Capítulo 33

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—Bueno... Marcos, ¿no? —le miro con timidez, este hombre no parece fiarse de mí en absoluto.

—Así es. No lo uses demasiado —un tono seco bastante intimidante.

—Dudo usarlo, pronto no estaré con vosotros.

—Cierto, te vuelves con los Caballos Negros —no sé si intentaba herir, pero es como si escupiera las palabras con asco y desprecio.

—Oye, no te comportes así conmigo. No soy uno de ellos oficial.

—Pero tienes su tatuaje.

—Un tatuaje de una pieza de ajedrez en el brazo no es para tanto. ¡Te juro que no he matado delante de ellos!

—¿Y cómo es que sigues con ellos?

—Soy un infiltrado, o más bien intento darle información a la resistencia y acabar con tal gentuza.

—Gentuza con la que convives.

—Parece que va a ser inútil hablar contigo. Por más que intente convencerte vas a echar tres pasos de distancia —al parecer ya lo está haciendo—. ¡Pero no lo hagas ahora! —esto me duele.

—Es que has dado tan en el clavo que me asusta acercarme a ti.

—Eres alguien maleducado. ¡No juzgues un libro por su portada! Soy una letra hermosa por dentro.

—¿Me estás diciendo que incluso te van los chicos? Supongo que los Caballos Negros están bien fuertes para ti.

—¡No saques conclusiones precipitadas! —este hombre me agota mentalmente—. Solo... No me juzgues sin conocerme antes, ¿vale?

—Nada de "vale". Si quieres mi respeto y amistad, debes currar —me roza el pecho con su dedo índice—. Por cierto, no estamos solos.

—¿Qué? —sus ojos miran detrás de mí—. ¿Qué ves? —susurro.

—No sé lo que es, pero parece humano. No se mueve.

—¿Será un superviviente?

—Seguramente, pero nos tiene miedo. Oculta su rostro en una capucha.

—Hablemos con él, o ella. No sé lo que es.

Asentimos a la vez y me doy la vuelta para encarar a la persona que nos está espiando desde las sombras. Una figura delgada y mediana de estatura se intenta ocultar, pero no lo consigue.

—Hola —saludo antes de que mi odioso compañero la apunte—. No tengas miedo, somos buenos —sus labios no muestran ningún ápice de sentimiento, están grises, como si no se hubiera estado alimentando bien—. ¿Estás bien? Si tienes hambre, tenemos comida para compartir.

Nos vamos acercando poco a poco, necesito que confíe en nosotros, que vea que no somos una amenaza.

Se adelanta el de mi lado, pero justo me doy cuenta de una cosa que él no ha mirado aún en su cuerpo. Le corto el paso con mi brazo derecho y le advierto.

—No es humano —me mira con desconcierto, está parada, sin gruñir, pero tampoco habla y tiene algo que la caracteriza—. Las manos.

Sus ojos se desvían y se abren como platos, dejando escapar sus orbes del rostro.

Sus manos no son delicadas, no son normales. Dedos como largas cuchillas están podridas y decoradas de un leve rojo oxidado que crea miedo en nuestros cuerpos.

Sin hablar, volvemos sobre nuestros pasos lentamente, sin más ruido. Aun con esas, levanta su mirada del polvoriento suelo y lo pega en nosotros. Brillosos ojos carmesí que se curvan para observarnos con más soltura.

Mueve los dedos, se acarician entre ellos como un cuchillo siendo pasado por la piedra de afilar. Muestra esos dientes negros que tienen todos los caminantes y emite un chillido ensordecedor que es como si fueran uñas sobre la pizarra. ¡Totalmente desagradable!

Intentamos no escucharlo, entorpecemos el sonido con nuestras manos, pero no es suficiente.

La miramos, viene a por nosotros corriendo, con las cuchillas listas para rascar nuestra piel y entra en nosotros, en busca de nuestros órganos.

—¡Corre! —grito, intentando que Marcos me escuche.

Nos intentamos alejar de ella, pero es más rápida. Nos preparamos para el ataque, Marcos le dispara, pero falla. Agarro mi arma y bateo con la culata para cerrar su boca y detener tal chillido.

Nuestras orejas aprecian el silencio, pero esto no acaba. La maldita se vuelve a levantar.

Nos ponemos en guardia por si vuelve a correr, pero un estallido rompe nuestra guardia y nos alerta de más presencia en este centro comercial.

Desearía que fueran Blake y Sara, pero no. Una desconocida de cabello negro con mechas rubias sostiene un rifle en un segundo piso, apuntando en nuestra dirección. Lo aparta e intenta hablar con nosotros.

—¿Le he dado?

—Supongo que te refieres a la zorra.

—¡Sí! ¿Le he dado o no?

Al parecer le ha dado, porque está tendida en el suelo.

—¡Creo que sí!

—¡Vale! ¡No se acerquen! —baja a nuestra altura y vemos que es más baja que nosotros, incluso más que Sara por lo que puedo notar—. Aunque le haya dado en la cabeza, no ha muerto. A estas cosas se les mata de diferente forma —saca un cuchillo de cazador y se prepara para asestar el golpe final.

Lo clava y profundiza la herida, sacando la bala y machacando el cerebro del caminante rápido. La sangre se evapora poquito a poco y crea un ambiente la mar de asqueroso.

Nos alejamos con esa mujer y al momento llegan Blake y Sara, quienes parecen haber oído el ruido de esa bruja. Al ver a la mujer que nos ha salvado, la vena desconfiada aparece en su frente.

—¿Qué ha pasado? —nos pregunta—. Ha sonado como...

—Una bruja chillona —completa la mujer.

—¿Me podéis explicar lo que ha ocurrido? —se cruza de brazos y espera nuestra historia.

—Esto... ¡Ha sido extraño! ¡Casi nos mata un caminante! Tenía los dedos muy largos y afilados como cuchillas. ¡Parecía Eduardo manos tijeras! Se puso a chillar y a correr como una loca y casi nos mata. Si no fuera por ella, no estaríamos vivos, creo yo.

—Gracias —Marcos le ofrece un apretón de manos, pero ella la rechaza.

—No ha sido nada. Solo pasaba por aquí.

—Así que una bruja chillona —se pone pensativo, ¿sabe lo que es?—. No me esperaba una de esas lejos de su punto de origen.

—¿Qué es una bruja chillona? —pregunta Sara.

—Es una mujer distinta a los caminantes normales. Una mutante. Mediana estatura y en los huesos, ocultando su rostro sobre una capucha de carne gris simulando la de una sudadera. Chilla para inhabilitar a sus presas y poder atacar fácilmente. El ruido es insoportable, e incluso no se le puede matar de una bala en la cabeza, hay que machacar el cerebro por completo.

—¡Qué asco!

—¿Y si no se hace? —pregunta Marcos.

—Sus células se regeneran y su cuerpo se levanta, creando el proceso una y otra vez —mira a la desconocida—. Gracias por salvar a mis compañeros.

—No hay de qué. Se les veía buena gente.

—¿Quién eres? —pregunta directo al grano.

—Me llamo Glodi, superviviente y alcaldesa del pueblo Brakefort.

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