Once.Me gustas mucho, ¿Qué hago?

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Tras el telón que separaba lo que podía ver el mundo, sentada en una banca, Dalia observaba sus piernas temblando. No era un ataque de pánico, pero le faltaba el aliento. Su cabeza repetía una y otra vez el anuncio de la tabla final de resultados en la categoría femenina, y el anuncio de las seis finalistas tras el último evento del Grand Prix.

Clasificada. Clasificada.

— Es extraño, el sentimiento que deja este lugar— le susurró Dalia a su coach en algún momento, e Irene alzó una ceja—. Se sentía muy bien.

En su cabeza, el momento en el que ingresó al hielo y subió a la cima del podio se volvió un borrón; su cabeza se negaba a procesar lo que ocurría. Una pesada medalla fue colgada en su cuello, y tras recibir un trofeo, un ramo de flores y felicitaciones en japonés de los representantes de la ISU en ese país; el himno y bandera de España izada en el centro adornaron el lugar y Dalia observó su sueño cumplirse frente a sus ojos.

Saludó al público y cientos de flashes llovieron sobre ella, la medallista de plata -Anna Pogorilaya- y la de bronce -Satoko Miyahara.

Más tarde, vivió en carne propia la intensidad de la prensa japonesa. Abrumada, agradeció y respondió tantas preguntas como pudo. Sentada entre Anna y Satoko, una chica menuda abrigada con su chaqueta blanca se encogía en su silla, tímida, pero su mirada brillaba orgullosa.


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Se encogió en su abrigo con capucha, y miró el aire acondicionado con el ceño fruncido. Usaba su chaqueta representativa también, pero el frío no la dejaba tranquila. En sus dedos helados, sostenía su móvil. Llamadas de sus amigos en España, de Javi, de sus amigos patinadores -Misha, Denis, Gabrielle-, de su tía, de su club de patinaje. Ya debería de estar acostumbrada, se dijo, pero sus ojos seguían mirando con desesperación la pantalla. Si no tuviese tesoros en ese pequeño aparato -el contacto de Yuzu, sus fotografías con sus ídolos y amigos- ya lo habría lanzado contra alguna pared.

— Cuando tiene que llamar, no lo hace— suspiró, escondiendo el móvil en el bolsillo de sus pantalones.

Observaría las presentaciones de los chicos sola, y cuando alcanzó las graderías Ryuju Hino ya estaba en la pista. Hundida en su capucha, como una más del público, intentó alejar a su madre de su cabeza y perderse en los bellísimos programas libres masculinos. No podría estar encerrada en la habitación de su hotel por mucho que el cansancio pesase en su cuerpo, habían demasiadas sensaciones burbujeando dentro de ella tras hacerse con un espacio en la clasificación final.

Emocionada, saltó en su silla cuando el segundo grupo apareció a un costado de la pista, ansiedad revoloteando en su interior. Inmediatamente, el ambiente cambió -la Arena entera caía bajo el hechizo y la presión creada alrededor del favorito del mundo.

Dentro de la pista todos mantenían una expresión seria, fuera de ella, el público irradiaba emoción y enérgicos, gritaban frases de ánimo sin perder detalle de cada movimiento de sus predilectos.

— Me gusta mucho tu programa libre, Nam— Dalia le había dicho a su amigo canadiense más temprano cuando consiguió colarse en la sala de los chicos post-conferencia de prensa. Satoko y algunas de las otras chicas también estaban allí.

— ¿El mío también? — Nathan saltó en la conversación.

— Pero el mío es tu favorito, ¿verdad? — Ese era Yuzuru, con la misma expresión de niño buscando elogios que Nathan. Cuando Dalia parpadeó, los tres chicos habían formado un circulo a su alrededor.

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