Capítulo 10

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Las carreteras vuelven a ser mi hogar, mi único punto de salida, mi camino hacia la lejanía de los problemas. Claro, temporalmente. No he parado en ningún momento de conducir, con el culo pegado al asiento por lo menos una hora. Noté que nos me había desviado de nuestro camino, así que miré el mapa de nuevo y cogí el camino correcto.

Sigo la ruta marcada por el grupo, yo no lo he tocado, ellos quieren llegar a su destino y pienso llevarlos para dejarlos e irme de nuevo por mi cuenta.

Pobre Scot, ahora que me empezaba a caer bien por haber aceptado el plan... Si es que soy una maldición, soy todo lo que nadie quiere tener en su equipo. Puede que tenga pinta de tipo duro que puede unirse a equipos para sobrevivir todos juntos, pero no, soy una maldición que contagia su suerte y los deja a solas contra el mundo. Scot ha sido el primero en caer en cuanto me he apuntado a este viaje, puede que el siguiente sea el enfermero o la rubia, ¿quién sabe?

Varios golpes suenan tras de mí, debe ser Sara, ella no mantiene el cuerpo de su cuñado mientras llora, de eso estoy seguro. Voy disminuyendo la marcha del camión hasta llegar a cero y me salgo, estirando las piernas y dejando que mi trasero por fin vuelva a vivir, no lo noto.

La puerta trasera suena, haciéndome saber que se abre. De ella sale una cabellera rubia teñida, ahí está Sara, con lágrimas en las mejillas, aunque aún siguen saliendo a mares en sus ojos. Me acerco mientras escucho los llantos de la chica, con el mismo rostro serio de siempre. Intenta hablar, pero el nudo de la garganta no la deja, así que me señala el interior del camión.

Ahí está. Scot en los brazos de su novio Damian, con los ojos cerrados, sin aliento, sin pulso, sin nada que nos diga que sigue vivo. El enfermero lo mira sin parar, con el rostro serio, como si se hubiera copiado de mí. Esta escena me suena bastante, ya la he vivido.

—Tienes que hablar con él —me pide Sara, aunque mas bien suena como una orden—. A mí no me escucha.

—¿Y crees que a mí sí? —la miro neutro.

—Por intentarlo no pierdes nada. Por favor, haz que entre en razón.

—¿Y te vas a quedar aquí?

—Me llevaré a la niña para que no vea esto, suficiente con la huida —mira al interior e intenta gritar, pero no lo consigue—. ¡Yolanda! —se acerca y mira a la que la ha llamado—. ¿Me acompañas a recoger madera para el fuego? —asiente en silencio y se baja del camión, después me mira a mí—. Por favor, hazlo.

Se van cogidas de la mano, con una pistola enfundada y un cuchillo de cazador. Seguras estarán, lo que me sorprende es que ella haya dado la idea de ir a por madera, cada vez me sorprende esta chica. A ver si tenía razón lo que me dijo en la casa de que es buena sobreviviendo.

Dirijo mi mirada de nuevo a la figura oscura, sin sentimiento. Con delicadeza, me subo al camión, acercándome poquito a poco a él. Estoy seguro de que han hablado antes de que él muriera, la pérdida de sangre lo ha matado lentamente, esa es una de las muertes que nadie quiere tener, aparte de las demás, que son como mil más.

Me preparo para hablar, veo en su cinturón el arma, lista para desenfundar, para ser disparada. No lo va a hacer, no tiene los santos cojones de hacerlo.

—Damian, hay que hacerlo —no hay ni una palabra que salga de sus labios, así que doy otro paso—. Sabes lo que hay que hacer, sino puede que vaya a herir a las chicas —otro paso, pero esta vez reacciona.

Desenfunda su pistola con una velocidad sorprendente y me apunta con el ceño fruncido. En sus ojos veo un ápice de amabilidad, esta muerte le ha superado, le ha dejado hecho polvo el corazón.

—Sé lo que hay que hacer. Matar al que le ha hecho esto —su voz ya no es como antes, sino mas hostil.

—No quieres disparar, Damian.

—Tú le matase. Fue tu plan el que nos hizo perder a un miembro muy valioso para mí del equipo. ¡Tu puto plan lo ha matado! —grita ya enojado conmigo.

—Todos conocíamos los riesgos, él me apoyó en la idea, sabía que un plan así tendría altos niveles de riesgo... Y aun así me apoyó.

—Podríamos haber hecho algo, un plan distinto —el arma tambalea en su mano, no deja un punto fijo en mi cuerpo—. Pero no, tuvo que ser tu idea, la de un desconocido.

—Era la única forma de huir. Que esos caminantes aparecieran era un contratiempo que él conocía, pero no le dio tiempo a defenderse —me acerco a él y bajo su mano, rozando el arma. Me agacho y me quedo a su altura, aunque él es más alto que yo—. Yo no quería que esto pasara.

—Nadie quiere que pase muchas cosas.

—Lo sé —un silencio neutro se instala de nuevo en el camión, los pájaros pían, puedo oírlos—. ¿Cuáles fueron sus últimas palabras?

Respira hondo, lo suelta y me responde.

—Dijo que me quería, que esto no fue tu culpa. Solamente quería que estuviéramos a salvo, al coste que fuera. Pero ahora no está y nos ha dejado junto a este mundo infernal.

Le miro, esa rabia que tenía hace un momento ha desaparecido.

—Damian... Sabes lo que hay que hacer —le repito lo más suave que puedo—. Él no querría que su cuerpo deambulara por el mundo como uno más de ellos —vuelve a su silencio, ya no puedo hacer nada—. Tan solo espero que hagas lo correcto.

Me levanto, ya harto de tanto sentimentalismo, y me salgo del camión. No hay ningún caminante por los alrededores, por ahora creo que podremos acampar aquí. Creo recordar que las chicas se fueron por este lado, así que mejor voy con ellas a ayudarlas, no hay que dejar que las chicas hagan todo, porque sino creerán que somos machistas.

Hora de recoger unos cuantos palos para el fuego, con el que calentaremos las latas de comida.

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