Prólogo

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Estaba en el suelo, y el techo daba vueltas. Escuchó la música detenerse, y el ruido a su alrededor se desenfocó... dolía, ah, dolía tanto. No entendía nada de lo que decía la gente a su alrededor, pero sentía el frío bajo su espalda.

El último salto, pensó. Necesitaba ese último salto o... 
Maldita sea. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y a tientas llevó sus manos hasta su rostro. Lo había arruinado.
No se dio cuenta de cuando perdió la consciencia, pero cuando abrió los ojos un hombre la miraba y decía algo. Seguía sin registrar las palabras, y tenía miedo de mirar su pierna. Ardía, escocía, dolía.
Ayuda.

La pequeña niña estaba inconsciente cuando fue retirada de la pista de patinaje. Muchos patinadores la miraban preocupados, no sabían quién era, pero cosas duras venían para un patinador cuando tenía un accidente de aquella forma tan... escabrosa.
— Qué desafortunado evento.

Florence Luzhin, quien miraba una presentación de patinaje a través de su televisor, observó a su hija caer inconsciente en una pista de hielo al otro lado del mundo, la vio ser extraída en una camilla y luego de limpiar la pista el evento continuó como si nada.
Enloqueció.
La gente cruzando por las calles de Madrid observaba con curiosidad a una mujer alta y menuda hablando por teléfono en un idioma extraño a toda velocidad.
— Tráela a casa, Misha. Ahora.
— Ren, tienes que entender... — La mujer al otro lado de la línea, Misha Luzhin, intentaba mantener su voz lo más baja posible o la sacarían a patadas de la sala de espera del Hospital.
— ¡Maldita sea, no! ¡No quiero entender nada! Quiero a mi hija bajo mi vista en este instante, donde pueda vigilarla de sí misma y de ese estúpido deporte. ¿Escuchaste? ¡Tráela! — subió al taxi a toda prisa y le espetó el nombre del aeropuerto. El joven hombre al volante la miró, soltó un bufido y arrancó. 
— Ella está bien, solo...
— No va a patinar nunca más, ¿me escuchaste? ¡NUNCA!
— Florence, es solo una fractura. Requiere de cirugía pero estará b-
— ¿¡Cirugía!?— El rostro de la madre palideció, y una cólera fría la recorrió de pies a cabeza—. Nunca— susurró con la voz cortada— Esa niña me va a escuchar. Nunca más va a poner un pie en una pista de hielo. NUNCA. 

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