
—De la gente mala —un cuarto de plato para acabar.
—¿La gente mala iba a por ti?
—Sí.
—¿Por qué? —y la comida del plato se acaba.
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Planeta Z
Science FictionUn apocalipsis zombie, lo que me faltaba por ver en este mundo de mierda. Ya era todo un caos antes de que esto pasara, ya era una muerte asegurada, pero ahora la palabra "caos" le viene pequeño a esta situación. Camino siempre por las carreteras, e...