Capítulo 24

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Los ojos son más que pesados, mi cuerpo está adolorido, seguro ya me han comido.

Mi estómago sigue vacío, mi boca... Está húmeda. ¿Sudor? ¿Agua de lluvia? Tengo al menos la mínima fuerza como para abrir los ojos, pero no para mirar a mi alrededor. Mi respiración es más seguida, no entrecortada. Me siento más viva, pero totalmente vacía. ¿Será por el hambre? Será por eso.

Observo el techo como el de todos los demás, como el de todas las casas y edificios que he ido saqueando, o intentado saquear. Parte de ella está quemada, agrietado y a punto de romperse y caer con fuerza. Mi espalda se topa con algo mullido, un colchón por lo que se nota al hacer un leve movimiento.

—Es difícil de creer, ¿verdad? —esa voz ya no se nota tan lejana y artificial.

Se escucha a mi lado, no puedo girar la cabeza para verle, pero sé que es buena persona por no haberme matado aquí ahora.

—¿Por qué no me has dejado desaparecer de la faz de la tierra? —le pregunto con una voz que parece un susurro.

—Me suplicaste agua... Yo te lo di. No has podido cortar la fina cuerda roja, ¿no es así?

—Tú me lo has impedido.

—¿Por qué no hacerlo? No quiero que la pequeña vea a alguien enterrando un cuerpo recién muerto.

—Así que, si no hubiera estado esa niña que dices, ¿me habrías dejado en el suelo?

—Puede. No te digo directamente que sí porque no me has parecido una persona controlada por alguien —se levanta y se acerca, con la silla en mano para ponerse a mirar mi rostro más de cerca—. ¿De dónde vienes? —sus orbes rojos son inexpresivos, tienen un ápice de bondad, pero detrás de esa bondad hay algo oculto.

—Ya no sé ni de donde vengo. No hay hogar para mí, ya no existe.

—Quieras o no, tuviste un pasado que ahora te duele. Todos lo tenemos —consigo girar la cabeza y mirarle con cara de duda.

—Dudo que entiendas lo que yo entierro en lo más hondo de mí.

—No, no lo entiendo. ¿Por qué será que no lo entiendo? ¿Será por mi ignorancia a la gente que pasa a mi lado y que mueren al día siguiente? ¿Será porque mi infancia no ha sido como la de un niño pequeño? ¿Será porque ni siquiera he disfrutado un día de la libertad? —su cara se torna oscura, ¿de verdad entiende por lo que paso?—. ¿Alguna vez has visto morir a alguien querido?

—Una vez.

—¿Y qué pensaste al verlo?

—Que no tenía que seguir aquí anclada. Que no debía confiar en nadie más, ni encariñarme, porque sabía que si lo hacía pronto se irían —miro la ventana, los árboles nos ocultan del sol y el cielo está brillante—. Me ocultaba de la gente para no sufrir de ese tipo de sentimiento. Me ocultaba de los coches, de los viajeros, de los armados... De todos.

—¿No dejaste que nadie te ayudara?

—No quería correr riesgos. La sociedad que sigue viva es tan peligrosa como las hordas de caminantes.

El silencio se instala en la habitación, me siento incómoda con su mirada fija en mí, da miedo. Cierra los ojos, suspira y se levanta para acercarse a la ventana, observando el exterior como si fuera una llanura de tiempos lejanos.

—Yo también era un hombre solitario, un nómada, un asesino de asesinos. Huía de todo aquello que llevara un arma, huía de la gente para no ser un canguro, huía para no sentirme querido de nuevo. De pequeño me engañaban, me decían que todo iría bien. Pero... Todo se tornaba tan oscuro de repente que hoy pienso que soy un chico con suerte por salir de ahí —se abre ante mí, ¿de verdad confía en mí tanto como para contarme su pasado?—. No quería ser parte de un grupo de nuevo, pero aquí estoy, ayudando a esta familia que se ha ganado un poquito de mí —me mira de nuevo a los ojos, ya tranquilo—. Puedes ser de nuestra familia.

—No quiero ser de una familia, no de nuevo.

—Has sufrido tanto como yo, sabes lo que es la soledad... Es hora de que confíes en alguien tanto como para dar la vida por ello.

—No puedo hacerlo —una lágrima me resbala por la mejilla.

—Puedes... Pero no quieres. Crees que caeremos y no volveremos a respirar, pero te equivocas. Necesitas a alguien que cuide de ti.

—No puedo aceptarlo —mi voz se entrecorta, mis palabras apenas se entienden entre sollozos.

—¿Por qué no? Eres fuerte, quieres seguir aquí...

—¡Pero no quiero sufrir! —grito en toda su cara, sus ojos se abren como platos, una sorpresa el que grite—. ¡No quiero ver cómo la sangre de gente que puedo llegar a querer se derrama por el suelo! ¡No puedo verlos ahí tirados con ojos sin sentimiento alguno! ¡No quiero matar y llorar por venganza! ¡No de nuevo!

Me quedo llorando, sollozando y retorciéndome de angustia. Este dolor en el pecho sigue aquí, no quiero seguir soportando todo esto toda una vida. La culpabilidad me amenaza tantas veces que ya no sé si algún día se cumplirán sus palabras.

Su voz me grita desde lejos todas las noches, en sueños y despierta. Su cuerpo se materializa allá donde no debe, sus ojos son tan inocentes que me rompe el corazón el recordarle de esa manera. ¿Acaso puedo deshacer esta desagradable sensación?

MÁS TARDE

Salgo de casa con la chica en mi espalda, la cual pesa un poco, pero no lo suficiente como para dejarla en la cama todo el tiempo. El bosque sigue moviendo sus hojas azotadas por el viento. La tranquilidad se respira por los alrededores, parece que hoy vamos a tener una noche tranquila.

—Axel —llamo al que está al lado de la pequeña junto a las tumbas—, me llevo a la chica al camión.

—¿Qué? —se acerca corriendo, con las cejas mostrando enfado—. ¿Estás de broma? Recién la conoces.

—Sabes que no confío en personas extrañas, pero ella es especial. Estoy seguro de que será alguien de buen corazón, que nos ayudará a llegar a nuestro destino.

—No puedes estar totalmente seguro. ¿Y si nos raja el cuello estando dormidos?

—Estaré en vela para vigilarla. Ahora, me voy con ella. Yolanda —la llamo y me mira—, ¿quieres seguir aquí o quieres venirte al camión?

Sin soltar palabra alguna, se levanta y se pone a mi lado, mirando a la chica que tengo a mi lado. Su cabeza en mi hombro empapado por sus lágrimas, sus brazos sujetando mi cuello... Su dolor es algo que la mantiene viva, quiere el perdón de esa persona que vio muerta.

—Ve a buscar algo para arreglar el camión, ¿vale? Antes del anochecer quiero que vuelvas sano y salvo, me da igual si no encuentras nada, solo vuelve sin virus en tu cuerpo —asiente con la cabeza—. Vámonos, Yolanda.

Y nos ponemos a caminar hacia el camión, donde dejaré a esta chica con una lata de comida para que se alimente. Necesita que alguien la cuide, y esta familia lo va a hacer.

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